Albert Rivera ha pasado en un mes del blanco al (casi) negro, que cantaría Malú, su nueva compañera sentimental. De postularse como líder de la oposición tras los resultados de las generales, con 57 escaños, a solo nueve del PP de Pablo Casado, a apuntalar el poder territorial del partido de Génova en los pactos forjados tras los comicios municipales y autonómicos. El líder de Ciudadanos (C’s) ha sufrido su semana horribilis tras verse desautorizado por el presidente francés, Emmanuel Macron, y consumar su divorcio de Manuel Valls tras lo sucedido en Barcelona y después de los diferentes gobiernos suscritos con Vox en distintos puntos del Estado, abandonando la simbiosis entre la socialdemocracia y el liberalismo de la que se vanagloriaba la formación naranja desde que comenzó a despuntar y a contribuir, junto a Podemos, al fin del bipartidismo. Rivera desoye asimismo las voces internas y externas que le recomiendan allanar el camino a la investidura de Pedro Sánchez con una abstención para evitar que el próximo Ejecutivo socialista descanse precisamente en el mayor enemigo del máximo dirigente de C’s, el independentismo.

Rivera se presentaba en este ciclo electoral como “garantía de cambio y alternativa real” pero, a la hora de buscar parcelas de poder, por nimias que sean, ha olvidado sus promesas de regeneración cimentando el dominio del PP allí donde lleva décadas gobernando, como en Castilla y León, prestándole su apoyo para conformar parlamentos autonómicos, ayuntamientos o ejecutivos de coalición a pesar de la lucha encarnizada por el voto de derechas que mantuvieron desde el 28A, cuando Casado empezó a deslizar la idea de que, al final, Ciudadanos se entregaría al PSOE. Los consensos posteriores han atorado sin embargo los dos bloques, el de izquierdas -con PSOE, Unidas Podemos y fuerzas soberanistas y regionalistas- y el de derechas -con PP, Vox y Ciudadanos prácticamente como convidado natural-. Tras configurar en Andalucía un Ejecutivo de coalición hace medio año, la marca naranja solamente podrá participar en el citado gabinete castellano-leonés, así como en Murcia y en la Comunidad de Madrid, con alianzas no exentas de polémica porque la fuerza de Rivera se empeña en asegurar que, por su parte, solo ha hecho acuerdos con el PP, y que los populares han hecho lo propio con Vox, pero que ellos nada tienen que ver con las concesiones adquiridas por los de Santiago Abascal cuando, en verdad, los tres partidos se necesitan. Una frase de la ahora diputada Inés Arrimadas simboliza lo caricaturesco del discurso naranja. “Nosotros dijimos que no nos sentaríamos a negociar con Vox, pero a hablar sí”. De hecho, lo hicieron Ignacio Aguado y Rocío Monasterio para esbozar el futuro del feudo madrileño. Vamos, que como respondió un tuitero, “no se han sentado a negociar, han negociado de pie”.

feudos de la derecha El veto hacía Sánchez se ha extendido al PSOE excepto en algunas localidades porque Ciudadanos ha ejercido de bisagra exclusiva de la derecha, con su secretario general, José Manuel Villegas, como negociador. En el caso de Castilla y León, los de Rivera dieron el bastón de mando al PP a cambio de liderar Palencia, donde el alcalde, Mario Simón, salió escoltado por la Policía ante el enfado de la ciudadanía ya que solo obtuvo tres de los 25 concejales en juego, por once de los socialistas, mientras que Burgos no pudo ser naranja en este mercado persa porque Vox se echó a última hora atrás. Además, tras el pacto en Aragón entre Ciudadanos y PP, esta alcaldía iba a ser para el candidato naranja pero finalmente su líder José Luis Cadena retiró su candidatura; mientras que en Granada, Luis Salvador sí fue elegido regidor con únicamente cuatro de los 27 representantes del Consistorio. En la Comunidad de Madrid las conversaciones para hacer presidenta a la popular Isabel Díaz Ayuso están frenadas por Vox al no obtener concejalías de gobierno en el Ayuntamiento de José Luis Martínez-Almeida, donde Begoña Villacís (C’s) ejerce ya de vicealcaldesa. “De los acuerdos de los demás partidos, que respondan ellos. Nosotros respondemos por los nuestros”, dicen como si no fuera con ellos la historia.

