En Euskadi, como en otras comunidades políticas, cabe afirmar que luchar, pugnar lícitamente por tratar de captar la conciencia de los militantes es plausible, en el afán de encarnar los ideales de un partido político; pero la clave radica en captar la conciencia de los ciudadanos, en ofrecer valores de autoestima colectiva, en ser capaces de articular un discurso en el que la comunidad a la que dirige su discurso y su acción política ocupe el lugar que merece en la dimensión de país, un discurso que (mal que le pese a Mario Vargas Llosa, que de nuevo ha mostrado su sesgo ideológico y su menosprecio hacia un sentimiento nacionalista, calificándolo de tribal y primitivo) deje atrás agravios, complejos, victimismos y pase a construir en positivo una manera de sentirse vasco y nacionalista sin sectarismo.

En tiempos como el presente en el que se aprecia un cierto desvanecimiento de lo político como práctica colectiva, el gran reto radica en cómo poder ensanchar el ámbito de adhesión ciudadana, aglutinando un discurso integrador que ponga en valor un compromiso cívico con Euskadi, un discurso anclado en la idea de cohesión social y en la importancia del trabajo bien hecho.

Por encima de la retórica, y más allá del recurso a la épica, el actuar de los dirigentes políticos ha de estar presidido por la sinceridad, la honradez, la coherencia, la ética (pública y privada), la confianza, la humildad, la constancia, la sinceridad, la disciplina, la responsabilidad, la dedicación, la capacidad de trabajar por y para el acuerdo en beneficio de la ciudadanía vasca. Nuestra cierta austeridad emocional ha sido y es bandera y símbolo de un trabajo callado, profesional, serio, responsable, alejado de la épica y el populismo. Es una forma de ser y estar en Euskadi. Todo ello es importante, sin duda, y no debe perderse esa esencia, pero hay que ser además capaces de modernizar el discurso capaz de aglutinar en torno a todos los retos actuales a una sociedad cada más compleja . Ganar elecciones es importante. Gobernar lo es todavía más. ¿Cómo ser capaces de fidelizar el apoyo social recibido, cómo asentar el liderazgo, cómo legitimar el liderazgo institucional combinando pragmatismo e ideología? Marcando discurso propio, modernizando el lenguaje político, creyendo en las personas.

La nación vasca no es una entelequia política, sino el horizonte en el que se articulan todas las esperanzas de la sociedad vasca. Es hora de fortalecer dos cosas al mismo tiempo: el propio perfil ideológico y la capacidad para construir pactos transformadores ad intra y ad extra, porque el modelo institucional vasco anclado en la complejidad, la diversidad, la interdependencia, la responsabilidad y la innovación lo exige más que nunca.

En tiempos de inquietud, de riesgos globales, de ausencia de respuesta ante retos desconocidos, la política no puede convertir la gobernanza en un parque de atracciones, en una montaña rusa. Lo que la mayoría ciudadana reclama de los gestores políticos es que no generen más problemas de los que intentan resolver, que traten de civilizar colectivamente ese incierto futuro, que aporten dosis de certidumbre y seguridad a sus decisiones, que consoliden los consensos básicos necesarios para convivir, que se aferren a la realidad para que su sentido político logre mejorar los niveles de bienestar y de tranquilidad social.

El reto es ser capaces de contribuir con humildad a la renovación del discurso nacionalista definido como no excluyente ni clasista, apegado a la realidad sobre la que debe proyectar su política del día a día y que permita generar, mediante el pacto cómplice con la ciudadanía, un impulso social de regeneración democrática. La nueva etapa en Euskadi exige un modelo de liderazgo transparente, basado más en la auctoritas que en la potestas, menos anclado en las jerarquías verticales partidistas y centrado en el mérito de las ideas y en la capacidad para cohesionar equipos.

Frente a la efervescencia de los discursos tan enfáticos como huecos, frente a las propuestas que defienden posiciones enrocadas y frentistas, el proyecto nacionalista del presente y futuro no supone ni la resignación derrotista ni la acomplejada percepción de lo vasco como algo periférico o marginal, ni la ruptura abrupta con las instituciones del Estado al que geopolíticamente se adscribe nuestra nación vasca. Siendo respetables otras opciones, hemos de avanzar como pueblo vasco en abrir la senda del reconocimiento político y constitucional explícito de una democracia plurinacional, con una demanda fundamentada de mayor autogobierno como garantía de mayor prosperidad social (colectiva e individual) para los ciudadanos vascos.