Pese a los cerca de 40 años transcurridos, aquellos que participaron en la primera Asamblea General del PNV de la democracia, del 25 al 27 de marzo de 1977, la recuerdan con mucha intensidad. La importancia de esa cita, en la que se rearmó el partido tras décadas de clandestinidad para afrontar los retos que estaban por venir, empezando por las elecciones generales, es motivo suficiente para haber calado hondo en todos los que la vivieron de primera mano.
Apuesta por la participación política
Tras la muerte de Franco, el 20 de noviembre de 1975, la transición a la democracia no fue fácil. “Veníamos de 40 años de represión y sometimiento del pueblo vasco”, recuerda Juan José Pujana. “La apertura hacia la democracia era incierta porque todas las estructuras franquistas seguían en vigor”, agrega el expresidente del Parlamento Vasco en las dos primeras legislaturas (1980-1987). En ese contexto, “y ante el aluvión de acontecimientos que se preveían”, el PNV “empezó a salir de las catacumbas y a organizarse”.
“Estábamos abocados a una gran Asamblea Nacional en la que confluyeran la actualización del pensamiento político, del sistema socioeconómico, de los propios estatutos, la proclamación de la laicidad del PNV y toda la problemática de la cultura, el euskera...”, resume Pujana. El momento llegó, y la asamblea de 1977 “fue el punto de partida para la puesta al día de la organización”. “Y la apuesta por el país, porque otros no hicieron esa apuesta, tenían una política de máximos que no llevaba a ninguna parte”, reprocha.
De este modo, considera que “el PNV apostó por la participación política y por la necesidad de representar ese papel, en la medida en que los propios electores se lo asignasen, en todas aquellas instancias donde los intereses vascos podían verse afectados”. La asamblea del pabellón Anaitasuna, en la que defendió la ponencia política, fue importante no solo por las discusiones ideológicas y estatutarias, sino por “la energía que insufló en todas las organizaciones del partido, fue un calambrazo impresionante”.
La ratificación de esta apuesta llegaría pronto con las elecciones generales de junio de ese mismo año, en las que el PNV ganó en la CAV y que supusieron una “clarificación política del país” en un periodo marcado por una multiplicación de siglas. “Todos los que creían que el PNV era una antigualla y que no existía prácticamente se llevaron el gran chasco”, zanja Pujana.
Asevera que “si Franco creyó que esto estaba ya dominado y erradicado”, esos tres días demostraron que, muy al contrario, “el espíritu y la conciencia del pueblo vasco seguía impertérrita y más viva que nunca”. “Tengo un gran recuerdo de aquella época”, caracterizada por “una ilusión tremenda, también éramos jóvenes, la política entonces no estaba tan maleada como ahora y había un idealismo tremendo, una generosidad incalculable de todas las gentes”. “Bajo ese punto de vista era estimulante y te captaba el ambiente y el trabajo”, concluye.
Debate intenso y voluntad de acordar
A sus casi 97 años, Gerardo Bujanda, gudari del Batallón Saseta, todavía se emociona cuando recuerda esa primera Asamblea General. Como el resto de testimonios, destaca el mitin final de Manuel de Irujo, recién llegado del exilio, y asegura que él mismo ocupó el estrado pero solo para gritar “gora Euskadi askatuta!”. Este veterano jeltzale explica que “fue casi a última hora y la gente ya estaba cansada; desde luego, todos se dieron cuenta de que yo quería acabar aquello y me aplaudieron mucho”, rememora.
Bujanda, que fue elegido diputado por Gipuzkoa en las elecciones constituyentes de 1977 y 1979, recuerda a su vez la “sorpresa agradable” que supuso la masiva participación en el cónclave de Iruñea, en el que “reapareció algo que parecía dormido”. “Nosotros, que creíamos que éramos pocos, vimos el ambiente tan festivo y solemne, a muchos jóvenes, y yo decía extrañado, pero de dónde ha salido esta gente”, asegura.
“Recuerdo a los vizcainos, eran gente ejemplar y los que más chillaban”, prosigue. Respecto a las cuatro ponencias a debate, señala que “se discutió mucho, pero tenían tan buena voluntad que casi se aprobaba lo que estaba escrito”. “La gente lo que quería era andar, me refiero políticamente. Ver si lo que ahí se plasmaba tenía traslación al pueblo, y se vio que, efectivamente, el pueblo respondió en una medida que quizás no hubiéramos soñado”.
Según él, “las elecciones fueron una confirmación de todos nuestros augurios, en contra de otros que entonces balbuceaban y salían con fuerza aparente a la vida política y criticaban la inoperancia del PNV”. Unos reproches que “siguen todavía, el concepto de que el partido no hace nada”, censura. Respecto a la nueva cita que el PNV celebra este fin de semana en Iruñea, confiesa que “siento emoción por lo que pasó y envidia por lo que va a pasar”.