Otros territorios como Islas Canarias, Baleares, La Rioja, Cantabria y Aragón han acabado en manos de la izquierda. Aparte de conseguir mandar en la ciudad de Melilla, se cuentan con los dedos los sitios donde C’s ha sellado acuerdos con el PSOE: en las capitales de Ciudad Real y Albacete a razón de dos años para cada partido, y en Guadalajara, Jaén, Santa Cruz de Tenerife y Cáceres. Ni qué decir que en la CAV Ciudadanos es un partido residual al no estar presente en ninguna diputación ni liderando ningún municipio, al tiempo que no hay ningún diputado naranja en el Congreso procedente de los herrialdes vascos. Y en Navarra, el partido está integrado en la coalición derechista Navarra Suma, junto a UPN y PP, que se ha hecho con la Alcaldía de Iruñea pero que todo apunta a que no podrá auparse al Gobierno foral.

Ciudadanos ha tragado con postulados de Vox que van desde “la obligatoriedad del consentimiento expreso” de los padres para garantizar que sus hijos “reciban la formación moral de acuerdo con sus propias convicciones” a promover políticas “profamilia y pronatalidad”, o pidiendo nombres y apellidos de los trabajadores que evalúan casos de violencia de género para “depurar casos ideológicos”. O como en Madrid, aceptando que se desalojen pancartas en contra de las muertes por violencia machista; o como en Andalucía, introduciendo números de teléfono al margen del 016 para menores y personas de la tercera edad, que para más inri ya existen, asintiendo con la nueva denominación de la derecha para estos casos, la violencia intrafamiliar.

críticas de los fundadores No es de extrañar la oleada de críticas recibida por Rivera desde varios flancos. Bien por parte de históricos fundadores de la formación, como el catedrático Francesc de Carreras que asegura “no reconocerlo” y le tilda de “adolescente caprichoso”; o bien por el lado del economista Manuel Conthe, que asesoró a C’s en 2015 y llamó “payasos” a los dirigentes del partido. Pero también desde las filas de sus socios europeos, los liberales de ALDE, con nuevas advertencias de Macron, que amenaza con romper “la cooperación” con Ciudadanos por sus pactos con Vox. El líder galo le desautorizó el pasado jueves después de que Rivera afirmara haber recibido por su parte la bendición a los acuerdos con la ultraderecha, algo que el Elíseo tardó minutos en desmentir, obligando al dirigente de origen catalán a precisar que las palmaditas procedían del partido del presidente francés, En Marche, pero no personalmente de éste.

Unos y otros le reprochan que haya abandonado definitivamente el centro, tirando el flotador a un agónico PP, y sin querer abrirse siquiera a contemplar una abstención en la investidura de Sánchez, que se la ha pedido hasta el mismísimo expresidente Mariano Rajoy. Por no hablar de Valls, que se ausentó de la famosa fotografía de la manifestación del trifachito contra el socialista en la plaza de Colón para no aparecer con Vox, y a quien Rivera dio la puntilla esta semana por permitir que Ada Colau sea de nuevo alcaldesa de Barcelona con los tres votos del sector del exprimer ministro galo, aunque la alternativa fuera la del independentista Maragall. Celestino Corbacho, que se situaba en el flanco de Valls, se acabó pasando al de Ciudadanos dentro del grupo propio de los naranjas en el Consistorio, pero como afeó el ahora concejal a Rivera: “Con Vox acabas ensuciándote las manos y, de alguna manera, el alma”. Otro fundador del partido, el mediático Arcadi Espada, azotó a Rivera. “Si de C’s hubiera dependido, Barcelona tendría alcalde independentista, algo inexplicable y ajeno a cualquier elemental sentido de la responsabilidad y de la decencia política”.

Tanto el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, como otros representantes del establishment pidieron a Rivera que “por el bien del país y la economía” su grupo al menos se abstenga en la investidura hacia la Moncloa, pero éste les replicó que “los españoles han preferido un Gobierno de Sánchez con Podemos y los nacionalistas. Los que han votado han sido los españoles, no la CEOE ni los bancos”. Incluso dentro de la Ejecutiva del partido surgieron voces compartiendo la opinión de Valls sobre la necesidad de colocar un “cordón sanitario” a Vox y abrir la puerta a pactos con el PSOE. Entre ellas, la de Luis Garicano, cabeza de lista de Ciudadanos en el Parlamento Europeo, al que su postura le costó soportar cierto aislamiento dentro de la propia dirección, poco acostumbrada a las discrepancias y sometida al autoritarismo de Rivera y su giro a la derecha.