ERmua - A Carlos Totorika le tocó gestionar la indignación y el dolor que se vivió en Ermua, localidad de la que era el alcalde y hoy, veinte años después, sigue siendo el primer edil.
Veinte años ya. Les tocó vivir unos momentos muy duros.
-Hubo cosas que me han quedado grabadas. Cuando me llamó el delegado del Gobierno y me comunicó que habían secuestrado a Miguel Ángel tuve la sensación de que era un asesinato anunciado con antelación. Conociendo la historia de ETA, tuve la sensación de que le iban a matar. Otro momento duro fue cuando comuniqué a los miles de vecinos concentrados ante el ayuntamiento que habían encontrado a Miguel Ángel gravemente herido.
Imagino que serían momentos muy tensos.
-Hubo mucha, mucha tensión. Los ánimos estaban caldeados e iniciamos una manifestación hacia Eibar con el fin de que se fueran aplacando los ánimos y conseguir demostrar al mundo de ETA y HB que nosotros éramos distintos y respetábamos a los demás.
Se atacó la herriko taberna y usted salió en su defensa extintor en mano.
-Si yo era el alcalde no iba a permitir en mi pueblo ningún acto de violencia. Cuando entraba al ayuntamiento un policía municipal me informó de que acababan de pegarle fuego a la sede de Herri Batasuna. No lo pensé ni un segundo. No tuve que reflexionar y mi primera reacción fue que mientras fuera el alcalde de Ermua no se iba a permitir esto. Algunos tenemos valores que se deben demostrar no solo con palabras, sino con hechos.
¿Llegó a preguntarse por qué Ermua, por qué a nosotros?
-Llevaba muchos años en la actividad política. Viví el franquismo y la Transición y sabía lo que era ETA. Por lo tanto, cuando a uno le toca cerca, sí se pregunta eso tratando de buscar explicaciones, cuando no hay ninguna. Correspondía a una estrategia de ETA para paralizarnos a los demás y meternos miedo y, con ello, imponer su proyecto político.
Dice que desde un primer momento tuvo la sensación de que el secuestro iba a acabar en un asesinato.
-Yo tuve esa sensación. Uno siempre quiere agarrarse a la esperanza, a la ilusión de que a través de la movilización se le pudiera liberar, pero era muy complicado. Intenté mantener la esperanza porque era mi obligación y porque había que responder a ETA. Había que pelear por la vida de Miguel Ángel y por la vida y la libertad de todos, ya que entendía que nos amenazaban a todos. Se llevaron a Miguel Ángel, pero no nos quitaron la dignidad y les hicimos frente, que era lo mejor que podíamos hacer.
¿El secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco comenzó a suponer el final de ETA?
-Creo que sí. Aunque ETA nos hizo sufrir durante quince años mas, el terrorismo funciona con la lógica de paralizar a las personas y a partir de entonces ante cada asesinato hubo una movilización de repulsa y esa lógica del terror se rompió.
¿Cómo fue la vuelta a los plenos del Ayuntamiento de Ermua?
-Durante muchísimo tiempo, años diría yo, vivimos una tensión terrible. Fue difícil porque éramos conscientes de que ETA nos quería matar. En lo personal resultó muy difícil vivir con la presión de ETA y con la presión de Herri Batasuna. Además, había muchas miradas puestas en Ermua y era una carga muy importante para nosotros.
Ustedes jamás lo buscaron, pero Ermua se convirtió en un símbolo.
-Sin duda, un símbolo, pero en lo personal también una carga. Era una mochila muy pesada que tuvimos que gestionar. Nosotros jugábamos a otro nivel, a la gestión municipal, y de repente nos convertimos en un referente en la lucha contra ETA. Hubo que asumir algo que requería un esfuerzo bestial, pero tuve la sensación de que no había marcha atrás.
¿Pensó en algún momento en arrojar la toalla?
-Esas cosas no se buscan, y hay que afrontarlas cuando te las encuentras en el camino. Ni se me pasó por la cabeza. Alguno puede pensar que son palabras, pero hay quienes tenemos obligaciones, dignidad y responsabilidades. Yo no me iba a rendir, prefería que se rindiera ETA. Creo que tenía la obligación con muchos Miguel Ángel que había en Euskadi que habían sido asesinados y con la sociedad que no se merecía a ETA. Me había caído esa mochila en la espalda y me tocó gestionarla.
¿Se sintieron apoyados?
-En un primer momento ni siquiera pensé en ello. Después sí tuvimos sensación de reconocimiento y de apoyo, que yo creo que lo hubo. Pero lo importante es que cada uno haga lo que le corresponde. Y a nosotros nos correspondía no callarnos ante la presión de ETA, sino llamarles asesinos a la cara e intentar que la lógica de la violencia terrorista no funcionara en Ermua. Los ciudadanos nos acompañaron y las instituciones democráticas nos acompañaron.
Ahora, veinte años después, usted ha asegurado esta misma semana que la izquierda abertzale debe pedir perdón.
-En primer lugar yo debo decir que tengo la conciencia muy tranquila y jamás he tenido que pedir disculpas a nadie. Siempre he respetado a la gente y jamás he odiado. ¿Cómo lo han vivido otros? Ellos lo sabrán. Estoy convencido de que deben pedir perdón. Utilizaron la violencia para conseguir objetivos políticos y ETA, Herri Batasuna y Sortu deben decirlo. Deben reconocerlo y pedir perdón. Es algo que deben a las víctimas y a la sociedad. La convivencia exige respeto y cuando se continúan con los homenajes a presos como si fueran héroes, se está sembrado odio y es algo que se debe decir. No podemos ni debemos callarnos.