Todos vimos lo que pasó y todos teníamos la convicción leal, íntima y pública, de que en lo que sucedió tanto en las movilizaciones ciudadanas que tuvieron lugar los días 20 y 21 de septiembre como el 1 de octubre de 2017 en Catalunya no hubo violencia, más allá de la policial. Pero la actuación de unos jueces salvapatrias, que juegan a la ingeniería jurídica con tanta determinación y voluntad como indisimulo, llevó el impulso político hasta sus últimas consecuencias bajo la fraudulenta acusación del delito de rebelión contra el Govern y otros líderes independentistas, única manera de enviarlos a prisión, siquiera de manera provisional, que era el objetivo prioritario.

La huida/exilio de Carles Puigdemont y otros procesados, tan criticada y ridiculizada, ante esta cruzada ha resultado, finalmente y pese a los altibajos y evidentes errores cometidos, reveladora y un éxito en términos tanto políticos como judiciales. Y personales. La puesta en libertad del expresident por parte de la Justicia alemana y la desactivación que supone esta contundente decisión de la acusación del delito de rebelión que sobre él pendía por decisión del juez Pablo Llarena son la prueba palpable. Puigdemont está libre y su periplo ha dejado en ridículo al Estado español, a la justicia española, a la política española y a los medios de comunicación españoles.

He ahí el dato: ha tenido que ser un tribunal europeo -vendrán más: Suiza, Escocia, Bélgica...- el que, una vez más, abra los ojos y el paso a la verdad.

Porque, en efecto, todos habíamos visto lo que pasó, más allá de los informes de parte de la Guardia Civil. También la magistrada Carmen Lamela, que en su auto de ayer procesó al exmajor de los Mossos, Josep Lluís Trapero, por sedición y no por rebelión, porque, según argumenta, en los hechos de aquellos días en Catalunya “no se empleó la violencia”. ¿Pero en qué quedamos?

El caso es que la puesta en libertad de Puigdemont y su más que probable regreso a Catalunya con sus derechos políticos a salvo va a tener varios efectos secundarios de gran impacto. Por una parte, ya no se podrán sostener las acusaciones de rebelión contra sus compañeros y, por tanto, deberían ser puestos también en libertad de forma inmediata, incluidos los Jordis, salvo que España quiera sostener el ridículo. Por otra, supone un espaldarazo de primer orden a la figura, carisma y proyección política de Puigdemont. Podrá ser, con mucha probabilidad, president de la Generalitat, a no ser que la ingeniería jurídico-política de Llarena vuelva a inmiscuirse, que no es en absoluto descartable.

Pero, además, el procés puede salir aún más reforzado tanto a nivel interno en Catalunya como en Europa, tras el éxito de la internacionalización que han protagonizado Puigdemont y los suyos.

España está a punto de experimentar lo que suele denominarse gráficamente como salirle a uno el tiro por la culata. Catalunya abre ahora una nueva fase, muy incierta. Volvemos a empezar. Que esta vez, al menos, impere el sentido común.