El asesinato de Ordóñez, del que hoy se cumplen 25 años y por el que se inaugurará una exposición y se colocará una placa junto al bar La Cepa donde fue tiroteado, fue un terremoto que tuvo su epicentro en la Parte Vieja donostiarra, pero cuyas consecuencias aún hoy se dejan notar en un PP vasco que busca recuperar sitio.

“Era la voz racional y emocional en defensa de una política para la ciudadanía, tenía la consigna de que el que tenía un problema no saliera del despacho del Ayuntamiento con dos”, recuerda Cano. Azpíroz añade la “lectura humana”: “Todos lo somos, pero Gregorio era un ser humano irrepetible, sin duda”.

La última vez que el diputado del PP en el Congreso entre 1993 y 2015 estuvo con Ordóñez fue la víspera de San Sebastián. El aspirante a la Alcaldía eligió ese día para ser proclamado de manera oficial. En la cena posterior en el Círculo Mercantil sumó al presidente del partido, José María Aznar, a interpretar los sones de la Tamborrada, rememora Azpíroz: “Estuvimos con mi mujer y el propio Gregorio tomando luego unas copas por ahí, y hubo un momento que se perdió, porque se paraba con todo el mundo a hablar, y con ese bullicio a las dos o tres de la madrugada? La próxima vez que le vi fue en coche por Reyes Católicos y al día siguiente, lo mataron”.

Un pistolero que vestía un chubasquero rojo entró en el bar, accedió al restaurante y apoyado en Enrique Villar, uno de los comensales que junto a una amiga y a María San Gil acompañaba a Ordóñez, disparó. “Fue un asesinato brutal. Él estaba comiendo con otros cargos públicos del PP, un tiro en la nuca, con María San Gil frente a él... Fue un acto de cobardía, uno de los más bárbaros físicamente que perpetró ETA”, explica Cano sobre el asesinato “más dirigido de ETA. Sabían qué iban a hacer, por qué lo iban a hacer y por qué lo querían hacer”. La propia ETA en su reivindicación comparó la magnitud del asesinato de Gregorio Ordóñez con el de Luis Carrero Blanco en 1973.

En la calle, llovía. “Tengo asimilado que siempre que pasaba algo llovía”, relata Iñigo Manrique, que también recuerda el asesinato del concejal irunés José Luis Caso en 1997. En esos dos años que arrancaron con el asesinato de Ordóñez, la vida de los cargos públicos del PP cambió. “Se creía que ETA entonces mataba a los jefes”, recuerda Manrique, pero ETA pasó a asesinar “a cargos políticamente muy poco relevantes y que no eran conocidos en absoluto. Se generalizó la escolta”.

En el contexto general, explica Leopoldo Barreda, “el asesinato de Gregorio supuso un cambio de rumbo de ETA, que puso de nuevo a los políticos en la diana en los 80. Para el PP también supuso un cambio, porque quería destruir dos fuerzas políticas concretas del País Vasco, golpeando donde podía y que no fuera posible la reorganización de esa alternativa al nacionalismo”.

Azpíroz subraya esa “vuelta a estar en la diana”. “Cuando se habla del terrorismo, nos olvidamos de las primeras oleadas”, recuerda el final de los años 70 y comienzos de los 80, con otras organizaciones armadas además de ETA activas.

En el punto de mira

“Los primeros políticos asesinados fueron en los años 70 dirigentes de Alianza Popular (AP) y de la Unión de Centro Democrático (UCD). La UCD la descabalgaron matando al alcalde de Elgoibar, al segundo de la lista al Parlamento Vasco que era profesor de Derecho Penal? La UCD se extinguió literalmente y sociológicamente hubo un trasvase de votos no tanto a AP sino al PNV”, asegura Azpíroz, que recuerda que en aquel tiempo “algunos ya tuvimos escolta. Luego sí es cierto que ese objetivo parecía que había decaído, pero vuelve a aparecer poco antes de Gregorio”.

Ordóñez era miembro del gobierno de coalición donostiarra que presidía el socialista Odón Elorza. Con mucha mano en el trato con la ciudadanía calle a calle y con los periodistas. “Era raro verle seguir toda una hora de debate parlamentario en el escaño sin recibir llamadas o atender otros temas”, rememora Barreda sobre su colega de escaño, que “siempre tenía algo más en la cabeza y ese algo más era casi siempre San Sebastián. Yo siempre decía que Gregorio era parlamentario de San Sebastián”.

