¿Qué hacer ante los relatos construidos sobre bases falsas, relatos inventados desde el populismo galopante que nos sacude? ¿Cómo combatir el cinismo dialéctico de quienes quieren construir un modelo de sociedad asentado sobre falsedades? Pareciera como si los libros, la densidad intelectual no bastaran, por si solos, para combatirla; como si las ideas ya no fuesen herramientas de pensamiento válidas hoy día para superar esta nueva era populista; vivimos momentos de confusión, de desconcierto. ¿Cómo cabe reaccionar ante tales dislates dialécticos expuestos como perlas peregrinas en la secuencia de mítines diarios que viven este tipo de líderes efímeros pero locuaces que hablan y hablan sin parar y sin que al parecer les sobre tiempo para reflexionar sobre lo que hablan?
¿Cómo contraponer, frente a todo ello, la racionalidad de los discursos políticos y sociales no enfáticos ni populistas, aquéllos que a contracorriente reconocen la complejidad de los problemas que nos afectan y la dificultad para encontrar soluciones efectivas a los mismos? ¿Qué papel ha de jugar la universidad en todo este convulso contexto social? ¿No se siente interpelada la intelectualidad ante tanto desatino?
La cultura de masas ya no se sustenta en proyectos editoriales, en libros, ni siquiera en la prensa, ni en la Universidad o en la Academia: se gesta y se difunde a través de la TV basura y de las redes sociales; tal proceso resulta demoledor, porque la hegemonía cultural parece pasar hoy día por Internet, ese gran vertedero al aire libre en que todo vale, todo se acepta y muchas veces se cree sin filtro alguno.
Cabe proponer una reflexión acerca de esta suerte de nuevo liderazgo molecular que protagoniza y caracteriza a esta nueva derecha política: no hay un solo líder (véase Andalucía, modelo a exportar desde esta orientación política); su liderazgo no se produce ni se construye a través de una gran corriente ideológica sino que va sembrando semillas (de odio y de exclusión) a través de exabruptos dialécticos cada vez mayores.
Cabe recordar que esta orientación no es nueva: ya en sus largos ocho años de oposición al Gobierno Zapatero el PP acuñó un modelo de oposición y de hacer política basado o centrado en la confrontación; quedó así, como hoy, convertido casi en un partido antisistema, que reclamaba por ejemplo la desobediencia ante las reformas educativas que planteó el Gobierno socialista. Esta inercia ha quedado ahora reforzada con el sobrevenido liderazgo de Pablo Casado, que descansa sobre estas bases: buscar la bronca permanente, la descalificación y la crispación continua, jugar a la adhesión o al odio como únicas opciones, “ser o de los míos o mi enemigo”. Este tipo de dialéctica de confrontación parece poder conferir, en apariencia, ciertos réditos electorales, pero en realidad se acaba, tarde o temprano, volviendo en contra de quien la exhibe.
Este continuo recurso a la ocurrencia como única forma de reacción política tiene otra derivada dialéctica más sutil: el recurso al eufemismo para tratar de ocultar la realidad de sus propuestas políticas. El acuerdo entre el PP y Vox para la ya materializada investidura del nuevo presidente de la Junta de Andalucía comprende 37 objetivos, muchos de los cuales marcan esa acusada tendencia hacia la falsedad conceptual que podría plasmarse en un lema similar a éste: “lo que vale en política es lo que digo, no lo que en realidad hago”.
En el terreno educativo cabe recordar cómo los propios dirigentes del PP jugaron durante pasadas legislaturas al boicoteo de la Educación para la ciudadanía.
Esta tendencia ha sido ahora adaptada a su propio doctrinario ideológico cuando en el pacto con Vox subrayan que ha de evitarse cualquier injerencia de los poderes públicos en la formación ideológica de los alumnos; y que ha de permitirse excluir que los padres puedan excluir a sus hijos de la formación no reglada por actividades complementarias o extraescolares cuando sean contrarias a sus convicciones. En realidad hablan de educación para poder, tras su invocación calculada, sostener e implantar una segregación tan calculada como inmoral. Y sin rubor llaman o califican como adoctrinamiento el hecho de educar a nuestros hijos e hijas en igualdad.
Sobre el civismo fiscal y la necesidad de lograr que la ciudadanía comprenda que solo con impuestos es posible disponer de recursos para la prestación de servicios públicos de calidad, la receta del renovado PP en su pacto con Vox pasa por una denominada “reforma fiscal” (en realidad son toda una serie de medidas económicas que son un dislate neoliberal) que contempla la bonificación del 99% del impuesto de Sucesiones y Donaciones (es decir, su supresión lisa y llanamente) y la bajada del tramo autonómico del impuesto del IRPF. Ahora, eso sí, reivindican la igualdad efectiva de derechos y obligaciones de todos los españoles independientemente del lugar en el que residan. ¿Cabe mayor cinismo? ¿Quién va a pagar esos servicios públicos en Andalucía si deja de existir músculo fiscal para satisfacer las necesidades de la sociedad andaluza?
Todo forma parte de una calculada estrategia dialéctica que consiste en no llamar a las cosas por su nombre; la escritora Elvira Lindo recordaba cómo esta nueva política “sin complejos” de la derecha más abrupta disfrazada de centro derecha demoniza a las feministas y niega que la violencia contra las mujeres tenga base educacional, o cómo al hecho de compensar a las víctimas del franquismo le llaman promover el rencor y a su intento por lavar la cara de Franco lo califican como concordia. Por último, en plena coherencia con sus postulados, construyen el relato de una sociedad rodeada de amenazas (la inmigración, la delincuencia, el musulmán) y tras despertar el miedo y el temor hacia el desconocido, tras estigmatizarle y señalarle como chivo expiatorio, proponen soluciones drásticas y contundentes.
¿Cómo combatir esta ola de populismo? Sin caer en sus provocaciones pero sí confrontando cívicamente mediante el debate sobre ideas, sobre sociedad, sobre convivencia, sobre diversidad, sobre ciudadanía. El antídoto no puede ser más populismo, sino responsabilidad compartida entre políticos y sociedad civil. Nos va mucho en ello.