ninguno dice tirar la toalla, aunque todos los partidos se están posicionando ante la vuelta a las urnas que se avecina para el 26 de junio en el Estado. Con la privilegiada posición otorgada el 20-D por los 5,1 millones de votos traducidos en 69 diputados, pero con la debilidad de no haber podido lograr un pacto a la valenciana con el PSOE, Podemos ha comenzado a dar pasos para hallar una buena posición de salida en el nuevo proceso electoral. La pérdida de apoyo popular que vaticinan las encuestas aprieta. La posible alianza con IU y la certificación de sus alianzas territoriales edificadas en torno a En Comú Podem (Catalunya), En Marea (Galicia) y Compromís (Comunidad Valenciana) son los principales deberes de un partido de nuevo cuño que, además, sigue atándose los cordones para consolidar su proyecto político tras dos años de meteórica irrupción en el que su crecimiento acelerado ha dejado al aire sus costuras internas en varias ocasiones. Las semanas venideras son fundamentales para cumplir con todos sus deberes.

La lista de quehaceres arranca con los contactos con IU. Los dos partidos se abren a una alianza electoral para concurrir juntos al 26-J y echar mano de esa unión para desbancar al PSOE y erigirse en la primera fuerza de izquierdas. La maniobra reportaría beneficios a ambos, hasta 13 diputados más de los que suman ahora, gracias a esos seis millones de sufragios que se prevé que obtendrían, según algunos sondeos. La sintonía entre Pablo Iglesias y Alberto Garzón augura una negociación con visos de éxito, pero los escollos no serán fáciles de sortear. El millón de papeletas de más que una eventual alianza electoral de los principales partidos a la izquierda del PSOE es un caramelo goloso, más si cabe después de que las encuestas avalen la teoría de que la pujanza de Garzón serviría para contrarrestar el desgaste acumulado por Podemos en los fallidos contactos para la gobernabilidad. Pero antes deberán confeccionar las listas, establecer una fórmula electoral compartida e idear la denominación de la plancha.

Esas son las labores que esperan a Podemos e IU, dos partidos que comparten caladero electoral pero que han mantenido posiciones encontradas por su pugna por el voto de izquierdas, como ocurrió en las elecciones del 20-D en las que, a pesar de abrazar un argumentario programático similar, no fueron capaces de sellar una alianza. Esos obstáculos, además, chocan de bruces contra los dos posicionamientos estratégicos que hasta la fecha se han vislumbrado en la dirección de la formación morada. A la vista están las diferencias internas entre un Pablo Iglesias que apuesta por sumar voluntades, e Iñigo Errejón. Mientras el primero no esconde que Garzón y él están “obligados a estar a la altura”, el segundo aboga por un movimiento transversal que se traduzca en uniones “territorio a territorio” sin tener que construir una sopa de siglas escorada a la izquierda.

Las cosas tampoco están claras por parte de IU, donde diversos sectores -con el exlíder del partido Gaspar Llamazares, de Izquierda Abierta, al frente- han censurado la “fusión por absorción” que supondrá para la histórica marca. La entente tampoco ha tenido buenas palabras por parte de Cayo Lara. El todavía coordinador general calificó los movimientos efectuados por la formación emergente durante los últimos meses de “opa hostil” hacia unas siglas que se enfrentan a una asamblea federal en junio que se prevé caliente. Dos de sus tres aspirantes rehúyen de la fórmula de unión con Podemos. O, al menos, exigen validarlas con los votos de los militantes.

El encargado de galvanizar las reticencias internas a una confluencia será Pablo Echenique, que tendrá que emplearse a fondo para juntar las diferentes sensibilidades en torno a esta espinosa cuestión y convencer que la unión se traducirá en suma y no en resta de votos. Es el encargado de la negociación y, además, ocupa la Secretaría de Organización tras el cese del errejonista Sergio Pascual decretado por Iglesias por los fuegos que no pudo apagar en un importante número de comunidades, la CAV incluida. Los interrogantes, en todo caso, deberán despejarse en un horizonte temporal no muy lejano. El calendario electoral aprieta, sobre todo a tenor de que el límite de plazo para registrar las posibles coaliciones electorales de cara al 26-J que podrían conformar Podemos e IU concluye el 13 de mayo. Solo quedan tres semanas.

La dificultades para empastar la alianza son numerosas. La confección de las listas, por ejemplo, debería de ser en forma de cremallera. Es decir, deberían alternarse los puestos de hombres y mujeres. Ello, por ejemplo, podría conllevar tener que desplazar a Errejón de la tercera plaza en Madrid para dar paso a Garzón, un dilema que además podría verse dificultado por tener que encarar la siempre compleja labor de integrar en una única lista a todas las sensibilidades que suelen cohabitar en todos los partidos. La nomenclatura de la alianza puede ser otro de los principales motivos de fricción.

juegos territoriales El tercer escollo para la confluencia sería salvar las crisis territoriales que se le pueden abrir al partido asambleario. Los equilibrios de poder que mantiene podrían resquebrajarse, si bien por ahora las aguas están calmadas. Con hasta seis revueltas en sus filiales otras tantas comunidades en apenas dos años de corta -e intensa- vida, las alianzas tejidas en Galicia, Catalunya o la Comunidad Valenciana deben decidirse pronto. IU ya ha trazado cuál es el camino a seguir si el partido morado quiere contar con sus votos. Lejos de las exigencias de acuerdos puntuales con pactos a la carta por los que ansía Iñigo Errejón, Garzón apuesta por una alianza a nivel estatal. Un pacto de todo o nada.

Las confluencias catalana y valenciana mostrarían menores reticencias a la confluencia, aunque reforzando su autonomía en el Congreso. La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, ya ha anunciado que a corto plazo no vislumbra romper la unión tejida en torno a En Comú Podem -que aglutina a la filial de Podemos, Iniciativa per Catalunya Verds, Esquerra Unida i Alternativa, Equo y Barcelona en Comú-, sino que apostará por que cada cual no renuncie a su identidad. Tampoco parece que Compromís -constituido por Bloc Nacionalista Valencià, Iniciativa del Poble Valencià, Verds-Equo junto a la sucursal levantina del partido morado- salte esa barrera para concurrir en solitario a los comicios generales.

Galicia es la excepción, ya que los otros dos participantes en En Marea -Anova, del histórico Xosé Manuel Beirás, y Esquerda- han pedido mayor libertad de movimientos, mientras que los nuevos líderes territoriales están enfangados en cerrar la crisis interna que supuso la ruptura con el anterior secretario general, Breogán Riobóo, pero deben decidir si reditan la confluencia o no. Ha habido quejas sobre el sesgo nacionalista de la campaña, y la nueva dirección gallega quiere consultar a las bases.

El último frente abierto, y que enlaza con las sucursales territoriales, estaría en el siempre complicado equilibrio entre la dirección estatal y las autonómicas. Con intensos fuegos apagados en comunidades clave como Euskadi -donde la corriente afín a Madrid ha salido triunfadora-, Podemos tiene pendiente cubrir la vacante abierta en Catalunya.