El primer contacto de Azpíroz con Ordóñez, periodista de formación, fue cuando le ayudó a buscar un empleo a petición de su tío, “secretario del Juzgado en San Sebastián. Me preguntó a ver si sabía de algún trabajo para su sobrino... Y le metí en un periódico que duró muy poquito, Nortexprés. Allí conocí a Gregorio, que había colaborado con el ABC”. Después le propuso entrar en el partido, “que necesitaba gente joven”.

“Era un ciclón de trabajar, de estar permanentemente intentando ayudar? Gente de Herri Batasuna incluso le decía que le votarían porque ante un problema que tenían era el que más les había ayudado. Hay gente que dice que era populista, pero no, era popular, ayudaba mucho a la gente”, recuerda Azpíroz de un político cuyo “legado de honestidad, de no corrupción y de servicio al pueblo es una enseñanza necesaria en la democracia de hoy en todos los partidos. Hoy hubiese sido el rey del mambo de las redes sociales. Era un referente de regeneración política. Hay mucha buena gente en política, pero también quien va a pastar y a estar ahí, políticos en minúscula. Gregorio era un político de política mayúscula, de defender lo que creía y dar la cara”.

“No era un tipo resignado, sino un tipo de acción. No soportaba ver una cosa que podía estar mejor hecha y no hacerlo. Nos inoculó esa pasión por ser útiles para esa sociedad a la que representábamos”, describe Manrique, que recuerda los momentos posteriores al asesinato como “un primer momento de rebeldía, de darte la vuelta y decir qué pasa aquí, de afianzarte en unas ideas de las que no te podías echar atrás”.

“Es el espíritu que nos embarcó a todos: a Arantza (Quiroga), a Borja (Sémper), a Ramón (Gómez), a mí? Todos aquellos que cogimos la responsabilidad de los cargos públicos en el 95 por no fallar el espíritu de Gregorio, porque le habían matado por intentar hacer unas cosas que nosotros humildemente íbamos a intentar replicar como él las hacía. Agarramos los muebles como pudimos y tragamos lo que hizo falta”, recuerda el exjuntero de los días y los meses posteriores a aquel enero.

El atentado provocó un paso al frente de afiliados que hasta entonces no lo habían dado y que otros decidieran afiliarse a la formación. Azpíroz, Cano y Manrique coinciden en lo mismo: sucedió el efecto contrario del que ETA buscaba. Barreda sintetiza: “Hubo mucha gente que no sé ni si eran conscientes, pero dieron el paso adelante y en aquellas municipales contamos con mucha más gente y mucha más determinación de participar en listas que hasta entonces”.

“Uno de los efectos fue el no querer dejar huecos en ninguna parte y presentar lista en todos los pueblos, de intentar abrir espacios de libertad allí donde hubiera gente que reclamase un voto distinto”, prosigue Barreda sobre un PP que en 1996 lograría gobernar en Madrid.

“Fue un ejercicio de responsabilidad, compromiso y de dar una opción a los guipuzcoanos que les daba la puñetera gana votar a una representación no nacionalista de derechas. Era un hándicap democrático innegable”, explica Azpíroz sobre un atentado que no solo suponía el asesinato del aspirante del PP en Donostia, su presidente territorial y el parlamentario: influyó de manera decisiva en el discurso del PP.

“El asesinato de Gregorio y los que vinieron en los dos o tres años posteriores nos obligaron a hablar solo de ETA, porque marcaba nuestra vida, nuestra agenda y nuestro quehacer político. Aun así, íbamos a las instituciones y hablábamos de otras cosas, pero en los mensajes políticos el primer plano se lo llevaba ETA, era el primer problema de todos los vascos, sobre todo entre 1995 y 2000”, recuerda Manrique, que también fue edil en Villabona y Ordizia. “No se entendería que no hablásemos de ETA o que no fuéramos un partido resistente a ETA”.

“Hablar de más cosas era pedir un virtuosismo muy difícil: con dos escoltas y con compañeros que iban matando, si pides que hagan florituras con temas ciudadanos, estaríamos ante seres superiores. Recuerdo a María San Gil decir que qué más queríamos que hablar de farolas, de puentes, de bancos?, pero es que nos obligaban a hablar de eso porque estaban machacando la sociedad vasca”.

