edro Sánchez se ha dado un tiro en el pie con el inesperado papel hueco de la reforma laboral, pero ni lo nota. El temerario presidente ha vuelto a jugar alegremente con fuego, ufano como siempre de que su mandato aparenta ignífugo. Sabe que no hay alternativa alguna a su inconsistencia, a sus frivolidades. La derecha huele a alcanfor y repele más allá de la nostalgia unionista. Es su seguro de vida política. Paradójicamente, el PP apuntala a la izquierda en un escenario de crisis económica y no es descartable, incluso, que sus equivocadas estrategias y discursos pavorosos —la alusión a ETA en medio del virus, esperpéntica— consoliden su actual ostracismo. Por el medio, una sociedad temerosa de su suerte que contempla, agobiada, una economía despeñándose ante la manifiesta irresponsabilidad de una mayoritaria clase política, líquida y cortoplacista. Y así que pasen los días.
El Gobierno de coalición es un baúl de ocurrencias, que le da excelente resultado a cambio de erosionar su credibilidad y recortada confianza. Lo hace sin escrúpulos ideológicos, por puro tacticismo, con una estrategia basada en la supervivencia para sobreponerse a un entorno cada vez más hostil. Sánchez nunca cuenta los pelos que deja en la gatera, sino los votos para ganar. Supo que necesitaba en su día a ERC y le dibujó una mesa Pedralbes como encantamiento, aunque hasta el día anterior renegara del procès y ahora le fustiga con el desprecio. Entendió que Inés Arrimadas quería minutos de gloria para su rentré y abrazó raudo y puntual su liberalismo olvidándose de la fotografía de la plaza de Colón. Temió por la derrota ante la penúltima (?) prórroga y entonces recurrió a la abstención de EH Bildu, fatídicamente el día de la cal roja de los descarriados tardoterroristas de ATA en el portal de la socialista Idoia Mendia. Un superviviente nato que desconcierta a su partido, a más de la mitad de su Gobierno, a sus socios, a sus rivales, a la UE, a los sindicatos, a la patronal, pero es que mira alrededor y crece su vanidad: sabe que la suerte inmediata de su puesto no corre peligro alguno.
Solo un mandatario temerario empezaría el arduo camino hacia la perentoria reconstrucción económica de su país dinamitando el diálogo social. Pedro Sánchez lo ha hecho. Su manifiesta desconsideración como líder de izquierda hacia los sindicatos al relegarles por la insignificante abstención de cinco diputados se antoja irritante. El desprecio hacia una patronal más dialogante y constructiva que nunca retrata mezquindad. Ahora bien, nada comparable con la abierta decepción que el flagrante incumplimiento de la derogación íntegra de la reforma laboral irá causando con el paso del tiempo en las decenas de miles de trabajadores que se han creído el acuerdo alborozadamente firmado por PSOE, Unidas Podemos y EH Bildu. Ante el incumplimiento, Sánchez buscará un pretexto sin inmutarse. A Iglesias le servirá de disculpa para marcar perfil porque le rompen su bandera. Y los abertzales ya tienen medio guion escrito ante las elecciones de julio como víctimas de un papel mojado. Sin embargo, este sorprendente entendimiento no es baladí, deja marca y abre hipotéticos escenarios.
La izquierda abertzale se aviene, por fin, al juego de pactos parlamentarios en Madrid tras décadas denigrándolo como sumisión al Estado. Lo hace con un discurso susurrante, hasta propositivo en ocasiones, que se aleja del frentismo absolutista de JxCat y, a su vez, marca perfil con las interminables advertencias de Rufián. Una música que agrada sobremanera a Pablo Iglesias, su principal valedor, y que le sirve de muleta puntual a un Sánchez cada vez más huérfano. Una entente bisoña todavía, difícil de metabolizar de momento en la Corte, aunque dotada del maquiavelismo suficiente para desatar las hipótesis sobre un futuro político en la CAV, sobre todo en el momento en que se produce. A cambio, nueva munición para el histerismo de Pablo Casado y el reaccionario Abascal. Ya hay relevo dialéctico para aquella visita de la vicepresidenta de Venezuela a Barajas. La reforma laboral protagonizará el próximo pleno de control al Gobierno mediante una batería de preguntas presentadas con urgencia por la derecha. Vuelven, por tanto, los eternos tópicos del acuerdo con los hijos de ETA, la negociación con los enemigos de la patria, o la condena pendiente del terrorismo. Y en las casas, el drama familiar del paro, el subsidio sin cobrar y las primeras facturas imposibles de pagar.