Cuatro citas para renovar el Parlament, dos elecciones municipales, tres comicios generales, unas europeas, un proceso participativo a modo de consulta y un referéndum sobre la independencia. Hasta una docena de veces en los últimos ocho años habrán pasado por las urnas los catalanes el próximo 21 de diciembre en un proceso, con divorcio incluido respecto a España, donde se ha disparado la apuesta por un Estado independiente, se ha producido un vuelco interno dentro de los dos grandes bloques que dominan la escena -secesionista y constitucionalista- y se han cuarteado prácticamente todos los partidos, fagocitando varias marcas, empujando a otras y gestando una amalgama de asociaciones, organismos y movimientos que han convertido la política catalana en un jeroglífico.
Que el sentimiento independentista se ha multiplicado desde 2010, con la sentencia del Tribunal Constitucional (TC) sobre el Estatut, lo constatan todos los barómetros del Centro d’Estudis d’Opinió (CEO), con sus aristas, hasta el más reciente del pasado 31 de octubre que otorgaba un 48,7% a los partidarios de la ruptura, mientras que los que se oponen retrocedían hasta el 41,1%, la distancia más elevada desde que se hace este estudio. Algo que en las urnas no se traduce masivamente en una diferencia entre el número de votantes independentistas y quienes avalan la unidad con sus distintos encajes. Es más un trasvase de sufragios entre los partidos de uno y otro bando, amén del cambio ideológico mostrado por alguna formación.
El TC ‘cepilla’ el Estatut
Cuando el socialista José Montilla traspasó el bastón de mando a Artur Mas en 2010, CiU pulverizó los registros en la convocatoria a la Cámara catalana al obtener un 39,5% de los votos y 62 escaños, más del doble que su perseguidor, el PSC, con 28 (18,9%), los 18 (12,7%) del PP, los 10 (7,6%) de ICV, otros 10 (7,2%) de ERC, los 3 (3,4%) de Ciutadans y los 4 (3,3%) de Solidaritat, la marca de Joan Laporta. Eran los tiempos de la Convergència transversal, donde se integraba Unió pero se apelaba ya menos a la sociovergencia, y es que hasta entonces el guiño más significativo de CiU con el independentismo había sido escoger a Ramon Tremosa, cercano a los republicanos, como número uno a las europeas, así como el apoyo a una marcha secesionista en Bruselas, curiosamente el feudo donde se encuentran exiliados el president cesado Carles Puigdemont y varios de sus consellers. Este señuelo pudo hacer que votantes independentistas reforzaran la opción convergente. Por entonces el anhelo rupturista no traspasaba la barrera del 20%, hasta que en julio de ese año la sentencia del TC fue respondida con una masiva manifestación que no fue exclusivamente de corte secesionista ya que acudieron miembros del PSC. Habitualmente se alude a este hecho como el momento cumbre del crecimiento independentista, pero lo fue más entre la élite política de CDC, que empezaba a dar por roto el diálogo con el Estado y a enarbolar la bandera del derecho a decidir, aunque aún se pretendía llegar a una nueva financiación para Catalunya.
Además del cepillado del Estatut, lo que dinamitó los puentes fue la negativa de Mariano Rajoy a la propuesta de pacto fiscal de Mas, y en febrero de 2012 los que abogaban por la independencia alcanzaban ya el 29%. Antes de esa fecha se hicieron varias consultas en algunos municipios, entre ellos Barcelona, donde el expresident votó a favor. En paralelo, en septiembre de 2011 se había aprobado la reforma de la Constitución para introducir un techo de déficit que contó con la negativa de los diputados de CiU. El PP había ganado con mayoría absoluta en noviembre en el Estado, cuatro meses después de que los convergentes sacaran adelante los Presupuestos del Govern con la abstención de los populares. En ese tramo se habían realizado unas elecciones municipales donde CiU mantenía su hegemonía con el 28,3% de las papeletas, por delante del PSC (26,2%), un PP con tirón (13,2%), ERC (9,3%) e ICV (8,8%). La CUP seguía siendo residual con su lucha a pie de calle (2,2%), pero con el doble de apoyo que un inexistente Ciutadans (1,2%). En la cita a Cortes Generales, los convergentes lograron 16 diputados, por los 14 asientos socialistas y los 11 del PP, mientras que ICV y ERC obtenían 3.
El giro de Convergència
Pero entre febrero y septiembre de 2012 el independentismo creció 15 puntos, con el Gobierno del PP validando los Presupuestos con los mayores recortes jamás vistos y un aumento de los impuestos, lo que condenaba al Parlament a establecer también un tijeretazo sin precedentes. En marzo de ese año Convergència realizó su congreso y estableció como objetivo que Catalunya sea un Estado propio. Unas fechas en las que nace la Asamblea Nacional Catalana, Rajoy daba rienda suelta al rescate a la banca española y a la reforma laboral, y la preferencia rupturista ascendía hasta el 34% de los catalanes. Llegaba entonces el instante clave y el verdadero arranque del llamado procés.
A finales de julio el Parlament aprobaba el pacto fiscal para negociarlo a posteriori con Madrid, con la inmediata negativa del PP, en plena crisis económica. El 11-S, en la primera de las masivas Diadas, salen a la calle cerca de millón y medio de ciudadanos y se evidenció el giro de Mas hacia el independentismo, con CiU cercada por demasiados casos de corrupción. Ante la negativa de Rajoy, el entonces president adelantó las elecciones con la finalidad de hacer una consulta, a sabiendas de que ya el 44% de los catalanes apostaba por el Estado propio e independiente. Incluso el PSC aceptaba el referéndum siempre y cuando fuera pactado con el Estado.
