BILBAO - Ni el PP perdió apoyos ni se consumó el cacareado sorpasso en la izquierda. Una vez más, el recuento de papeletas le ha llevado la contraria a la infinidad de sondeos electorales que se ha publicado durante los últimos meses, incluso los que se hicieron a pie de urna el pasado domingo. Todos ellos vaticinaron un panorama político discrepante al que luego dibujó el escrutinio, lo cual ha vuelto a encender la recurrente discusión sobre la fiabilidad de estos trabajos.
La falta de acierto de los estudios demoscópicos parece ser un mal que también afecta a otros países. En Reino Unido, la mayoría de las encuestas predijeron una victoria por la mínima de los partidarios por permanecer en la Unión Europea, pero finalmente el brexit se impuso con el 51,9% de los sufragios. Incluso el propio primer ministro británico, David Cameron, se enfrentó en 2015 a unos pronósticos pesimistas en su reelección y, finalmente, consiguió una victoria holgada con una inesperada mayoría absoluta.
Los responsables de los principales sondeos publicados en el Estado atribuyeron ayer el fracaso a “errores en la capacidad de análisis”. Narciso Michavila, de GAD3; y José Miguel de Elías, de Sigma Dos; resaltaron especialmente el retroceso de Unidos Podemos respecto a las encuestas y lo achacaron a la abstención de hasta un millón de potenciales votantes de la coalición de izquierdas cuya participación se dio por hecho en los estudios. En el mismo sentido, destacaron el éxito de la estrategia del miedo a que Pablo Iglesias pudiera llegar a La Moncloa. Según explicaron, cuando se realiza un sondeo “es fácil saber el deseo de los entrevistados, la opción que van a elegir, pero difícil adivinar si ese deseo se convertirá en acción”.
Los expertos consultados coinciden en que las encuestas publicadas por los medios de comunicación no tienen una finalidad estrictamente sociológica, sino que sirven para alimentar el debate entre la opinión pública y reflejar tendencias mediante una sucesión de fotografías fijas. De esta forma, los sondeos contribuyen a la espectacularización que se está dando en el plano político. Santiago Iglesias, director de Investigaciones de Gizaker, considera que el principal obstáculo para su fiabilidad es la muestra, es decir, la selección de ciudadanos que es encuestada para luego extrapolarla al conjunto de la sociedad. Ninguno de los estudios cuenta con un número de personas que sea suficientemente representativo, un número que este sociólogo calcula “entre las 25.000 y 30.000 encuestas” a nivel del Estado.
Juan Luis Arriaga, director de Gaia Investigación y Consultoría, coincide en la imposibilidad de la muestra para proyectar resultados fiables, aunque incide especialmente en que se deben tener más en cuenta factores específicos como la edad. Asimismo, opina que las encuestas que se manejaban al margen de los medios de comunicación eran más fiables y que previeron con mayor acierto las conclusiones que deparó la jornada electoral del 26-J.
Por si no fuera poco, las empresas demoscópicas se han enfrentado esta vez a un nuevo escenario político inédito en el Estado. La irrupción de nuevos partidos como Podemos y Ciudadanos dificulta aún más las labores. Tampoco ayuda la repetición de las elecciones generales, algo que no había ocurrido anteriormente. Arriaga subraya la dificultad de “cocinar” los datos sin contar con ningún precedente y el dominio del voto estratégico en la segunda cita con las urnas. La cocina es precisamente la fase más polémica de este tipo de prospecciones, un término que, según Iglesias, “hay que lapidar”. El sociólogo de Gizaker indica que esta palabra denota un ajuste manual que no es el que se produce en la realidad. “Es un ajuste de corrección con factores matemáticos. No es el tarot, son estudios que se basan en la estadística”, recalca.
El llamado voto oculto tampoco parece ser un factor explicativo de la variación de los resultados respecto a los pronósticos. Según explica Iglesias, en los comicios del domingo no ha habido más votos de este tipo que en anteriores citas. “El voto oculto se dio sobre todo en la época convulsa de ETA, cuando había un verdadero miedo social a decir que se votaba a partidos como el PP. Ahora hay mucha más libertad que entonces”, aclara.
Por consiguiente, a juicio de los expertos, las encuestas electorales no son más que indicadoras de tendencias y no son lo suficientemente capaces para atisbar el resultado final exacto en un sistema electoral complejo como el español. Ambos sociólogos consideran que, lejos de ser desterradas, en el futuro seguirán estando presentes en los medios de comunicación y se tendrán en cuenta para avivar el debate en la sociedad, si bien continuarán alejadas de la exactitud por el alto coste económico que supone su realización. “Las encuestas siempre se pondrán en tela de juicio, pero seguirán siendo fruto de entretenimiento y debate”, concluye Iglesias.