Podemos y sus marcas adheridas han dispuesto en dos jornadas de moción de censura más de once horas de atril entre intervenciones, réplicas y contrarréplicas. No está mal. De hecho, esa herramienta era el objetivo de tan largo debate con final esperado. O como lo formuló MacLuhan : “El medio es el mensaje”.

Otra cosa es si después de esta sobreexposición Pablo Iglesias sale coronado como líder de la oposición o, por el contrario, ha quemado la pólvora en vano. Que Mariano Rajoy está rodeado de corrupción es evidente y que Podemos iba a cargar por ahí las tintas, también. Pero sucede que para que la opinión pública advierta que un candidato es “presidenciable” hace falta algo más que una larguísima ristra de reproches, algunos bien argumentados y otros con cierto desbarre. Requiere, por ejemplo, un programa de Gobierno. Y a pesar de las diez horas, y del reparto de poli malo (Irene Montero) y poli bueno (Pablo Iglesias), no apareció nada coherente más allá de decir lo que ya sabíamos. Y lo que ya sabían los ciudadanos hace un año, y año y medio, cuando el Partido Popular en dos ocasiones consecutivas ganó las elecciones sin que la izquierda fuera capaz de articular una alternativa.

Hoy seguimos igual, porque Iglesias empleó su tiempo no para postularse como presidente sino para ganarse el puesto de jefe de la oposición. Desde ahí, no se siente en la obligación de presentar un programa alternativo; le basta con ser más contundente que el PSOE, descabezado a pesar de los intentos del voluntarioso José Luis Ábalos de negar la mayor, que no tienen jefe de filas que compita en el mismo escenario del que Iglesias disfruta. La ausencia de Pedro Sánchez ha coincidido con el interés de Rajoy en el cuerpo a cuerpo con Iglesias al que ha otorgado así un estatus que el número de escaños no le da al líder de Podemos. Sin duda, Rajoy prefiere un esencialista como Iglesias a un posibilista como Sánchez. Y si yo fuera un presidente tocado, también elegiría esa opción minoritaria frente a otra alternativa con más posibilidades de desplazarle de La Moncloa.

Iglesias lanzó un guiño al PSOE, y jugó a ganarse el apoyo del soberanismo catalán proponiendo una reforma constitucional pero evitando comprometerse con el referéndum del 1 de octubre. Esa propuesta sobre el modelo territorial fue, sin duda, de lo más concreto en el campo propositivo que escuchamos al aspirante.

Todo lo demás fue demonizar a quienes no comparten su ideario. Y atención, porque para asaltar los cielos hacen falta más peldaños en la escalera y después de su fracasado intento, el líder de Podemos Unidos no ha sumado ni uno más. Al contrario. Veremos si después de inflar el globo no termina pinchando.