Le ha faltado tiempo a la fiscal general del Estado, Consuelo Madrigal, para interferir en el próximo proceso electoral vasco. Inmediatamente a que se hiciera pública por parte de EH Bildu la propuesta de Arnaldo Otegi como candidato a lehendakari, se ha apresurado a recordar a la Junta Electoral que contra el ex portavoz de Batasuna no solo pesa una condena de inhabilitación especial para empleo o cargo público, sino también para el sufragio pasivo, es decir, para ser electo.

En un país como España, tan dado a la mitificación y al espantajo, Arnaldo Otegi viene a representar para una buena parte de la opinión pública el símbolo de todas las maldades, el más significado responsable de la memoria antiterrorista. Sobre él pesan demasiados reproches políticos, los más virulentos desahogos de la Brunete mediática y la línea roja que no deben traspasar los anclados en la venganza y la revancha.

Arnaldo Otegi, tras su última etapa carcelaria de casi siete años, ha regresado a la actividad política pública como uno de los más valiosos activos de la izquierda abertzale oficial, de Sortu, por mejor concretar. Por eso, era lógica y esperada su nominación como candidato a lehendakari casi por aclamación, sin necesidad de una convocatoria formal a múltiples asambleas en las que era improbable una oposición frontal con posibilidades.

Independientemente de la decisión de la Junta Electoral, que no se espera antes de septiembre, Otegi será el cartel de EH Bildu que, en la tradicional pelea por la hegemonía abertzale, competirá cara a cara en especial con Iñigo Urkullu. En este primer protagonismo tras su excarcelación, el histórico líder va a tener que cargar con una pesada mochila que sin duda dificultará su propósito de recuperar el terreno perdido por la coalición que representa.

En la mochila de Arnaldo, para empezar, pesan sus años de cárcel injusta, que le han abierto un paréntesis vital en un tiempo cambiante que inevitablemente le ha desconectado del vertiginoso acontecer político y social de este país. Para un amplio sector juvenil Arnaldo Otegi es el pasado, alguien del que únicamente tienen referencias por lo general vagas e incluso hostiles.

En la mochila de Arnaldo pesan también las divergencias internas, no por minoritarias menos preocupantes aunque solo sea por el hecho de que se han hecho públicas con estridencia. Unas discrepancias especialmente desgarradoras porque afectan al mundo de las personas encarceladas y a sus familias.

En la mochila de Arnaldo, en esa pesada mochila de la izquierda abertzale que él mismo carga, pesa de manera abrumadora el pasado como reproche recurrente. Un pasado que, en palabras del propio Hasier Arraiz, “deshumanizó” a los adversarios hasta el punto de prescindir de sus derechos como personas. Un pasado que les salpicó de complicidad en los tiempos más duros de la violencia y del que no acaban de liberarse. Por supuesto, hay presiones externas que les impiden soltar el lastre del pasado que -todo vale- de esa manera sirve como arma electoral y argumento de exclusión en una estrategia que no quiere ver ningún cambio en la izquierda abertzale y prefiere centrar la atención en su pasado, impidiendo que se perciba la evidente evolución que en ese sector político vasco se ha producido. Una evolución incomprendida dentro y negada fuera.

No le va a ser fácil a Arnaldo, líder histórico, desembarazarse de ese peso como no le está resultando fácil a la nueva expresión de la izquierda abertzale abrirse paso en la homologación partidaria. Como postureo de reproche a ese peso del pasado, eludirán cualquier aproximación a EH Bildu los partidos de ámbito estatal, por más de izquierda que se proclamen, por más respetuosos con los derechos de los pueblos que digan ser. Ningún acuerdo, ninguna coincidencia, ninguna aproximación contaminante con los de la mochila, no vaya a ser que por ello se pierdan votos en Almendralejo, o en Cuenca, o en Castro. Que, puestos a cargar mochilas, todavía siguen sin despojarse de ellas quienes jamás condenaron el franquismo, ni la tortura, ni el terrorismo de Estado.

Es aventurado afirmar si Arnaldo Otegi será o no el candidato, si será inhabilitado o no, pero de lo que no cabe duda es que mientras pese sobre él la posibilidad de un nuevo atropello judicial siempre cabrá la tentación de apelar al victimismo como beneficio electoral. Y eso no es bueno.

A estas alturas, y teniendo en cuenta el innegable esfuerzo por reconducir su estrategia, ya es hora de que a los responsables de la izquierda abertzale se le libere del peso del pasado y pueda contarse con ellos para el ejercicio normal de la política sin reservas mentales ni reproches previos.