El desarme de ETA, si cumple las expectativas de que sea unilateral, completo, verificado y sin contrapartidas, es un hecho sin duda relevante que llevamos muchos años exigiendo. Sin embargo, desde que se anunció su inminencia y se puso fecha, los acontecimientos están generando lógicas y comprensibles preocupaciones en algunos sectores entre los que, modestamente, me incluyo.

A estas alturas, casi cinco años y medio después del fin definitivo de la violencia, el desarme en sí no deja de ser un símbolo, un gesto. De ahí, en gran parte, la desafección y desinterés de los gobiernos español y francés. Anteayer pudimos comprobar de nuevo, por desgracia, que un simple coche o un cuchillo de cocina -como antes lo fueron un camión, un autobús o un cóctel molotov- son un arma más que suficiente en manos de alguien dispuesto a matar. Por eso el desarme real, el válido, es el que representa la decisión firme de no volver a ejercer la violencia. Lo que no significa que el otro, la entrega de las armas, no tenga gran importancia más que nada a nivel simbólico. Sobre todo porque esas armas están manchadas de sangre. Por eso significan más que un simple pedazo de hierro o material explosivo a agujerear o inutilizar por cualquiera.

ETA siempre ha necesitado a los demás. Como posible apoyo, como víctimas potenciales o como comparsas. Desde Txiberta hasta Aiete pasando por Argel y Lizarra, siempre ha utilizado a la sociedad civil, desoyéndola y ninguneándola y, en la mayoría de las ocasiones, engañándola. Nos dicen los mediadores que esto va en serio, y seguramente lo será, pero no deja de ser un acto de fe y la verdad es que de fe, andamos ya un poco flojos.

Así que el próximo 8 de abril será, según dijeron ayer, el Día del Desarme, así como suena de rimbombante. En Baiona. Y piden a toda la ciudadanía de Euskadi que acuda, a ciegas, a apoyarlo, para que sea “transparente” y “público”.

El Día del Desarme tiene todas las trazas de estar a punto de convertirse en justo lo que no debería ser: un acto propagandístico, un happening pseudopacifista, una escenificación. Una manifa.

ETA quería -necesitaba-, una vez más, una pista de aterrizaje. Ya la tiene. La tuvo en Lizarra y, tras el escarmiento después de haberla volado por los aires, la tuvo ya como última oportunidad en Aiete, sin entusiasmo social alguno y solo como mal menor. Ahora la vuelve a tener en Baiona el 8 de abril. Volveremos a disimular, porque el fin (el desarme) es lo importante.

Pero el acto de desarme podría -debería- ser de otra manera. Más discreto, más sobrio, más a la altura de la historia de una organización que con esas armas y otras ha matado a más de ochocientas personas. Será doloroso para las víctimas, más allá del obstruccionismo de Covite. Por la paz, un desarme “público”.