Viendo cómo va el mundo, cada vez cuesta más encontrar noticias que animen a pasar del primer párrafo y nos hagan confiar en el género humano o en un futuro mejor. ¿Quién lee con indiferencia que criaturas adolescentes violen a su hermana o a un compañero de colegio o atraquen y asesinen en la calle a un honrado ciudadano?
Me resultaría muy fácil colocar aquí una frase grandilocuente, o incluso populista, echando la culpa a la falta de valores de esta sociedad nuestra (ya se sabe consumo, individualismo?como si no tuviera nada que ver con cada uno de nosotras y nosotros). Pero se trata de mucho más; tanto como que la responsabilidad es compartida por quienes la componemos. Que quede claro que no entono ningún mea culpa de tres al cuarto porque también estoy harta del buenismo permisivo de la falta de orden y disciplina, o de pensar que se puede vivir sin obligaciones y sin deberes ciudadanos. De ahí a dar por buenos la mala utilización de los recursos públicos, el fraude y una larga lista de despropósitos va un paso. O nos ponemos las pilas exigiendo responsabilidades a quien va contra el bien común o esto se va al garete.
El escarnio contra Catalunya sigue llenando tanto espacio que nos ahoga, aunque, sin duda, menos que a los y las catalanas que confiaron en que en democracia se pueden defender todas las ideas y que el pueblo puede decidir (bonita apelación a la nada para los jerarcas de tantos sitios). Se equivocaron como tanta gente aquí en Euskadi.
A estas alturas confiar que en España se respeten y acaten voluntades mayoritarias distintas a su uniformidad expoliadora y atosigante es casi imposible. Podremos intentar llegar a acuerdos puntuales que variarán en sus resultados más o menos a favor de nuestros intereses, siempre y cuando la debilidad del gobierno de Madrid así lo permita, pero- no nos engañemos- poco más podrá ser el resultado. Se está viendo en la ponencia sobre autogobierno en el Parlamento vasco: ¿el derecho a decidir? ni nombrarlo, nos dicen; de ponerlo en práctica ni hablamos. ¿Cómo puede haber acuerdos con quienes exigen que doblemos la cerviz continuamente?
Entre quienes disfrazan con palabrería su negativa a reconocer los derechos del resto- aunque manteniendo convenientes acuerdos en el gobierno o en las diputaciones- escuchábamos hace unos días al Sr Pastor del Partido Socialista, que nos coló una frasecita de hacer historia: El derecho a decidir es legítimo, pero no se puede imponer a los vascos (¿y lo español si?). Otro proverbial ejemplo nos lo dio Albert Rivera que, engordando su peligroso discurso ultra, afirmaba que los nacionalistas son insaciables en el privilegio y en la división. Que conste que el lenguaje androcéntrico no igualitario de los dos no es mío.
En todo este lío de podéis pero no os dejamos es loable la posición del Lehendakari que insiste con demasiada buena fe en el acuerdo entre diferentes y en que en el 2018 se pueda articular un texto entre los partidos para votarlo en referéndum.
Leía el fin de semana pasado en este mismo periódico un estimulante artículo de José Ramón Blazquez. Coincido con él en la sensación de atolladero en la que se encuentran los derechos nacionales vascos.
¿O nos rendimos y abandonamos o qué? A veces pienso que nos queda poco más que lo primero.