Tal y como era previsible, el primer debate en TVE entre los cuatro candidatos a presidente del Gobierno transcurrió, como el resto de la campaña, con más pena que gloria.

La abrumadora ausencia de mujeres salvo por la señora de la limpieza y las maquilladoras, así como las constantes apelaciones a los ausentes nacionalistas fueron las cuestiones más destacables de un debate donde, por momentos, las mentiras planeaban de tal manera que parecía más una parodia sobre lo que ahora se vienen a llamar fake news, las noticias falsas de toda la vida, que un debate serio ante millones de personas.

Es más, lo único que no puede achacarse a los candidatos es la improvisación. Cuando un candidato en un debate de estas características, y alguno me ha tocado protagonizar, clava al segundo los tiempos de cada una de las primeras intervenciones, es que las ha memorizado y ensayado una y otra vez, con la pérdida de frescura y espontaneidad que ello supone.

Eso sí, desde el atrezzo que se llevó al debate Rivera (gráficos en plumilla, fotografías en marcos de todo a 100 y tarjetas sanitarias rojigualdas) a la versión mini de la Constitución de Pablo Iglesias, todo fue objeto de mofas en las redes sociales, en un inmejorable ejemplo de cómo se viven de un tiempo a esta parte este tipo de citas televisivas.

Por no hablar del que fue el momento tragicómico del debate con “oyen el silencio” del candidato naranja mientras en casa todos oímos música.

En lo que respecta a cada uno de los candidatos, Rivera, como toda la campaña, faltón, repetitivo y cansino con su idea unicolor de España y su liberalismo económico destinado a enriquecer a las élites.

Pablo Iglesias, mucho menos presente que en otros debates, al menos aportó serenidad y contenido político, lo que contrastaba con la endeblez argumental e incapacidad intelectual de su tocayo, Casado.

Por último, y en lo que se refiere a Pedro Sánchez, ya lo dijo después del debate el responsable de campaña del PSOE, José Luis Ábalos: habían acudido al debate obligados, y eso se nota. Sin grandes ideas, pero forzando la mención de temas en cada bloque, Sánchez estaba más preocupado por no meter la pata que en contrarrestar los ataques de la derecha, con lo poco edificante que es eso.

Conclusión: un debate que no creo que moviera un solo voto de las trincheras de cada partido y que, me temo, tampoco supuso un antes y un después para los indecisos. Habrá que esperar tiempos mejores.