No han sido tranquilizadores los primeros compases del concierto electoral reincidente, tras el fracaso del primer acto. El descarnado desafío de Podemos al PSOE, el atolondrado acuerdo de coalición del partido de Iglesias con IU, la soberbia superioridad de un Pedro Sanchez venido a menos, la perplejidad de los modestos partidos independentistas y progresistas, están creando un ambiente de desesperanza entre los que ansiaban/ansiábamos un cambio político. La fuerza que desplegó la sociedad para desalojar a la derecha del Gobierno el 20-D fue enérgica, pero no toda la que se necesitaba. Y esa desesperanza que hoy planea sobre los sectores progresistas, desgraciadamente, es la que siempre anuncia y precede la ventaja de la derecha.

Esta indeseada consecuencia cuenta además con un PP ya preparado por el resultado de la primera vuelta, sentado Rajoy en el quicio de la puerta de Génova para ver pasar el cadáver de su enemigo, una coalición imposible que le desalojara del Gobierno. A la vista de estos primeros traspiés de los aspirantes progresistas, el PP no tiene ninguna necesidad de frenada ni reorientación del rumbo. Sigue en funciones, sigue esperando a que vuelva a pasar la comitiva fúnebre del nuevo fracaso. Y, en el peor de los casos, siempre quedará Ciudadanos para poder echar mano de los de su nueva generación y que la derecha siga mandando.

Los partidos de la oposición se ven obligados a intentarlo, claro, que para eso se les paga. Ellos tienen la obligación de pactar dejando para ello en la gatera cuantos pelos sean necesarios, pero han llegado a esta nueva oportunidad con una confrontación y una intransigencia incomprensibles para la masa de votantes que desea con todas sus fuerzas el cambio. Han llegado con tal enconamiento, que difícilmente puede esperarse en ellos el viraje necesario para mudar la desesperanza en esperanza.

A la izquierda le están venciendo las inercias del primer acto. El PSOE sigue empeñado en ser la fuerza hegemónica de la izquierda española, Podemos no renuncia al asalto para superar a los socialistas, IU se cuelga de Pablo Iglesias en su angustioso empeño por no desaparecer y los nacionalistas progresistas bastante tienen con resistir el codazo de Podemos y sus marcas filiales.

Para acabar de desanimar a la ciudadanía, cada vez están más claras las intenciones y los cálculos de cada partido y cómo los intereses particulares están pesando más en las negociaciones. Y eso les va a costar votos, según la responsabilidad mayor o menor que hayan tenido en este fracaso. Esta desesperanza empuja a los electores de la izquierda a la abstención, a la melancólica renuncia al ejercicio del voto. Este fracaso llevará a la más que probable mayoría absoluta del PP con Ciudadanos, que no es otra cosa que la continuidad de una política indecente.

No hubo sorpresa en el último momento, como algunos optimistas esperaban, y el panorama social y político que dejó ese fracaso es desolador. Entre unos y otros han ahogado la esperanza de una mayoría de la sociedad. La desesperanza, la resignación y el desánimo social es la gran fuerza de la derecha, que no desaprovecha la ocasión para multiplicar y amplificar los errores de la oposición desde los poderosos medios de comunicación que domina. Y, por si hiciera falta, allá van los torpedos de la demagogia advirtiendo a la ciudadanía del ominoso pacto entre radicales y comunistas. Pero, no vayamos a desviar el tiro, no es Rajoy quien tiene la culpa del fracaso de formar un Gobierno alternativo, sino los líderes de la izquierda que no han sabido estar a la altura.

No parece que los resultados del 26-J vayan a diferir mucho de los del 20-D, y lo más grave es que, de repetirse, aritméticamente volvería a ser posible ese Gobierno de progreso que desaloje al PP y sus políticas antisociales y corruptas. Puede, por supuesto, que la suma de Podemos e IU logre el sorpasso al PSOE pero, visto lo visto, Pedro Sanchez no va a estar dispuesto a sumar sus votos para un Gobierno presidido por Pablo Iglesias. Así, aunque la alternancia fuera posible, los intereses partidarios la volverían a hacer imposible porque antes de figurar como el segundo de la lista, el PSOE preferirá la gran coalición y seguir flotando como cola de león.

Esto pinta mal. Y, además, no parece que vayamos a asistir a ninguna autocritica pública, a ninguna petición de perdón al electorado si fracasan en esta segunda oportunidad. De aquí al 26 de junio les va a ser muy difícil crear una nueva esperanza en el electorado, levantarle el ánimo y dejar de culpar al competidor.