Hace un siglo bien pasado que nacía el catalanismo político. Venía a expresar el malestar de muchos catalanes con las patologías de la España oficial de la época que, según Almirall, adolecía de un parlamentarismo simulado, un espíritu uniformizador y centralista, y que buscaba nacionalizar el estado en base al predominio castellanista. Lo sucedido ayer, y en los últimos meses y años, en Cataluña es expresión de este mismo malestar, de la obcecación unitarista de los sucesivos gobiernos españoles, agudizada desde la elaboración aznarista del nuevo relato nacional.

En una comunidad altamente comprometida con la Constitución del 78, se ha llegado a un escenario en el que la legitimación del sistema ha resultado mayoritariamente discutida. Lo que correspondía a las instituciones era resolver el problema con decisiones integradoras, buscando ensanchar los cauces democráticos para facilitar el ejercicio de la voluntad popular y recuperar el consentimiento de la mayoría social. Si el malestar no encuentra un cauce institucional suele desembocar en rebelión y quiebra social.

Cataluña quería votar. El Gobierno español ha querido impedir el voto. Ha habido grandes movilizaciones y miles de papeletas en las urnas. El fracaso de Rajoy es manifiesto, su argumentario ha sido derrotado: España se consolida como proyecto nacional fallido y queda la fea imagen de la respuesta judicial-policial a un problema político. Pero, la lectura del 1-O es delicada. Ahora, también existe el peligro de que algunos entiendan que el poder constituyente es la multitud en la calle.

La cuestión catalana nos interpela intensamente a todos los vascos, muy especialmente a los vascos occidentales. En este sentido, estos días se ha citado oportunamente al lehendakari Agirre. Su obra política se desarrolló en tiempos convulsos, entre la libertad y la revolución. Ciertamente, el lehendakari creyó que “la causa de la libertad catalana era la causa de la libertad vasca”. Por eso, no dudó en intervenir para que aquella no fuera vencida, y buscó mediar para evitar los trágicos sucesos del 6 de octubre de 1934. A la vez, Agirre defendió que “nuestro pueblo podrá luchar un día por la libertad nacional vasca, pero no por otras banderas”.

Esos dos mensajes son útiles para hoy. Hay que evitar que del 1-O salga derrotada Cataluña. Tras el franquismo, aquí buscamos un camino diferente a Cataluña, sin comprometernos con el Estado del 78. Por esa vía hemos de profundizar ahora, por nuestra propia bandera, con el impulso de la libre decisión de los vascos.