Cuando la Policía Nacional sacó a Arnaldo Otegi (Elgoibar, 6-7-1958) detenido de la sede de LAB en Donostia a la hora del Teleberri nocturno del 13 de octubre de 2009, el socialismo español llevaba pocos meses en los gobiernos de Vitoria, Madrid y Barcelona, el Tribunal Constitucional no había tumbado los artículos clave del Estatut de aquella Catalunya y el SNP solo tenía un escaño más que los laboristas en Escocia. El Tratado de Lisboa no había entrado en vigor, la Primavera Árabe no había florecido y con los datos de desempleo sin dispararse, las consecuencias de la caída de Lehman Brothers solo se intuían.
El escenario que se va a encontrar el que fuera portavoz de Batasuna y hoy es secretario general de la legal Sortu poco tiene que ver con el de 2009. Ni en Euskal Herria, ni en los Estados español y francés, ni en Europa ni a nivel mundial. Ni en lo político, ni en lo socieconómico que tanto marca la agenda. Tampoco en su propia formación, que le dispensará un ongietorri diferente al de 2008.
Cuando aquella mañana de agosto Otegi salió de la cárcel de Martutene tras una condena de poco más de un año por participar en un homenaje a Argala, no le esperó un festival con Fermin Muguruza como cabeza de cartel en Elgoibar ni el sábado siguiente un grupo de personalidades le abrió ese Velódromo desde el que empuñó la rama de olivo para proponer en 2004 la Declaración de Anoeta. No: unas decenas de allegados le esperaron en Martutene y le acompañaron a Elgoibar, que apuraba los sanbartolomes. El sábado siguiente le tributaron un homenaje sencillo en la plaza.
Aquellas semanas Otegi se encontró una ETA activa -en unos meses asesinaría a Inaxio Uria- y una izquierda abertzale que seguía ilegalizada y descabezada por operaciones policiales. Dirigentes como Rufi Etxeberria, Pernando Barrena y Joseba Permach seguían en prisión, al igual que otros que años después tendrían mayor protagonismo. El presidente de Sortu, Hasier Arraiz, lleva sin hablar con Otegi “de manera directa” desde 2007.
Estos cuatro mandatarios podrán recibir a Otegi, pero uno de los pocos que saludó al exportavoz de Batasuna en Martutene, no. En su último año en libertad, Otegi articuló junto al exsecretario general de LAB Rafa Diez Usabiaga -hoy preso- el proceso que separó a Batasuna de la estrategia político-militar. Con tensiones internas con ETA, el objetivo era que todo el MLNV virara sin romperse.
“Sin ambages” Batasuna terminó por desmarcarse de las decisiones tomadas meses antes y que apostaban por endurecer la vía violenta, sin descartar atentar contra cargos del PNV y en suelo francés. El giro partió en el documento Clarificando... y se terminó de plasmar en el conocido Zutik Euskal Herria!, que sirvió de base a Rufi Etxeberria e Iñigo Iruin para presentar los estatutos en los que la izquierda aber-tzale rechazó “sin ambages” cualquier tipo de violencia, “incluida la de ETA”, e incorporó a su estructura la figura de afiliado al uso, inexistente en décadas de historia.
Seis años y medio después de un movimiento que, agotado el primer ciclo electoral con malos resultados, los críticos de la izquierda abertzale reprochan como “golpe de estado”, Otegi deberá liderar otra crisis interna. El expresidente del PSE Jesús Eguiguren y el dueño del caserío Txillarre que sirvió para que el exportavoz de Batasuna se viera con el socialista, Pello Rubio, le visitaron en Logroño hace dos semanas. Lo percibieron, según reconocieron en un reportaje publicado ayer en estas páginas, con muchas ganas pero también con “un punto de preocupación porque la gente piensa que va a solucionar todos los problemas que pueda haber en Sortu”.
El conjunto de la izquierda abertzale -Sortu, Ernai y LAB- afronta la fase decisiva del proceso Abian, que entre críticas ideológicas y, sobre todo, de funcionamiento interno, busca “actualizar” Zutik Euskal Herria!.
La crisis también se extiende a EH Bildu, donde Sortu, EA, Alternatiba y Aralar reflexionan qué ha fallado en las últimas citas con las urnas. La fórmula soberanista alcanzó en 2011 su mayor cota de poder al llevar a Martin Garitano al frente del Palacio Foral guipuzcoano y a Juan Karlos Izagirre, del Ayuntamiento de Donostia. Cuatro años después, la ola ha bajado.
Las generales de diciembre tiñeron de morado las preocupaciones de EH Bildu. Un entendimiento con Podemos puede cambiar las mayorías, pero la lucha electoral previa preocupa en el sector soberanista. Con las autonómicas vascas a la vuelta de la esquina, la figura de Otegi, candidato in péctore de EH Bildu a lehendakari, surge a caballo entre revulsivo y salvador.
Sus allegados políticos acercan al otrora Gerry Adams vasco al simbolismo de Mandela en la víspera de que concluya una nueva estancia en prisión. La primera fue a finales de los 80, cuando como miembro de ETA fue condenado por secuestrar al empresario Luis Abaitua.
Tres años después centró su trayectoria en la política dentro de Herri Batasuna. Durante el proceso de Lizarra-Garazi conoció el primer fracaso de la negociación para tratar de acabar con la violencia. En 2005 y 2006 volvió a ser encarcelado y la condena por el homenaje a Argala supuso un nuevo año en prisión tras otra decepción, la de las conversaciones de Loiola que intentaron el doble carril anunciado en Anoeta en 2004.
Forzados A la vuelta de Suiza tras este intento, Rufi Etxeberria -la última visita que recibió ayer Otegi en Logroño- y el propio exportavoz de Batasuna se vieron obligados a proponer otro giro posibilista al creer agotado aquel modelo. El propio Etxeberria marcó en enero el camino de la legalidad que deberían seguir los reos, una de las cuestiones que continuará sobre la mesa de una izquierda aber-tzale que quiere reorientarse para el reto independentista. Cuando en unas horas el preso más mediático del EPPK deje de serlo, otros casi 400 reos seguirán en prisión.
Seis años y cinco meses después, el juez que abrió el caso Bateragune, el mismo Baltasar Garzón que fue expulsado de la carrera judicial en 2012, ve a Otegi “mucho más útil” para la paz fuera de la cárcel, Patxi López preside un Congreso de los Diputados más morado y naranja, y Mariano Rajoy no sabe ni qué será de él. Catalunya prepara su “desconexión” de una España cuya sociedad -como la vasca- sigue mediatizada por la crisis económica además de por la corrupción, el SNP arrasa pese a que Escocia dijo no a la independencia y la Unión Europea navega sin respuesta para miles de refugiados que cruzan el Egeo. Un escenario que poco tiene que ver con 2009.