mientras el PSOE se echa a la calle con Pedro Sánchez desgañitándose en terreno enemigo de Valencia y la Gestora cogiendo del brazo a los sindicatos históricos para ir a la huelga, Susana Díaz desparrama su ambición con una endogámica visita de primer ministro al Parlamento Europeo que evidencia su pretensión de jugar la partida del liderazgo de su partido. Separado por apenas unos metros en esta mastodóntica institución concebida como retiro dorado de disidentes y estrellas ya adormecidas, Andoni Ortuzar enmarca con trazos gruesos a dos horas y media de avión del Congreso las negociaciones definitivas de los nuevos Presupuestos del Estado con una complaciente Soraya Sáenz de Santamaría. Las señales de humo sobre nuevas realidades políticas españolas llegan paradójicamente desde el corazón de Europa, quizá porque en este remanso de paz de la burocracia multicultural la crispación y el populismo desmedido crujen con estrépito hasta el descrédito.
Ha trabajado hasta la extenuación la mano izquierda de Ramón Jáuregui y Elena Valenciano para facilitar a la lideresa andaluza una pasarela de luces en Bruselas que para sí hubiera querido Carles Puigdemont cuando vio cómo le cerraban las puertas en su desgarrado intento por internacionalizar su referéndum soberanista. Nadie que tenga mando en esta plaza tan codiciada por los lobbistas se ha escondido detrás de la puerta para evitar tan sonora visita. Ahora bien, admitida la ingente generosidad diplomática desplegada para favorecer un aterrizaje exitoso, existen dudas razonables en los pasillos interminables de esta Cámara de que Díaz haya aprovechado la relumbrante agenda de contactos para alentar futuros planes de relanzamiento socioeconómico andaluz. Mucha más coincidencia fluye cuando se identifica sin tapujos esta incursión de la embajada susanista como el mensaje de una pica en Flandes dentro de la interminable lucha fratricida del PSOE.
Andalucía no tiene litigios pendientes con la Eurocámara ni reivindicaciones pendientes para aliviar su maltrecha economía, aunque siempre tiene la mano tendida. Pero tampoco le importa demasiado a su presidenta, absorta en el manejo de otros tempos para sus estrategias políticas. Precisamente es ahí cuando al socaire de la cálida respuesta de desencantados socialistas hacia su ídolo caído Pedro Sánchez -ojo, de momento siguen siendo muchos- emerge la influyente presidente andaluza entre despachos de sombra alargada. Como si tratara de contraponer la política de hondo calado allá donde se decide, a la de las ilusiones evanescentes justo entre quienes pisan la calle. O quizá todo es mucho más sencillo y responde al simple anuncio de que se acabaron los rumores y ya está declarado el cuerpo a cuerpo para que así se anime la militancia a ir tomando posiciones. Porque guerra, desde luego, va a haber.
Mucho menos belicosa se antoja la negociación entre el Gobierno de Rajoy y el PNV. Todo ha empezado a modo de florete, con gestos suaves, cómplices incluso, visitas de guiños emocionados, como si no se hubieran roto centenares de platos en los últimos cinco años. Pero podría resultar un espejismo cuando se baje a la arena. No es solo cuestión de ponerse de acuerdo en acabar de una vez con las disputas de la Ley del Cupo y encauzar con valentía la entrada del Tren de Alta Velocidad a las tres capitales vascas tras impulsar sus trazados pendientes. Hay que habilitar en Madrid un nuevo corpus de entendimiento desde el respeto a una concepción de la capacidad estatutaria de autogobierno que requiere mucho más que darle una vuelta como cree la vicepresidenta. Y de momento la estructura mental alimentada por los efectos perniciosos de la mayoría absoluta oscurece una respuesta comprometida con las exigencias que reclama el pacto del Gobierno vasco de coalición.
Mientras Sáenz de Santamaría atendía a la pregunta de Oskar Matute sobre la belicosidad constitucional hacia los gobiernos vasco y navarro, parecía responder a la exigencia de Ortuzar desde Bruselas. Quizá como ha hecho en Catalunya con evidente intención bien recibida en medio del diálogo de sordos, el primer gesto significativo de distensión de la vicepresidenta hacia la nueva etapa de convivencia con Euskadi suponga reconvertir el perfil aguerrido del delegado del Gobierno. Sería mucho más que una señal de humo.