En política, los milagros existen. Ahí está Pedro Sánchez para esceni?carlo en carne propia. Si Mariano Rajoy no lo evita esta mañana con una dimisión a la que se resiste para no asumir en solitario la indignante mochila de la corrupción del PP, el líder socialista se encontrará con una presidencia de Gobierno que jamás imaginó sobre todo cuando encajó el peor resultado electoral del PSOE -84 de 350 escaños- en la actual legislatura donde, además, desistió de su condición de diputado. Todavía sorprendido, como admitió varias veces él mismo en un desprendido ejercicio de sinceridad por un desenlace que nunca tramó frente a unos sondeos adversos, el secretario general socialista se dispone a ensayar una complicada pirueta. Ahora, tras asegurarse los votos su?cientes para sacar adelante en un abrir y cerrar de ojos una moción de censura que, paradójicamente, arrancó sin crédito alguno por su inconsistente, Sánchez se juega a contrapié la última carta de su futuro político. Lo intentará sobre un terreno minado, con un respaldo raquítico para tan hercúlea empresa -“demuestre que tiene un gobierno más fuerte que el del PP”, le ha emplazado Pablo Iglesias- y rodeado de fuego y gasolina por una concatenación de exigencias demasiado comprometedoras en el arranque de un nuevo tiempo político como son Catalunya, la fragilidad parlamentaria y el consenso para la próxima cita electoral.

Sánchez, y con él decenas de socialistas, siente vértigo por el desafío que entraña este paso adelante, ajeno a su propia hoja de ruta. Hasta tal punto lo asume que desde el primer minuto pidió con insistencia a Rajoy que se fuera para así acabar con la función y alejar semejante cáliz envenenado. Pero el presidente, sostenido por una dialéctica solvente y a veces despectiva hacia su rival, se resistió desa?ante porque no se cree digno de semejante humillación. Al menos hasta anoche.

Sin embargo, se antoja difícil que la sensación de descalabro estructural que recorre a estas horas por las alicaídas venas del Partido Popular podría conseguir ?nalmente que el presidente rebajara su soberbia y así volteara un escenario tan inédito.

La alegría de los Presupuestos ha resultado todo un espejismo. Bastó apenas la ausencia de descortesía parlamentaria de Rajoy en la sesión vespertina para sustentar el presentimiento de que la suerte ya estaba echada más allá del trágico poemario re?ejado en la desmoralizada bancada del PP. Para entonces, después de una pelea para saber quién era más corrupto entre los dos partidos, ya se había extendido con solvencia el rumor del voto a?rmativo del PNV. Y había muchos que se resistían a creerlo tras haber escuchado el deslavazado discurso de Sánchez que no levantó pasiones más allá del canario Quevedo y el valenciano Baldovi.

Al candidato le bastaba con sus signi?cativos guiños al nacionalismo catalán -“me ofrezco al diálogo”- y vasco -”cumpliré los Presupuestos aunque no son los nuestros”. Mientras, Rivera se irritaba al comprobar cómo el nuevo presidente “se ha puesto en manos” de quienes “quieren romper España”.