Mas abona, ERC recoge
El clima efervescente benefició a ERC, capitaneada por Oriol Junqueras, y perjudicó al precursor de la iniciativa, que perdió 12 escaños (se quedó en 50, con el 31,1%), por los 21 de los republicanos (13,9%), mientras que el PSC bajaba hasta los 20 (14,6%), el PP subía uno (19 y 13,1%) e Iniciativa subía tres (13 y 10%). Asomaba Ciutadans con 9 asientos (7,6%) y la CUP (3,5%), que heredó los votantes del laportismo. Aplicando a toda CiU el espíritu rupturista, las tres opciones independentistas lograron 74 escaños y 1,7 millones de votos. El referéndum copó la legislatura, y en medio se produjeron unos comicios europeos donde el voto por ERC, que no ganaba unas elecciones desde los tiempos de la Segunda República, refrendaba que dentro del bando soberanista se había gestado un cambio de liderazgo, cercada además Convergència por las investigaciones de la Udef y los cuerpos policiales respecto a varios casos de corrupción, con el molt honorable Jordi Pujol perdiendo toda la aureola con la que crecieron generaciones de catalanes. Consiguieron los republicanos casi 600.000 votos con un 24,1% de respaldo, por el 22,2% de CiU, mientras que PSC-PSOE (14,5%) y PP(9,9%) sufrían la derrota del bipartidismo, con el 10,4% de sufragios para ICV y el 4,7% del incipiente Podemos. Ciutadans se quedó en el 6,3%. Enfrascado en la apuesta por el referéndum, acuñado ya como la consulta de Mas, esta derivó en un proceso participativo ingenioso que pudo saltarse todas las órdenes del Gobierno del PP para que las propuestas soberanistas acabaran en el Constitucional. 2,3 millones de personas volvieron a las urnas el 9 de noviembre para refrendar con el 88,9% de papeletas el sí al Estado propio e independiente, mientras que el 10% se quedaba solo en el Estado propio con otro encaje, posiblemente un federalismo que nunca ha terminado de cuajar. Mas y tres consellers acabaron en los juzgados por el desarrollo de esa jornada de votación.
En puertas del 50%
Las municipales de 2015 constataron el poderío republicano, que pasó al 16,6% de sufragios, mientras que CiU bajaba hasta el 21,8%, por no hablar del 17,3% de un implosionado PSC, hecho jirones, el 12,1% de la Entesa de izquierdas y el 7,7% de la CUP, que adelantaba al PP (7,6%) y a Ciutadans (7,5%).
El ímpetu por la consulta llevó a Convergència a romper con la ya extinta Unió, y tras meses de tensión, CDC y ERC pudieron consensuar una lista repleta de independientes y líderes de movimientos como ANC, Òmnium y Súmate, una plataforma, Junts pel Sí, que por sí sola se quedó a seis escaños de la mayoría absoluta, rubricada gracias a los 10 de la CUP. 1,9 millones de votos y un 48% de apoyo. El objetivo secesionista el 21-D sería traspasar la barrera del 50% y ganar por tercera vez consecutiva en escaños. Pero aunque desde el unionismo se aferraran a ese dato, ni mucho menos el constitucionalismo superó esa franja, ya que cuatro puntos se perdieron en los restos extraparlamentarios, y porque no se puede encuadrar a Catalunya Sí que es Pot, la marca de Podemos que se quedó en los escasos 11 parlamentarios, en ese bloque españolista. Comunes, Podem, EUiA, Som Alternativa no se encuadran en el bando del 155, que apenas roza el 40%, y que en ese 2015 abanderó Ciutadans, con su despegue hasta los 25 representantes, mientras el PSC de Iceta, que ahora integra a Ramon Espadaler (de Unió), salvó el honor con 15, por los 11 del PP.
República: del 1-O al 155
El rechazo de la CUP a la figura de Mas a punto estuvo de volver a provocar nuevas elecciones hasta que emergió la semblanza de Carles Puigdemont para llevar a cabo la hoja de ruta hasta la proclamación reciente de la república catalana y la consiguiente aplicación del artículo 155 de la Constitución por parte del Gobierno español para cargarse el autogobierno y encarcelar a consellers y a los líderes de la ANC y Òmnium, con el president cesado y exiliado en Bruselas. Las generales rubricaron el sorpasso dentro del mundo soberanista, el aval a En comú Podem con el deseo de que un vuelco en Madrid permitiera a esta fuerza establecer una consulta acordada, y el castigo a la derecha española, espoleada desde la capital del Estado tras lo acontecido el 1 de octubre pasado. Y es que el Govern consiguió de nuevo saltarse los resortes para dar la palabra a la ciudadanía, que esquivó actos violentos por parte de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad. 2,2 millones de personas pudieron votar, y en el 90% de los casos lo hicieron a favor de la independencia. La ley Wert que quería “españolizar” a los catalanes no surtió efecto. Junts per Catalunya, la marca de Puigdemont, ERC, quizás con Marta Rovira a la cabeza, y la CUP se arremangan para que el 27-D la república sea un viaje sin retorno.