ALGO, o mucho, huele a podrido en la España política. Como si alguien hubiera levantado la tapa de esa olla hirviendo a fuego lento durante unos años que destila un insoportable olor pestilente. No es nada nuevo, sino una cuestión cíclica. Aparece, liquida levemente las cuentas con sus efectos mediáticos, pero acaba volviendo con impunidad. Ocurrió con el estruendo de las incontables corruptelas que apenas provocaron daños colaterales en comparación con sus estragos más allá de perder el PP levemente su mayoría absoluta. Y ahora regresa la depravación en modelo máster ensuciando no solo el prestigio universitario sino la catadura moral de demasiados políticos. Cristina Cifuentes ya no es desgraciadamente un caso aislado. Quizá sea la obscena punta del iceberg de una práctica silenciada mucho tiempo dentro y fuera de Madrid y que empieza a desvelarse gota a gota -Pablo Casado, 200 policías, el Franco socialista, un podemita gallego, de entrada- para vergüenza de la plaza pública. O, tal vez, la disculpa perfecta para que Mariano Rajoy desoiga, por enésima vez, las voces incesantes que le exigen ejemplificar una auténtica regeneración democrática; en este caso, acelerar la dimisión (in)voluntaria de la actual presidenta de la Comunidad de Madrid. A esperar.
Rajoy vuelve a jugar con fuego, aunque en esta ocasión el incendio ha prendido con fuerza. No es baladí recordar que el presidente sigue gobernando después de haber soportado durante meses la humillante acusación de su propio gerente en el cobro irregulares de dinero negro. Acaso porque confía en su baraka permanente busca ahora que la sucesión de nuevos escándalos de currículos inflados en otros partidos distraiga la presión sobre su presidenta de adhesión inquebrantable y confidente privilegiada. No es descartable que sus enemigos se lo pongan fácil una vez más. Podemos, de hecho, ya empieza a abrirse en canal cuando menos lo necesitaba. En el caso del PSOE, tampoco su nuevo líder madrileño se salva de la quema universitaria. Así, Ciudadanos lo tiene todo a favor menos un candidato ilusionante para aprovecharse con holgura de las desgracias ajenas. Solo le queda esperar unas semanas a cobrarse la pieza, sabedor de que al PP le resultará insostenible aguantar por más tiempo a la combativa Cifuentes. La carga de la prueba definitiva contra su zafio engaño consentido se antojará demoledora en breve en medio del desprestigio diario insoportable que suponen miles de ácidos memes en las redes.
Los ‘populares’ contienen el aliento mientras maldicen la mala racha que les diezma. Nada les sale bien, sobre todo a partir del ‘procés’, allí donde puede situarse el origen de su hundimiento electoral en Catalunya y de su creciente miedo escénico hacia Ciudadanos. Sin embargo, siguen sin aprender la lección, empecinados en el inmenso error de fiar únicamente al imperio de la ley la suerte del desafío político más consistente en la democracia española. Es así como el juez Llarena ha ocupado lastimosamente el vacío que dejó el fracaso del puente aéreo de Soraya Sáenz de Santamaría. Con sus decisiones cada vez más cuestionadas desde el ordenamiento europeo, pero judicializando hasta la asfixia una acción institucional solo desde la presunción, también en este territorio la situación se entraña insostenible. A ella, además, contribuye la obstinada pretensión desde el independentismo de afianzar su desafío permanente contra la ley de un Estado firme en la unidad territorial, alentados, sin duda, por las recientes resoluciones europeas que han desbaratado las argumentaciones de Llarena y desairado al Gobierno español.
En paralelo, el calendario urge las decisiones más trascendentales en Madrid y en Barcelona. Hay fechas marcadas en rojo y todos lo saben. Cifuentes, o mejor dicho Rajoy, sabe que la moción de censura no espera, al tiempo que Ciudadanos contamina el ambiente con una encuesta incendiaria que estremecería al PP si no fuera tan interesada.
Puigdemont, en cambio, se siente cómodo instalado en su euforia tan incontestable que le permite arriesgarse ante unas nuevas elecciones. Sabe que si así ocurriera habría endosado a su enemigo ancestral la dura derrota de unos Presupuestos prorrogados por culpa del 155. Además, seguiría siendo el máximo favorito en las urnas para desesperación de una ERC que sigue rumiando todavía aquellas bravatas de Gabriel Rufián y Marta Rovira que desbarataron en dos tuits el firme propósito del entonces presidente de la Generalitat de convocar elecciones y olvidarse por un tiempo de la República.