Esta expresión francesa, que en un principio tuvo significado aplicado al urbanismo para designar una vía con un único punto de entrada que es también el único de salida, acabó como metáfora para indicar algún pensamiento o alguna acción que no conduce a ninguna parte, una situación problemática sin posibilidad de ser resuelta.
Las elecciones postizas del 21-D han derivado en un cul-de-sac tan lamentable como previsible. La aritmética electoral ha dejado las cosas como estaban, o peor, porque con un resultado prácticamente similar al de 2015 hay que afrontar la nueva etapa política con una decena de candidatos encarcelados o exiliados y con el hacha amenazante del artículo 155.
Aquí no ha servido de nada la proclamación de la República, que acabó con una procesión de furgones policiales llevando a la cárcel a los proclamadores que no eligieron el exilio. Tampoco ha aportado beneficio alguno la usurpación del poder catalán por parte de Rajoy, que acabó con su candidato y su partido en situación residual. Tampoco han sido rentables los miles de maderos y beneméritos acuartelados, que abandonaron el Piolín protestando por el rancho navideño. Ningún provecho va a sacar la triunfadora Arrimadas, que ni siquiera se atreve a tomar la iniciativa que le corresponde para formar Gobierno. Quedan también en el aire el recuento de parlamentarios que devolvería el poder al independentismo. Flor de un día fue la algarabía de editoriales y banderas que “en Madrid” celebró el triunfo (?) del unionismo. Más no vista que vista quedó la verborrea tan palaciega como vacía del sucesor Borbón. Nada de lo sucedido desde el día 21-D ha aportado ninguna salida al cul-de-sac del conflicto catalán.
A poco que uno se asome a cualquiera de los puntos del conflicto, podrá comprobar que lo único que permanece estable es la inestabilidad. Y es que a pesar de que los paladines del artículo 155 venían anunciando que la mayor participación iba a favorecer a los constitucionalistas/españolistas/unionistas, por aquello de la mayoría silenciada, resultó que ese plus de participación se repartió casi a partes iguales entre los dos bloques y dejó las cosas como estaban.
El callejón sin salida, una vez constatado el resultado, lleva a la conclusión exasperante de que Junts per Catalunya se empeña en designar como president a Carles Puigdemont, empeño que sería loable si no fuera porque el fugado a Bruselas será detenido y encarcelado en cuanto pise terreno catalán, o español, según se mire. Un Puigdemont que, para que no falte de nada en el embrollo, según sus encendidas proclamas sigue enrocado en retomar ese procès que ha acabado en desastre por obra del 155, guillotina vigente en el caso de que el fugado pretenda volver a las andadas. Entrando por este camino no se vislumbra otra salida que mantener como president a un ectoplasma, misma solución que si Esquerra apostase para el puesto por el actual encarcelado Oriol Junqueras, otro firme y recalcitrante apostador por el procès.
Ya puestos a avanzar a ninguna parte, no hay que olvidar que para que el independentismo logre de nuevo la mayoría absoluta son necesarios los votos a favor o la abstención de los cuatro electos de la CUP, esa amalgama con tendencia al maximalismo, que no solo condicionó de manera decisiva la huida hacia delante de Puigdemont, sino que como se mantenga en vigor el 155 podría verse ilegalizada como lo fue Batasuna. Ilegalizada porque sí, por puro impulso político, por una Ley de Partidos que en su día apoyó CiU. De momento, ya van siendo detenidos algunos de sus concejales para calentar el ambiente.
Todo sigue en el aire en Catalunya, nada se ha resuelto ni tiene aspecto de resolverse. España canoniza a Inés Arrimadas, sataniza a Puigdemont, insiste en que el constitucionalismo gana en votos y amenaza con su chulería rojigualda de primo de Zumosol. El republicanismo independentista catalán apela a sus poderes institucionales y a la mayoría incuestionable en favor del derecho a decidir, pero lo único que puede ofrecer es su real desconexión de España, que no es poco. Ni la democracia ha sido restablecida en Catalunya a cuenta del 155, ni parece que ninguno de los dos cincuentas por ciento esté dispuesto a ceder.
El conflicto catalán ha pasado, está pasando y seguirá pasando por encima de cualquier otra preocupación política y mediática en España. Todos enfrascados en ese cul-de-sac, dándose de bruces contra la misma pared, sumidos en la impotencia y la melancolía. Mientras tanto, los corruptos campan a sus anchas, sus miserias judiciales se siguen con sordina, sube la electricidad, se estanca el paro y acecha la cuesta de enero.