La capacidad de evolución en los principios políticos propios es señal de inteligencia y sentido de la realidad. El sometimiento a bases ideológicas inmutables, por el contrario, acaba por condenar al sometido al rincón de las fidelidades inquebrantables, que es lo mismo que al aislamiento y al fracaso.

En el sentido positivo de cambio y evolución llamaron la atención las manifestaciones del parlamentario de EH Bildu y figura emergente en la coalición Iker Casanova, dejando caer la posibilidad de un acuerdo para el nuevo estatus de autogobierno para Euskadi entre EH Bildu, PNV y Elkarrekin Podemos, un acuerdo basado en el blindaje del autogobierno y la bilateralidad con el Estado. Una declaración que a primera vista resulta sorprendente por cuanto viene casi a coincidir con la postura históricamente defendida por el PNV, pero que queda en la incertidumbre cuando Casanova añade a esa bilateralidad el apéndice real, sin aclarar suficientemente su significado.

La izquierda abertzale y, por extensión, EH Bildu, ha rechazado desde siempre el posicionamiento jeltzale a día de hoy defendido y proclamado por el lehendakari, Iñigo Urkullu, de relación bilateral, de igual a igual, con el Estado a efectos de consolidar el autogobierno vasco. Las declaraciones de portavoces de ese sector político han sido constantes y contundentes, y quizá con más énfasis a medida que iba avanzando la euforia del procès catalán.

El 7 de agosto de 2017 Pello Urizar, secretario general de EA, conminaba al PNV a “dejar de contraponer el modelo vasco de bilateralidad respecto al modelo soberanista catalán”. El coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi, animaba el pasado mes de octubre a “emprender la vía unilateral a imitación de la que ahora enciende Catalunya”. El 6 de septiembre, la portavoz de EH Bildu, Maddalen Iriarte, declaraba que con la aprobación unilateral de la Ley de Referéndum, “el pueblo catalán da una lección al pueblo de Euskal Herria”. Sortu, en una reflexión fechada el 28 de septiembre sobre la situación del procès, afirmaba que “el proceso soberanista catalán, basado en la actuación unilateral de Puigdemont frente a la bilateralidad que defiende el lehendakari, Iñigo Urkullu, para llegar a una consulta legal y pactada, constituye el modelo a seguir”. Y para que no faltasen adeptos, el 5 de septiembre entraron al trapo también los dos sindicatos abertzales ELA y LAB anunciando que “apuestan por propiciar alianzas entre las formaciones políticas de izquierda y el movimiento sindical, con el fin de impulsar un proceso soberanista unilateral”.

Todas estas declaraciones de principios, contextualizadas en el ardor de las movilizaciones que acompañaron los pasos decisivos hacia la proclamación de la República de Catalunya, mantenían con la vehemencia propia del momento histórico lo que venía siendo doctrina inmutable de la izquierda abertzale: el rechazo absoluto del principio de bilateralidad para lograr la soberanía del pueblo vasco. Un rechazo fundamentado, sería absurdo negarlo, en la disputa por la hegemonía abertzale que enfrenta a EH Bildu con el PNV.

Pero? después de visto todo el mundo es listo y después de comprobar el descalabro del procès y de la vía unilateral, Iker Casanova apela a la bilateralidad para lograr el blindaje del autogobierno aunque añade a esa bilateralidad el apéndice real sin aclarar en qué consiste esa realidad. Habrá que adivinar si esta alusión con apellido al anatema de la bilateralidad es fruto del escarmiento tras el fiasco del procès, o la obstinación en no coincidir en el término con el adversario, o se trata de una saludable evolución del principio inmutable de la unilateralidad tan profusamente reiterado, de una rectificación derivada del puro realismo.

Insiste Casanova, y quizá ahí está la clave, en que con el PNV y Elkarrekin Podemos hay un punto de partida compartido en torno a lo fundamental, aunque luego “existen distintas metodologías e interpretaciones de la bilateralidad”. EH Bildu estaría dispuesta a explorar la vía bilateral, pero partiendo de que se trata de un concepto idílico, porque el Estado respondería con un portazo según doctrina al uso de la coalición abertzale. Quizá Casanova apeló al concepto real como sucedáneo de imposible, dada la previsible respuesta del Estado. Quizá todavía lo complicó más al anunciar que EH Bildu estaría dispuesta a debatir sobre la metodología de esa bilateralidad, debate etéreo que tampoco concretó, más allá de advertir que una relación de igual a igual no es realista.

Con todas estas incógnitas al aire, a la espera de que EH Bildu defina con más claridad en qué consiste esa bilateralidad real, es gratificante comprobar que admite una evolución en sus principios inamovibles. Aunque solo sea en el discurso.