Emoción por reunirse e ilusión por el futuro
La celebración de esa asamblea de refundación no fue cosa de un día para otro: “veníamos trabajando desde meses atrás en la confección de las ponencias política, estatutaria, de cultura, educación, etc., que allí se aprobaron”, explica Xabier Agirre respecto a esa “salida de la clandestinidad”. En lo personal, destaca el hecho de haber conocido en Iruñea a Manu Robles-Arangiz, Julio Jauregi y, “sobre todo, a Manuel de Irujo con la fuerza con la que llegó, levantando los brazos en aquel balcón y diciéndonos una receta mágica para el futuro, tres palabras que eran la misma: organización, organización y organización”. La intervención final de Irujo, quien sufrió décadas de exilio tras la guerra, supuso “la apoteosis, aquello fue francamente emocionante”.
Más allá, destaca cuatro aspectos fundamentales de ese cónclave: “Primero, una ilusión desmesurada por salir otra vez a la luz y mostrar quiénes éramos y lo que pretendíamos; una cierta expectativa por medirnos en las urnas después de 40 años de clandestinidad; unas ganas de reencuentro, de fraternizar, ahí nació en alguna medida el Alderdi Eguna que se celebró en septiembre de ese mismo año en las campas de Aralar; y la necesidad de reorganizar el partido para la vida pública”.
Agirre, ex diputado general de Araba y actual parlamentario, insiste en definir esos días de marzo del 77 con dos palabras: “Ilusión y emoción, la ilusión por el futuro que nos venía y la emoción por poder juntarnos”. En esa época tenía 26 años y ese fin de semana participó sobre todo en el debate de la ponencia política.
“Fue un debate absolutamente abierto, todo el mundo dijo lo que pensaba y al final se aprobaron por mayorías abrumadoras todos y cada uno de los textos con las enmiendas correspondientes que se aceptaron, y a partir de ahí a funcionar”, relata. Lo que sucedió entonces fue posible, según él, porque “a pesar de lo que algunos se han empeñado en decir, durante la clandestinidad el partido siguió trabajando, tanto en el exterior como en el interior”. Subraya, eso sí, que “el partido es un instrumento, no un fin en sí mismo; es un instrumento para alcanzar la soberanía del país, y punto”.
Elecciones y amnistía, los temas principales
“Durante estos años no se cuántas celebraciones ha habido, pero las que han quedado más grabadas en mi memoria son precisamente ese acto del 77 y también el primer Alderdi Eguna en San Miguel de Aralar”. Así lo asegura la navarra Rosa Miren Pagola, quien resalta que esa asamblea generó “muchísima ilusión porque se salía del largo túnel que nos había tocado vivir”. Pero también había “miedo, temor”, ya que “uno no se acababa de creer que no iba a pasar nada y que se podía reunir con tranquilidad”. De hecho, recuerda que el último día se produjeron “cargas de la policía armada” a última hora de la mañana en la céntrica Plaza del Castillo, donde estaban congregados.
Pagola, que acudió a esa cita con su familia y un hijo de corta edad, subraya que hubo dos temas fundamentales: la amnistía, que fue “el leitmotiv de la asamblea”, y la inminente cita electoral. Sobre este último punto dice que “había que ganar las elecciones, tenía que marcarse realmente un hito para que pudieran ir a Madrid los máximos representantes del partido, y eso también fue un clamor general”. Destaca a su vez “el interés que se puso hacia el desarrollo económico y empresarial, el sistema de cooperativismo como una línea propia que había tenido éxito, y el estatus de la mujer”.
Rosa Miren Pagola fue requerida para formar una gestora en el convulso año 1984, antesala de la escisión del partido, y para reformar un Napar Buru Batzar del que formó parte como vicepresidenta hasta el 87. Como consecuencia añadida, fue la primera mujer que integró el EBB. En ese periodo se celebraron las elecciones generales de 1986, en las que fue cabeza de lista para el Congreso por la Comunidad Foral con “una campaña muy dura”.
Volviendo a la asamblea del 77, destaca que “se proclamó Iruñea como la capital territorial de Euskal Herria”, ya que “Navarra ha sido un territorio que ha estado muy hermanado” con la CAV. Lamentablemente, “con el franquismo quedó totalmente apartado y todavía se están sufriendo las consecuencias de aquellos años en los que se perdió tanto”. Añade que “a todos nos hacía una ilusión especial estar allí ondeando la ikurriña sin miedo. Luego al final cantamos el Gora ta Gora y hubo un júbilo tremendo”.