erseverancia en el error. El rey emérito se fuga donde no debe. La derecha intolerable amarga las vacaciones de un vicepresidente y de una ministra mediante un método desquiciante que a ninguno de ellos desgraciadamente les resulta extraño. El Gobierno central sigue despistado en un enrevesado jeroglífico para buscar respuesta a un virus desbocado que amenaza con un escenario caótico en el regreso a las aulas. El PP disfraza de una inconsistente centralidad ideológica el apabullante golpe de testosterona que encierra el fulgurante cese de su portavoz parlamentaria. Apenas un puñado de los miles de desahuciados laborales de la pandemia han cobrado el Ingreso Mínimo Vital cuando ya asoma virulenta la lacra laboral y comercial del último cuatrimestre. Y, como siempre, el enésimo capítulo del vodevil catalán. Mientras se agolpan los rebrotes de la pandemia y las elecciones autonómicas son una quimera en manos del eurodiputado Puigdemont, Torra centra sus esfuerzos en convertir el servicio jurídico del Parlament en un guiñol de quita y pon. Ante semejante panorama, es evidente que no hay propósito de enmienda.
Este verano se le atraganta a la monarquía española. Juan Carlos I ha puesto en peligro el reinado de su hijo y la legitimidad del resto de su dinastía. Su huida hacia adelante causa hilaridad mientras retumban los oídos con confesiones abominables sobre sus supuestas fechorías. El estrambótico desatino de su cobarde refugio en Emiratos Árabes Unidos solo puede entenderse como una revanchista respuesta personal a su forzado extrañamiento -cacería, según Guerra, en un escrito de apoyo donde faltan las firmas de González, Aznar, Zapatero y Rajoy- o el enésimo consejo de esa cohorte de decimonónicos asesores desconectados de la realidad. En un país poderoso, pero reñido con la democracia, el voto y las libertades, aunque comprensivo con los mandatarios repudiados, el veterano monarca blinda su tormentoso viacrucis judicial en paralelo a un creciente rechazo social y político a su figura, asociada fatalmente a la corrupción, el engaño y, sobre todo, a la enrabietada decepción de cuantos un día creyeron en él. Ante el peso de semejante carga resultan baldíos los esfuerzos diarios de su hijo por solidarizarse con las penurias de un turismo caótico. Ni siquiera se rentabilizan los intencionados guiños de Letizia a la moda local en cada visita. España tiene un problema en su modelo de Estado.
Tampoco Pablo Casado descansa tranquilo. Sabe que está siendo víctima de sus propios errores y busca urgido una salida decorosa, aprisionado entre sus nulas expectativas electorales, las guerrillas internas y el bloqueo de Ciudadanos y Vox. Aunque inducido, fue él quien eligió a Álvarez de Toledo para apuntalar el sesgo derechista del PP y así zaherir el mandato de su antecesor. Fue el nuevo presidente quien aniquiló toda oposición interna y quien confió la paulatina defenestración en Teodoro Garcia Egea. Todo le ha salido al revés. Está rodeado de palmeros de ínfima capacidad y visión miope. Cuando busca el recambio apenas encuentra porque dejó a muchos válidos en la cuneta. Incluso ha pretendido rebozar de centralismo democrático la atronadora marcha de su altiva portavoz parlamentaria. Pero no habrá realineamiento alguno. Todo se reduce a una mera cuestión de orden y mando. La insolencia intelectual de la díscola diputada era un tormento diario para la ajustada capacidad del secretario general. Entre ambos era imposible un debate táctico o ideológico por incomparecencia del segundo. La única solución al pulso creciente era cortar esa alargada figura en el Congreso que tanto comprometía a su líder y así difundir a los cuatro vientos que no hay sitio para los versos sueltos. A la vuelta espera la moción de censura de Abascal, la negociación de los Presupuestos y la renovación de importantes estamentos. Sería fatal para el remiendo de Casado que Arrimadas se lleve el botín.
Verano desasosegante también para Pablo Iglesias e Irene Montero. No cesa el acoso contra ellos, sobre todo desde que llegaron al gobierno. Una revuelta impropia de un país democrático donde toma cuerpo peligrosamente en la vida política la injuriosa profecía de probar tu propia medicina. El reciente escrache en Asturias sin fotos todavía pero con demasiados tuits intimidatorios y pintadas impropias alarga la amargura del líder de Podemos desde que asiste al tormento judicial que le rodea y a los mensajes mediáticos para que se vaya del poder.