De la exclusión social a la exclusión política
La gente con menos renta va menos a votar, lo que le resta capacidad de decisión
sobre el papel, la democracia es un sistema en el que todos los ciudadanos gozan de los mismos derechos y de la misma capacidad de decisión. La cuestión es que para ejercer dicho poder de decisión hay que acudir a las urnas, y las personas con menos recursos votan menos, porque “creen que su voto no es influyente, y que los políticos no van a atender a lo que dicen”. Así lo explicaba el investigador de la Universidad de Deusto Braulio Gómez, que esta semana ha acudido a Gasteiz para explicar la vinculación entre las desigualdades y la abstención electoral, en un acto organizado por Oinarriak y Zubiak Eraikiz.
Con datos sobre la mesa, Gómez demostró que en los barrios pobres la abstención es mucho mayor que en los más pudientes, una circunstancia que provoca que los políticos no rindan cuentas ante estas personas, que precisamente son “las que más necesitan la ayuda del Estado, la redistribución de la riqueza”, apuntaba el experto. Gómez añadía que tras la crisis económica, ha surgido una nueva categoría, los trabajadores pobres, que también están dejando de votar, e incluso un 20% de los ciudadanos ni siquiera saben cuándo están convocados los comicios, da igual que sean elecciones generales, autonómicas, municipales o europeas.
Así pues, “la concentración de la riqueza provoca también una concentración del poder político, y tiene las mismas consecuencias para la redistribución de la riqueza”, apuntaba el investigador de Deusto, quien explicó que Gasteiz, una ciudad con un destacable 72% de correlación entre la renta y el voto, es sin embargo una de las menos desiguales, pues en otros municipios ambas variables van unidas en mucha mayor medida. En la capital alavesa hay más de veinte puntos de diferencia en esta relación entre barrios como Coronación, Txagorritxu, Casco Viejo, Abetxuko o Sansomendi, donde la abstención es muy alta, con otros como San Martín, el Ensanche o Mendizorroza, con más renta y también más participación en las elecciones.
Ante este escenario, Gómez señalaba diferentes estrategias que se han analizado para revertir la situación, entre ellas estimular un mayor contacto entre las personas que no votan y las que sí lo hacen, porque “la participación es contagiosa” y está demostrado que quienes conviven con personas que ejercen el sufragio activo también suelen votar. Además, el experto añadía como propuesta dotar a la ciudadanía de una mayor información política, o incrementar las ayudas económicas a las personas más desfavorecidas, incidiendo sobre la renta para a su vez estimular la participación. Lo cierto es que se ha pensado en todo tipo de soluciones, incluso dar regalos por ir a las urnas. “Nada de valor, una gorra, una camiseta”, señalaba Gómez, para movilizar a la gente, o programar actividades en los centros de votación para atraer más público y, “de paso, que voten”. También se han planteado originales propuestas, que el investigador no comparte, como buscar patrocinios privados para los centros de votación.
Gómez fue presentado en su charla de Gasteiz por el politólogo y exparlamentario vasco Óscar Rodríguez Vaz, quien apuntaba que aunque “ha habido estrategias políticas para atacar este problema”, no se ha llegado a abordar seriamente la cuestión en una sociedad en la que “la gente con más recursos suele votar por opciones conservadoras”.
Según dijo, la desafección política es un fenómeno transversal, influido por “la crisis de representación de los partidos”, porque “las decisiones están atrapadas por los plazos electorales”, y por “la falta de virtud de la clase política”.
Además, advirtió, los cada vez más frecuentes gobiernos en minoría constituyen un obstáculo para una gobernanza fuerte. Así, señaló, en Vitoria gobiernan 9 concejales y 18 hacen oposición, lo que genera la sensación de que “no se toman decisiones”. Esos gobiernos débiles estimulan además “el cortoplacismo” y los “compartimentos estancos” entre diferentes departamentos cuando se conforman coaliciones de partidos en las instituciones. En definitiva, faltan “liderazgos fuertes” que hacen que en Vitoria “Cuerda siga apareciendo en las conversaciones veinte años después”.
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