Cuando apenas un cuarto de hora después de cerrarse las urnas el gurú socialista José Antonio Pastor se atrevió a pronosticar con tan inusitada rapidez unos buenos resultados para su partido, la clase política curtida en noches electorales entendió que manejaba datos y no meras especulaciones. Suponía todo un desafío a la creencia generalizada de que el 26-J iba a suponer la noche de los cuchillos largos en la sede central del PSOE y el adiós precipitado de Pedro Sánchez por una amarga derrota que con machaconamente insistencia le han ido adosando múltiples encuestas, todas ellas protagonistas de un sonoro fracaso hasta en el último día.
Sánchez vuelve a rebajar el suelo electoral socialista pero se anota una victoria orgullosa sobre el conglomerado estratégicamente ideado por Pablo Iglesias para cuestionarle el liderazgo desde la izquierda en España. Al conseguirlo, aprovecha con holgura la última bala que le quedaba y alarga inesperadamente su vida política para desazón de quienes le están haciendo la vida imposible desde la cocina de Ferraz. En medio del incesante fogueo multidireccional, Sánchez vuelve a salir indemne como ya le viene ocurriendo desde que destrozó el camino a la gloria de Eduardo Madina, de nuevo diputado. El 26-J le ha dado su octava vida, quizás la de recorrido más largo y estable siempre que no se active el ánimo cainita del PSOE.
Pero Mariano Rajoy ha vuelto a derrotar a todos en la misma semana de las malévolas cintas que han destapado un nuevo modelo de desestabilización democrática cometido por uno de sus ministros que no sufren penalización alguna. Al contrario, el involucionista Fernández Díaz recibió anoche un 2% más de votos que el 20-D. Aprovechando el pinchazo de Albert Rivera en favor del voto útil y de la amenaza que para la derecha podría suponer la ascensión del totalitarismo de Podemos, el PP enseñorea su triunfo desoyendo las críticas a la corrupción, el paro y los recortes. Otra cosa bien distinta es que forme gobierno, que lo puede hacer, pero desde luego será muy difícil argumentarle a Rajoy que hay motivo suficiente para que se marche.
Y lamiéndose las heridas queda Iglesias, derrotado por su ambición, las piruetas ideológicas de su discurso descaradamente pragmático y a la búsqueda de esa afiliación de IU que mayoritariamente la ha dado la espalda en justa correspondencia al desafecto por los desaires que había recibido. No está España para riesgos. Que se enteren las encuestas?y Podemos.