Hay que agradecer que no hayan mareado la perdiz hasta hacerla perder el norte. El desencuentro de PNV y EH Bildu en materia económica es más que evidente y se reduce, en esencia, a la prioridad de unos de dimensionar las capacidades de gasto hacia los recursos disponibles con el baremo fiscal vigente -revisable dentro de unos márgenes limitados- frente a la voluntad de los otros de endeudarse y aumentar la presión fiscal para pagar un presupuesto diseñado en base al deseo de gasto -bienintencionado sin duda- y no en someter éste a los mucho menos ilusionantes límites de lo disponible.
De los tres pilares que todos tenemos interiorizados en la acción de gobierno -economía, autogobierno y convivencia- el primero carecía de cimientos suficientes para que jeltzales e izquierda abertzale construyan en común, lo que les hubiera obligado a habitar una cúpula trémula, siempre oscilante, amenazante sobre sus cabezas. Pero, por si eso fuera poco, en las horas previas a la reunión de ayer se desplegaron nubarrones que anunciaban tormenta y que, si han llegado para quedarse, amenazan con inundar los foros de diálogo que reclama el país. El trueno lo provocó Arnaldo Otegi al poner a la Ertzaintza en términos de igualdad con el daño causado por ETA o los GAL. Es inaceptable. Si esa tormenta estalla, corre el riesgo de llevarse por delante el tercer pilar -el de la paz y la convivencia- y la inundación puede ahogar muchas expectativas. Antes de que eso ocurra, es oportuno permitir que otros vientos disipen esa nube y permitan restablecer un inaplazable compromiso con la reconciliación social y la convivencia en Euskadi. Será más adelante, cuando la escenificación del liderazgo de la oposición que ahora necesita la izquierda abertzale encuentre otras vías. La rotunda exigencia de la sociedad vasca de que ese pilar construya un espacio común recomienda hoy la prudencia y mañana la exigencia. Pero se ha regado la semilla de una desconfianza. La insana sospecha que sólo puede disipar una sincera reflexión ética y política que, pese a todas las declaraciones previas, aún no se ha escuchado con rotundidad y el viernes puso en cuestión Otegi. Precisamente Otegi, que venía ungido del liderazgo de esa transformación constatada en lo que antaño llamábamos MLNV que coadyuvó hacia el final de la actividad homicida de ETA.
Su reflexión del viernes es un desgarrón en la confianza. Porque carece de ese exigible contenido ético y político y, en consencuencia, corre el riesgo de reducir cualquier declaración previa o posterior de reconocimiento del daño causado a una mera tramoya dialéctica. Es mucho pretender que la actividad de quienes apostaron estratégicamente por el asesinato como instrumento estratégico se comparen hoy con la Ertzaintza. No se han borrado aún todas las dianas pintadas en las paredes de este país y la memoria de la socialización del conflicto como eufemismo del tiro en la nuca no soporta la simplificación argumental de la que se acaba de hacer gala. Otegi haría bien en soplar otro viento que se lleve los ecos de ese trueno. Porque van a durar.