El PP se está enredando. Ambiciona en grado sumo el poder de un territorio tan emblemático como Andalucía que no repara en gastos, o en desgastes para conseguirlo. Con su segundo peor resultado electoral en esta tierra de señoritos con mayoría de jornaleros y peonadas tiene en la mano de la ultraderecha desquitarse de una vez del yugo socialista, cuatro décadas después. Y no quiere desaprovechar la ocasión aunque asoma por el horizonte un via crucis de renuncias y sumisión propio de su débil representatividad con solo uno de cada cuatro parlamentarios elegidos. Lo acaba de sufrir con la enésima bravata de Vox -le quedan muchas más- relativa a su inmundo desprecio hacia la violencia de género. Sin embargo, aún esperan su turno, entre otras exigencias totalitarias, la inmigración, la familia, la centralización o la nomenclatura de las consejerías. Ciudadanos, mientras tanto, no sabe dónde meterse para tapar sus vergüenzas, envuelto en una negociación que, sin duda, erosiona su perfil democrático hasta límites comprometidos para un futuro inmediato.

En medio de las mediáticas negociaciones para presidir la Junta de Andalucía que se antojan tormentosas, Santiago Abascal se siente poderoso como nunca imaginó -ni él ni quienes le conocen- tomando las bridas de su caballo campeador ante la endeblez de sus antiguos compañeros del PP. El guerrillero líder de Vox se ha situado desafiante en mitad del tablero partidista con la baraja en su mano. Asistido de una inquietante proclama reaccionaria que basa buena parte de su (in) consistencia en la testosterona política de sus exigencias ha metido el miedo en el cuerpo a derecha e izquierda. Ahí es donde se siente poderoso este partido de aluvión, alentado por un inconformismo sociológico creciente que aúna entre sus votantes el rechazo a los movimientos independentistas, la insolidaridad con la emigración y el revival franquista. No hay sitio para la razón sino para la intransigencia. La ultraderecha no entiende de matices sobre todo cuando juega a favor de la corriente, como ocurre ahora en el pulso que sostiene con PP y Ciudadanos, sometidos ambos al peaje cruel de su debilidad.

La irracional apuesta testicular de Vox, no obstante, tiene su límite en el alarmante frontispicio de unas nuevas elecciones. La imposibilidad de constituir un gobierno de derechas en Andalucía recaería sobre sus espaldas y así comprometería en exceso la suerte de este nuevo partido unionista ante su segundo examen. A cambio, esta hipotética repetición de los comicios beneficiaría a muchos de quienes ensancharon la abstención el 21-D y ahora, en cambio, sienten el peligroso hormigueo de ese discurso ultramontano que veja a la mujer, descose las autonomías y desaira la convivencia. No llegará la sangre al río para regocijo de José María Aznar y la cruzada de Faes porque el PP pondrá todo de su parte para impedirlo. Pablo Casado se pondrá, por primera vez, a los pies de Abascal. Posiblemente no será la última. Hasta entonces, Abascal y ese alumno aventajado del fanatismo que es el exmilitar Javier Ortega habrán atormentado con sus exigencias. Disponen de casi un mes para inocular el germen de la discrepancia entre sus compañeros de viaje y a buen seguro que lo van a procurar con aviesa malicia. Los populares lo acusan porque sienten cada día más el calor de la brasa y pueden desfigurarse en el lógico empeño de investir a Juanma Moreno (a partir de ahora, Moreno Bonilla). Ciudadanos, a su vez, encaja la presión del momento pero tampoco se rasgaría las vestiduras si la derecha se estrellara ante Vox. Albert Rivera respiraría hondo ante el horizonte del mayo electoral y por el camino se habría asegurado la presidencia del Parlamento andaluz paradójicamente después de haber mantenido durante los últimos cuatro años a Susana Díaz en el poder. El cargo no es baladí. La nueva presidenta, de hecho, está en condiciones de impedir a la lideresa socialista presentarse a la investidura si con anterioridad no demuestra que, asegurándose el apoyo de Adelante Andalucía, suma más votos que PP y C´s juntos.

Desde su descanso canario, mientras Miquel Iceta vuelve a enardecer el debate soberanista, Pedro Sánchez prefiere que la derecha se cueza en la salsa de sus exigencias para crear así la suficiente alarma social. Nada más cruel, entiende el presidente y con él la mayoría que lo sostiene, que la coincidencia del asesinato de una mujer a manos de su excompañero y el desprecio de Vox hacia la violencia de género. La testosterona también tiene sus contraindicaciones.