El mayor enemigo y el más odiado por el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, es el líder religioso turco Fethullah Güllen, actualmente asilado en los Estados Unidos.
En los comienzos de la carrera política del presidente, este y Güllen fueron grandes aliados porque ambos querían devolverle al islamismo la primacía en la sociedad turca y Erdogan estaba aún tan lejos del monopolio del poder político que no temía que se lo quitase nadie. Pero a medida que Erdogan se acerca a la posesión de un poder totalitario, Güllen y su organización religiosa se agigantaba como un rival no solo potencial sino que -a la larga- incluso inevitable. Porque en política el poder es circunstancial y tan inestable como la conjunción de intereses que lo sostienen y, en cambio, la fe aporta una estabilidad igualmente poderosa y mucho más longeva.
Además, en el caso concreto de Güllen, a Erdogan le tenían que inquietar las dimensiones y el poder potencial que alberga el movimiento Hizmet dirigido por el dirigente religioso.
Hizmet -que significa “servicio”- es una amplia estructura internacional centrada en la educación y el proselitismo islamista que dispone de más de un millar de escuelas y universidades en 160 naciones y una red de editoriales. En la misma Turquía, el movimiento cuenta con una de las universidades más apreciadas del país, la Atatürk Alatoo, amén de centenares de empresas de todo tipo -incluso bancos y fábricas de muebles- lo que explicaría (el Gobierno turco no lo hace) la detención masiva de empresarios güllistas tras el fallido golpe de Estado. El empeño puesto por Güllen en la alta calidad de la docencia de Hizmet ha determinado que en numerosas naciones en vías de desarrollo, donde la enseñanza es cara y deficiente, los títulos otorgados por sus escuelas y universidades sean de los más apreciados. Así y todo, la ofensiva lanzada por Erdogan contra Hizmet a raíz del fallido golpe de Estado del pasado mes de julio ha determinado que unos cuantos países hayan cedido a la presión política de Ankara y cerrado o traspasado la titularidad de estos centros; entre ellos hay que citar al Pakistán, Georgia, Azerbayán y, hasta cierto punto, también Kirguistán. Al Gobierno de Islamabad le resultó más fácil que a nadie atender las peticiones de Erdogan porque Arabia Saudí veía con muy malos ojos la competencia educativo-doctrinal que le hacía Hizmet y Arabia Saudí es uno de los patrocinadores más generosos del Pakistán. El hecho de que a Güllen, un predicador de línea ortodoxa sufí, haya recibido asilo político en los Estados Unidos y que Washington hubiera desatendido la petición hecha por Erdogan tras el fallido golpe de Estado, de que se le anulase tal asilo ha alejado aún más a Güllen y sus seguidores del islamismo radical.