El voto útil es esa especie de animal mitológico que repta salvajemente hasta la boca de los candidatos cada vez que el electorado es llamado a las urnas. El reparto de diputados por circunscripciones que realiza el sistema electoral español provoca que un gran número de papeletas se queden en el olvido a la hora de asignar los escaños del Congreso. En la lucha por hacer que cada voto cuente, los partidos redoblan sus esfuerzos para hacerse con el denominado último escaño, es decir, que se les asigne el último asiento en juego en cada provincia. No es una cuestión menor, pues un puñado de votos puede desequilibrar la balanza hacia un lado u otro. La representación de cada uno de los grupos puede ser muy distinta si su apoyo varía mínimamente.

En las pasadas elecciones generales, el reparto de ese ansiado último escaño benefició enormemente al PP, que obtuvo 19 de los 52 asientos en liza. Los de Rajoy se aprovecharon de la segmentación del voto en la izquierda, que fue la máxima perjudicada. Como muestra, Izquierda Unida sumó más de 920.000 votos, pero 4 de cada 5 de ellos cayeron en saco roto, ya que los de Garzón tan solo consiguieron 2 actas de diputado, ambas por Madrid. En la nueva cita con las urnas, su alianza con Podemos amenaza con alterar esa distribución, ya que la suma de sus papeletas aporta una representación mucho más proporcional. Los cálculos más recientes apuntan a que la coalición podría adjudicarse el último escaño en 18 provincias, arrebatándoselo al PP en la mitad de ellas. De hecho, conseguiría su primer diputado en seis circunscripciones en las que el 20-D se quedó con las manos vacías. El exponente más cercano del previsible alto rendimiento de la alianza entre Podemos e IU se encuentra en Araba. Los de Iglesias consiguieron hace seis meses un diputado y se quedaron a solo 2.322 votos de lograr otro más despojando al PSE de su único representante. La suma de los apoyos del partido de Garzón -6.794 papeletas- habría completado la gesta.

La pugna por el último escaño es más trascendental y estrecha de lo que parece. 17 circunscripciones, un tercio del total, se decantaron en diciembre por uno u otro partido por una diferencia menor al 1%, algo que justifica esa repetida proclama de que “cada voto cuenta”. Figuras políticas de primera línea como el socialista Eduardo Madina -que no logró su asiento por Madrid por un 0,14%- conocen de primera mano lo que supone. Es por ello que, a la hora de organizar las caravanas de campaña, los estrategas de cada formación establecen un milimetrado calendario que lleve al candidato a aquellas provincias en las que el escrutinio final se avecina realmente apretado.

Durante la recta final de la campaña electoral, Ciudadanos ha basado su estrategia precisamente en la lucha por el último escaño. Las cuentas internas del partido apuntan a que tan solo un 1% más de votos les podría proporcionar entre 10 y 15 diputados más. Un claro ejemplo de su particular guerra fue la batalla disputada el pasado 20-D en Guadalajara, donde el partido liderado por Albert Rivera consiguió su único representante en esta circunscripción por una diferencia de 819 papeletas frente a Podemos. En cambio, vivieron la situación contraria en otras plazas como Badajoz o La Rioja, pues aproximadamente un 0,5% más de votos en cada una de ellas les habría aportado dos asientos más en la Cámara de Madrid.

EL TEMIDO D’HONDT España cuenta con un sistema electoral que favorece a los partidos grandes y a los nacionalistas, mientras que perjudica a los más pequeños. No obstante, no es tan poco proporcional como los de Estados Unidos o Reino Unido, en los que la fuerza más votada en cada circunscripción se lleva todos los escaños en juego. El método que se utiliza en las elecciones generales es el D’Hondt, cuyo nombre hace alusión al jurista belga que lo inventó. En el reparto se excluye a aquellas candidaturas con menos del 3% de los votos y se distribuyen los asientos de forma proporcional entre los grupos restantes.

A la hora de votar, el Estado se divide en 52 circunscripciones en las que se juegan al menos dos diputados en función del número de habitantes, excepto Ceuta y Melilla, que cuentan solo con uno. Sin embargo, el cálculo no es del todo equilibrado, por lo que las provincias más pequeñas están sobrerrepresentadas. Este hecho hace que un voto en Soria valga lo mismo que cuatro en Madrid. Asimismo, esta distribución de los escaños fomenta un mejor resultado para aquellos partidos que se presentan por unas pocas provincias, como es el caso de los nacionalistas. De esta forma, el PNV cuenta con 6 diputados en el Congreso gracias a los 300.000 votos que logró en diciembre frente a Izquierda Unida, que obtuvo tres veces más apoyos -920.000-, pero tres veces menos escaños, solo dos. Es por ello que los minoritarios exigen una reforma de la Ley Electoral para avanzar hacia un sistema de listas abiertas como el del Senado o de circunscripción única como en los comicios europeos.