¿Cómo explicar este vaivén gubernamental en un momento tan crucial para Catalunya? Pues solo se me ocurre una razón: que es crucial. Tanto que nadie se atreve a ser el primero en tirarse al precipicio del desconocido 155 y casi nadie está dispuesto a resistir el embate de tamaño atropello.

En menos de seis horas, Puigdemont aplazó tres veces sus planes públicos de comparecencia: iba al Parlament, se quedó en el Palau, anunció que comparecía cuando la opinión pública ya tenía asumida la convocatoria de elecciones, le rodearon su sede gubernamental, la de su partido, Gabriel Rufián le llamó Judas (“155 monedas de plata”), tres diputados se dieron de baja... y así estábamos cuando empezó el rosario de aplazamientos hasta que, por fin, otra vez en el Palau en una breve intervención institucional, vuelve a la casilla de las nueve de la mañana: al Parlament y que se decida allí. Es decir, camino de una declaración de independencia (es a la hora en la que escribo, porque no hay nada más gasesoso que la actualidad catalana).

Lanzo varias hipótesis, incluso pueden ser concurrentes. La primera: efectivamente el lehendakari medió y arrancó un compromiso que incluía el anuncio del PP de no aplicar el 155 si Puigdemont, antes de ser inhabilitado, convocaba unas elecciones al uso. Al uso que establece la ley, aunque luego cada uno las apellide como considere oportuno, “constituyentes” o “autonómicas”. Ya vivimos unas “plebiscitarias” y nadie dijo que fueran ilegales. La segunda: en la misma línea, el PSC también lo intentó y eso explica las reuniones del expresident Montilla (ahora senador) con Puigdemont y al anterior con el mismo interlocutor de Miquel Iceta. Y el PSOE, en Madrid, intentaba con el PP un compromiso similar al de Urkullu: apartar el 155.

Pero como quiera que Rajoy había mandado decir, con el aplauso entusiasta de Ciudadanos, que no bastaba una convocatoria electoral para retirar el 155, pues nada de lo previsto en los dos intentos mediadores (eso es política, no lo olviden) ha salido bien. Ahora, lo honesto es señalar a quien ha sido inflexible y arropar a quien ha estado a punto de jugarse no ya la cárcel (esa es probable que le caiga) sino el respeto de los suyos. Puigdemont ha sido valiente y Rajoy no lo ha queridon tener en cuenta.

Ahora solo me ronda qué traman PP y C’s para proclamar que las elecciones se harán bajo su organización, armado ya el golpe de estado del 155, y estar tan seguros de que ganarán. Inés Arrimadas se presenta como la futura presidenta con una seguridad que asusta. Asusta y mucho, porque solamente podrá lograrlo por la fuerza, por esa represión que asoma en el horizonte contra una mayoría que se prepara para resistir. Vienen malos tiempos. Peores aún. Ya resuena aquello de “¡Arriba escuadras a vencer, que en España empieza a amanecer”... porque en Catalunya llega el largo invierno.