En palabras de Barreda, al PP le “correspondió por representación política tomar esa bandera de la libertad. Era evidente que la deriva nacionalista iba por otros derroteros, hacia el Pacto de Estella, dejaba en manos del PP, y del PSE, aunque estaba muy debilitado entonces, esa bandera de la libertad. Fue un referente que los ciudadanos vieron y respaldaron en las urnas”.

“Hubo que orientar todos los recursos a la lucha por la libertad”, resume Cano sobre una generación de políticos “que fue una generación importante en el PP, que ha sacado adelante una etapa tremenda, durísima e importante para el conjunto de España y para la libertad del País Vasco”.

Después de que la semana pasada Borja Sémper anunciara que deja la política, Cano es el último cargo público del PP guipuzcoano que continúa en activo en un tiempo en el que, disuelta ETA, la formación conservadora busca reubicarse tras tantos años de “resistente por la libertad”.

“No estoy en activo más allá de dar clases en la Universidad, pero sí creo que el PP de Gipuzkoa debería replantearse lo que ha sido y lo que es, cuál es su función social, su contexto y qué alternativa propone, qué merece la pena ser ofertado a los guipuzcoanos”, se posiciona José Eugenio Azpíroz, que considera que “hay cosas que no se pueden hacer, como abandonar a lo que has podido representar, ha podido ser un error”.

“Le reconozco y tengo un afecto por Borja Sémper aunque no compartiera posiciones cuando hemos estado los dos en activo, pero es una persona que se ha jugado la vida, lo que merece toda mi consideración, y ha hecho todo lo que consideraba que tenía que hacer”, asegura Azpíroz, que reconoce que si a Sémper le hubiera “salido bien la jugada, igual tenía que estar yo callado”.

Los cuatro coinciden en una idea que debería definir el futuro del PP guipuzcoano, y el vasco: ser un partido útil para la sociedad. “Eso requiere en primer lugar estabilidad y continuidad para que dé tiempo a desarrollar un proyecto. Es un esfuerzo que hemos hecho siempre, pero es evidente que en los últimos tiempos han primado otras cosas. Hay que recuperar esa serenidad y esa estabilidad”, aboga Barreda por una idea que Manrique refuerza: “La gente no vota a cosas que no sirven para nada. Si somos útiles, la gente nos votará; si no, la gente no vota reliquias”.

Con la vista en el futuro

“La idea es la misma que con Gregorio (Ordóñez), María (San Gil), Aran-tza (Quiroga), Antonio (Basagoiti)? la misma que con cada uno de nuestros líderes”, ahonda el exjuntero, que recuerda que el PP fue útil en los “años de plomo dando la cara frente a los asesinos. Ahora tenemos que ser útiles en el nuevo contexto. El PP tiene que centrarse en ser útil a la sociedad”.

Tres ediles en Donostia, uno en Irun y un juntero. Juan Carlos Cano es a sus 62 años uno de los cinco cargos públicos del PP en Gipuzkoa. “Es la lucha que tenemos ahora y no es fácil reubicar una marca, más cuando existe un ataque frontal de primera magnitud para borrar un relato de lo que ocurrió”, explica Cano, que procura ser “un poco objetivo: la memoria ciudadana suele ser corta y tenemos que luchar contra eso, que también nos asocian únicamente con la lucha contra el totalitarismo y por la libertad”.

El juntero erró en julio en una votación de la comisión de Derechos Humanos de la Cámara guipuzcoana y la dirección del partido en Génova -en plena carrera radical con Vox- aseguró ante la prensa que le abriría un expediente del que de puertas para adentro nunca más se supo. “Supongo que para aclarar si es connivente con ETA. A estas alturas...”, salió Sémper en defensa de Cano.

En todo este contexto en el que las pugnas de Madrid, los argumentos que se emplean y las polvaredas que se levantan quedan por momentos demasiado lejos del día a día del PP vasco, Juan Carlos Cano apuesta por sumar la lucha por la memoria con los temas del día a día, más cuando “nuestros adversarios se encargan de reducirnos a ese espacio de lucha contra el totalitarismo cada vez más pequeño porque el tiempo difumina la memoria ciudadana”.

El partido, reconoce Cano, necesita “savia nueva que, con el mismo planteamiento de principios y valores, sea capaz de transmitir y ser creíble en toda esa reubicación en el centro-derecha para la solución de los problemas”. Volver, en definitiva, a la consigna de Ordóñez de que quien tenía un problema no saliera del despacho con dos.