Parece que se nos olvida, pero estas elecciones catalanas son atípicas desde su origen. Las convocó quien no tenía facultades para hacerlo antes de que se aplicara la ley de excepción del 155 aprobada en el senado y desarrollada a capricho por un Gobierno español que tiene las manos libres para hacer y deshacer en Catalunya sin responder ante el foro natural: el Parlament. Todo es, por lo tanto excepcional.

Añadida a esas peculiaridades hay otra circunstancia que convierte la campaña y los comicios en un experimento político de resultado impredecible: varios candidatos están encarcelados y otros no pueden salir de Bélgica (esta última circunstancia la eligieron ellos como mal menor). Incluso hay serias dudas de que quienes han sido excarcelados puedan expresar libremente su programa electoral bajo la amenaza de un auto judicial que anuncia la revisión de su libertad si reinciden en mensajes contrarios a la legalidad.

Con estos condicionantes asistimos a dos campañas paralelas. La de quienes dibujan unas elecciones al uso, como si nada excepcional las rodeara, y la de quienes están obligados a convertir sus mensajes electorales en un llamamiento a poner fin a la excepción. Es decir, que Arrimadas, Iceta, Domènech y García Albiol hablan de unas cosas y Junqueras y Puigdemont (ellos o por personas interpuestas) de otra.

Resulta molesto e indigno apuntar en el haber de los que quedan privados de libertad algún tipo de ventaja electoral ligada a su condición personal. Lo han hecho, a las claras, Albert Rivera y García Albiol. Para ellos, Junqueras tiene ventaja porque está en la cárcel, porque puede hacer “victimismo” y sus votantes le verán como un mártir. Es decir, te encarcelan y encima debes estar contento porque tienes la campaña hecha. Indignante.

Una variante de esta indignidad la ha aportado a la primera de cambio Pablo Iglesias, secundado por el inefable Monedero. Dicen ambos que “sin querer o quizás queriéndolo” el independentismo ha despertado el fascismo, como si ambas cosas fueran equivalentes y el perseguido tiene que pedir perdón por sufrir persecución. Allá ellos, pero si yo fuera Domenech e Iceta les pedía encarecidamente a Iglesias y a Sánchez que se quedaran haciendo los madriles, que de Catalunya ya se encargan ellos.

Y sobre la encuesta del CIS, un dato y una recomendación. El dato: la desviación de la misma encuesta en 2015 respecto a los resultados finales se tradujo en la atribución errónea de nada menos que 16 escaños. La recomendación: para Ciudadanos y medios afines que ya ven a Arrimadas como presidenta, recuerden la cara que se le quedó en Euskadi a Mayor Oreja y a Nicolás Redondo Terreros en 2001. Salvando las distancias geográficas y temporales, aquellos comicios recuerdan a estos que se avecinan.