Quien más quien menos conoce la famosa frase atribuida a Groucho Marx: “estos son mis principios? pero si no le gustan tengo otros”. Suele utilizarse para referirse de manera más o menos jocosa a ese tipo de gente que un día dicen una cosa y al siguiente la contraria para volver al punto de inicio si hace falta. Un comportamiento que describe a la perfección la actuación del Gobierno de Pedro Sánchez, o mejor dicho, del tándem Sánchez-Calvo de esta última semana.

Una semana que, otra vez, ha vuelto a ser convulsa en la política catalana: la privación de la condición de parlamentario de Quim Torra; la ruptura entre ERC y Junts per Cat con su convocatoria de elecciones anticipadas sine die; la declaración de Junqueras en sede parlamentaria? si no fuera porque ya hemos visto y vivido decenas de semanas claves en el procés, hubiera sido una semana que bien podría haber marcado un antes y un después, pero me temo que no será así y que simplemente supondrá un capítulo más de una historia que, cada vez más, parece interminable.

Con todo y con eso, si de algo no cabe acusar a los actores de la política catalana es de salirse del guion previsto para cada uno de ellos. Desde el empecinamiento de Torra en aferrarse al cargo a pesar de saberse en minoría, hasta la enésima apelación de Junqueras al diálogo se podrá estar más o menos de acuerdo con sus argumentos, pero nadie podrá decir que no están siendo coherentes consigo mismos. Es más, también el papel de la oposición al Govern es el que cabía esperar por más que ya no esté muy claro a quien representa Ciudadanos ni el rol que debe jugar Iceta.

Pues bien, en este esquema de tiras y aflojas es donde ha patinado, otra vez, Pedro Sánchez. Que el presidente del Gobierno no tiene un criterio inequívoco sobre Cataluña, quedó claro cuando en menos de dos meses pasó de amenazar con la activación del art. 155, la penalización del referéndum y la detención de Puigdemont a hablar de conflicto político en Cataluña y de modificar el código penal, pero, en ese caso, para rebajar las penas por sedición. Sin embargo, este radical giro de postura no fue tanto un ejercicio de incoherencia gratuito sino un movimiento necesario para garantizar su investidura y lo que pudiera parecer una traición a su propio electorado también puede considerarse una oportunidad.

Pero una cosa es la necesaria flexibilidad para poder participar en política sin convertirse en un fundamentalista y otra muy diferente decir una cosa y exactamente la contraria, en menos de 24h, con algo tan relevante como la mesa de negociación entre el gobierno español y el catalán. Máxime cuando se tienen criterios válidos tanto para hacer una cosa o la contraria.

Decidir posponer la puesta en marcha de la mesa por la inminente convocatoria electoral y por lo tanto, el más que posible cambio en los participantes de la misma en la parte catalana, tiene tanto sentido como afirmar que una mesa entre gobiernos tiene que permanecer ajena a los elementos externos a ella y que la misma ha de constituirse según los plazos previstos.

Lo que no se debe hacer, al menos si se quiere mantener un mínimo rigor en política, es decir primero una cosa y tras una única reunión decir exactamente la contraria dando así la sensación de ser tan permeable a la presión que, si llegado el caso la misma viniera por otro lado tampoco se tendrá dificultad de incumplir los eventuales acuerdos alcanzados en esa mesa.

Así pues, haría bien el PSOE en dejar de caminar en el alambre intentando contentar a unos y a otros y en asumir de una vez por todas el riesgo y acometer la necesaria reordenación territorial no le vaya a pasar luego como a Susana Díaz y, desde la oposición, tenga que dar la razón a quienes decían que ir de la mano del PP en esto no les iba a hacer ningún favor.