PALMA. La infanta, que ocupa una esquina del grupo de sillas de los acusados situada justo en frente del espacio para periodistas, se sabía observada, pero ha dejado traslucir su desagrado con gestos leves aunque evidentes.

La referencia a don Juan Carlos ha dado pie a un cruce de intervenciones respecto a la pertinencia de la pregunta y sobre las contradicciones entre lo que declaró en la fase de instrucción y lo que ha dicho hoy el socio de Urdangarin, discusión en la que lo delicado de la alusión ha contagiado a la presidenta del tribunal, Samantha Romero, que ha evitado nombrar al referido de manera directa y le ha llamado "una tercera persona".

Mientras se resolvía este debate y continuaba el interrogatorio de Manos Limpias a Torres, que ha terminado de manera drástica al negarse el acusado a responder preguntas que hicieran referencia a la Casa Real, la infanta permanecía cruzada de brazos, en un aparente esfuerzo por velar sus sentimientos.

La letrada de la acusación, que solicita para doña Cristina 8 años de prisión por presunta colaboración en dos delitos fiscales, ha continuado en vano su interrogatorio para dejar constancia de sus preguntas, ante lo que la hermana del Rey Felipe, aludida en todas directamente o por vía familiar, dudaba entre mirar a ninguna parte y clavar la vista en la abogada.

Aunque alternaba ambos gestos, cuando se abandonaba a la mirada fija en López Negrete no podía evitar que el enfado aflorara en sus ojos.

Al preguntar la abogada de la acusación popular por supuestas cuentas y sociedades en el extranjero con la insinuación de que pertenecían a Iñaki Urdangarin, su esposa ha acentuado el gesto hasta poner en evidencia su indignación.

En el otro extremo de la última fila, el marido de doña Cristina, con sus gafas amarillas puestas, tomaba nota durante buena parte de la intervención de la abogada de la acusación que ha sentado en el banquillo a su mujer.

Al concluir las preguntas sin respuestas de Manos Limpias ha intervenido para protestar por su "impertinencia" el letrado de la infanta, Pablo Molins, una enérgica queja que Urdangarin ha escuchado sin dejar de asentir.