Perder la moción de censura ha provocado inaceptables salidas de tono de algunas voces del PP, dejando al descubierto su miedo a las siguientes decisiones judiciales. Por eso, imagino que parte de su militancia estará pasando vergüenza al ver cómo sus líderes han perdido el control: a nadie le gusta que le desalojen del Gobierno pero Rajoy podría haberlo solucionado dimitiendo, tal como le han insistido desde el estrado. El responsable de todo este lío es el propio Rajoy pues al renunciar habría posibilitado mantener la presidencia en su partido para ganar tiempo y preparar las siguientes elecciones. Enrocado en la posición menos inteligente ha provocado el caos en sus filas. Al perder el poder, quizás su propia gente esté ya afilando los cuchillos y salgan a la luz los líos que se tapan cuando hay algo para repartir.
Ahora puede que se lo hagan pagar caro en casa quienes han sido cabeza de turco en esa huida hacia delante que ha terminado con lo que ya se sabía: que el PP era beneficiario, como persona jurídica, de un sistema de corrupción institucional. Y quizás le suceda lo que a tantos y tantas que pasaban de estar en la cima a que se filtraran sus cuentas en paraísos fiscales y otros ejemplos de la indeseable corrupción institucionalizada. Eso casi seguro que salía, sale y saldrá desde dentro del propio partido.
La moción de censura que ganó ayer Pedro Sánchez con los votos de la mayoría parlamentaria tiene la virtualidad de aplicar la higiene democrática quitándonos de encima a un partido, un gobierno y un presidente que incluso en los últimos días no han estado a la altura de las circunstancias. Podría haber renunciado, podrían haber reconocido la corrupción y al menos mostrar un mínimo de arrepentimiento comprometiéndose con su regeneración? En fin, estoy haciendo política ficción.
Pedro Sánchez ha conseguido la presidencia con más sorpresa que talento. Salir del paso en un debate es fácil; por el contrario, es muy difícil cumplir con la palabra dada a unas y otras fuerzas políticas de tan distinta adscripción nacional e ideológica. Si algo ha quedado claro en la crisis catalana ha sido su posición de cerrazón y nulo reconocimiento a las naciones que soportamos el Estado español (en el debate se reafirmaba en su defensa de la unidad española). Las fuerzas nacionales catalanas y vascas le han votado como mal menor, esa es la única justificación a sus votos positivos; pues hasta ahora no hay nada que nos permita suponer su respeto a la decisión de las ciudadanías vasca y catalana.
Sin embargo, hay que reconocerle que la moción de censura, que parecía improbable al principio, le ha salido muy bien, sobre todo de puertas adentro de su partido donde no parecía un líder asentado. Felipe González afeaba el otro día la posibilidad de ese gobierno de Sánchez que “con 85 diputados y con gente que quiere liquidar España y trocearla... no, no, no, un Gobierno así no puede enfrentar los desafíos que tiene España”. Aún con todo, ser presidente le permitirá jugar a líder y estratega y también preparar a su partido para las elecciones de las que últimamente había salido muy debilitado.
Ojalá demuestre lo contrario pero, mientras tanto, poca credibilidad tiene quien anunció una nueva propuesta de reforma legal para agravar las sanciones a cargos públicos que no compartan la sacrosanta unidad española, modificando el llamado delito de rebelión. No sé si aplicar a Rajoy lo de Guatemala y a Sánchez lo de Guatepeor o viceversa.