ada tan duro como sufrir la pérdida de un ser querido e, imagino, mucho más aún en los casos en los ni siquiera has podido despedirte o cuidar de ellos y ellas en sus últimos momentos. Mis sinceras condolencias. Sin embargo, y aunque parezca mentira, en el ámbito de lo político, es precisamente ahora, tras casi dos meses de confinamiento y miles de fallecimientos, cuando empieza la fase más difícil de la pandemia, esto es, la fase de desescalada.
Hubo un momento crítico a mediados de marzo cuando nuestros gobernantes se debatían entre tomar medidas más o menos drásticas y hacerlo antes o después. Y si bien en ese momento, las medidas finalmente adoptadas podían parecer algo exageradas, y hasta hubo quien, tímidamente, las puso en duda, por desgracia, el número de ingresos y de fallecimientos despejaron cualquier reserva sobre la conveniencia del aislamiento social. De la noche a la mañana el colapso era una realidad. Quien aquellos primeros días intentó llamar al número habilitado al efecto por Osakidetza, sabe bien de lo que hablo.
Tal fue la fuerza de la evidencia, que, en la primera ocasión en la que Pedro Sánchez fue al Congreso a buscar el refrendo parlamentario para el estado de alarma, salvo alguna voz discordante, quien más quien menos asumió que no quedaba más remedio y se prestaba a arrimar el hombro. Otro tanto ocurrió con el lehendakari y el estado de emergencia sanitaria.
Sin embargo, desde aquel 25 de marzo, han pasado muchas cosas y el clima ha ido embarrándose hasta el punto de que en el pleno del Congreso de anteayer, quien más quien menos, ya deslizó que podría retirar el apoyo al gobierno si su intención era la de continuar con el mando único mucho más tiempo.
El cierre de las empresas aprovechando las fechas de la semana santa, algo, que a la postre no parece que fuera determinante, fue el primer escollo en un camino que, desde entonces, se ha vuelto más que tortuoso.
Las falta de información, las rectificaciones de decisiones teóricamente avaladas por las autoridades sanitarias, los problemas de comunicación, los rumores, los bulos o directamente las falsedades, sumadas al largo periodo de confinamiento, están haciendo que la población empiece a cuestionarse muchas de las decisiones de los gobernantes y empiecen a pensar en otro escenario, alentados, por responsables políticos que, conscientes de ello se apresura a hacer anuncios que no sabe si se podrán materializar. Por decirlo de manera gráfica: ha empezado la batalla por protagonizar la desescalada.
De hecho, lo que hasta hace nada eran propuestas de cierres a cal y canto se han transformado en propuestas ordenadas de desescalada y para los que ya apostaban por las aperturas de empresas y comercios, ha llegado el momento de levantar el dedo y afirmar: "Ya lo decíamos nosotros".
Lo peor de este escenario, sin embargo, no es que la oposición intente apuntarse el tanto de abrir los comercios y dar libertad de movimientos a su ciudadanía al contrario que el cicatero gobierno (se la institución que sea), sino que los gobiernos de turno a la vista que la batalla de la gestión de la pandemia la tienen más que perdida, pretendan liderar la desescalada y los criterios médicos pasen a un segundo plano.
El deseo de salir de casa y recuperar la normalidad es tal, que, al margen de cualquier otra consideración, estamos todos deseando que abran todo lo que se pueda abrir y más sin pensar demasiado en las consecuencias. Ahora bien, seamos conscientes de que aún no hay vacuna y que si arrancamos demasiado pronto luego puede que tengamos que dar pasos para atrás y no creo que el país esté en condiciones de aguantar, ni anímica pero sobre todo económicamente, un segundo confinamiento. Seamos prudentes.