el catedrático de Derecho Constitucional, Javier Pérez Royo, lo tiene muy claro respecto a la batería de medidas que el Gobierno español está adoptando para frenar el referéndum del 1-O: “no es que se estén cogiendo atajos constitucionales, es que se están saltando la Constitución a la torera”. Conviene añadir que el profesor no es desde luego independentista. Pero hay cuestiones que aunque puedan ser evidentes conviene que las subraye una autoridad en la materia.

La cuestión es por qué Rajoy despliega ahora esta fuerza, en sentido literal, y por qué su partido eleva el tono hasta dinamitar no ya cualquier solución política a corto plazo sino también la que debería llegar a partir del 2 de octubre. O porque la participación avala la legitimidad de la decisión o porque funciona su impedimento y el Gobierno español no tiene más remedio que negociar si no quiere que se repita.

Cuando Pablo Casado dice que “comparar un transatlántico como la nación española con una zodiac pinchada que es lo que tienen ahora mismo da risa” muestra un desprecio hacia el adversario político que resume bien la prepotencia de Goliat frente a David y exhibe una musculatura que hace más grande al pequeño, al que tanta importancia se le da cuando se exagera la fuerza propia y se minusvalora la del contrario.

Rajoy, y Sánchez con él, han levantado la bandera del nacionalista español que encarna Cánovas del Castillo como si conjurar el riesgo inmediato eliminara el conflicto político que está a la vista de todos. Tanto estar con la patria, con razón o sin ella, es elegir el camino equivocado para afrontar la profunda crisis que sufre la españolidad entendida a la manera tradicional. O cambian el rumbo, o les llegará otro desastre como le ocurrió a aquella España de 1898 que se levantó un día sin colonias.

Rajoy retuerce la Constitución, saca la fuerza a la calle, navega por las cloacas del CNI implicando a Puigdemont, entierra al ya moribundo Montesquieu? pero cuanto más aprieta, más muestra sus costuras. El “repaso” que le dieron tras el 9-N desde sus filas ha surtido efecto: esta vez no habrá Rigol alguno que le convenza. Jugando a corto plazo, exhibiendo músculo, Rajoy calcula: España me votará otra vez (no desde luego Catalunya o Euskadi) si vamos a unas anticipadas.