La victoria de Trump ha puesto en primera línea de actualidad la posibilidad de que se traduzca en hechos la retórica proteccionista que empleó durante su campaña, bajo el eslogan America first (América Primero). Pero el fenómeno no solo emerge en Estados Unidos. En Europa también. Estados como Francia llevan tiempo instalados en una dinámica de repliegue, de proteccionismo, que ha afectado de forma injusta e infundada a uno de nuestros buques insignia como empresa vasca: la CAF de Beasain.
CAF quedó descartada en un concurso por un macrocontrato pese a presentar la mejor oferta, sumando precio y propuesta técnica de construcción de nuevos trenes para la región de París. El presidente francés, Hollande, medió de forma obscena y pública, afirmando que el contrato debía quedar en manos francesas (olvidando, por cierto, que CAF tiene un centro de producción en Francia, además de ser empresa europea a la que no cabe discriminar). ¿Cómo se gestó la inadmisible e infundada decisión por la que se le retiraba del concurso que había ganado? Mediante un informe técnico, una auditoría de encargo que señalaba que carecía de capacidad técnica o productiva suficiente como para atender el macropedido.
El argumento no se sostiene porque ninguna de las empresas concurrentes al concurso podía tener antes del mismo capacidad para desarrollarlo, solo tras ganarlo se realizan las inversiones necesarias para cumplir en plazo y forma, y es imposible por inviable económicamente realizar antes las inversiones necesarias cuando todavía se desconoce si el contrato te es adjudicado. Y sin embargo los franceses se salieron con la suya, dando un lamentable ejemplo de proteccionismo auspiciado desde la élite gobernante.
Son muchos los ejemplos que demuestran en qué medida Francia ha transformado el chovinismo patriótico en proteccionismo económico. La pérdida de competitividad en muchos de sus sectores, el enorme peso de lo público sobre la economía y el progresivo abandono del sector industrial en favor de una sociedad de servicios han agudizado esta tendencia endogámica contraria a los principios del derecho europeo, porque suponen claras ayudas de Estado y flagrantes vulneraciones del derecho de la competencia.
Y emerge con fuerza el término démondialisation, una especie de autarquía con argumentario favorable a la desglobalización, idea que conlleva la reivindicación de una mayor soberanía estatal frente a las instituciones supranacionales como la Unión Europea y que pretende instaurar un proteccionismo que cierre fronteras a competidores externos (aunque sean europeos, que deberían estar protegidos por la normativa que prohíbe discriminar o tratar diferente y menos favorable a competidores europeos).
Las ayudas discriminatorias en el sector del automóvil (al favorecer a los fabricantes franceses frente a otras marcas automovilísticas radicadas en suelo francés) convertidas en ayudas de Estado que distorsionan la competencia han sido una constante estos últimos años. Lo mismo ocurre en sectores como el eólico marino. Y nadie en Europa parece enterarse de unas prácticas que en otros lugares son castigadas y perseguidas. ¿Es admisible esta vara de medir?
La démondialisation es un discurso político. Este movimiento o corriente antiliberal es enarbolado por personajes tan diversos como la líder ultraderechista Marine Le Pen o por dirigentes socialistas y conservadores, cuyo discurso en esta materia ha sido colonizado por la extrema derecha. Esta idea ya emergió con fuerza en 2005, cuando Francia rechazó en referéndum el tratado constitucional europeo (junto a Holanda), colocando como chivo expiatorio al fontanero polaco que supuestamente iba a dejar sin empleo a los franceses. Algo falso, pero que impactó como argumento, mientras nadie hablaba de que los franceses ya se habían aprovechado de la libertad de mercado para conquistar con su red de distribución comercial el mercado polaco. Una prueba más del egoísmo estatal tan populista como demoledor para la libertad de actuación y de competencia en el mercado.