pedro Sánchez está donde quería, negociando a izquierda y derecha en busca de la investidura. O donde le han dejado estar, puesto que la presión en su partido para que no se alinee con su principal rival sociopolítico -que no es otro que Podemos como antes lo era Izquierda Unida- le fuerza a abrir dos líneas de negociación que, por su propio carácter de paralelas, no tienen expectativa de unirse hasta alcanzar el infinito. Y Sánchez no tiene tanto tiempo.
Así que, en la práctica, ha comenzado un diálogo de amplios espacios de análisis y debate desde la concepción del Estado, su organización territorial en términos de centralización o descentralización, los ejes de su desarrollo económico, sus políticas de bienestar y las garantías para una regeneración de la vida política -tras la sonrojante sucesión de casos de corrupción- que se mueve en compartimentos estancos. La tracción que sobre esos asuntos ejercerán desde Ciudadanos y Podemos van en direcciones opuestas y Sánchez corre el riesgo de acabar políticamente desmembrado.
Esto deja al líder socialista manejando parámetros de pura supervivencia de su carrera política, que puede ser tan fulgurante como efímera en la primera línea del socialismo español. Los números son empecinados y cualquier posibilidad de investidura pasa por un acuerdo con Podemos. Los 40 escaños de Ciudadanos solamente valen con una abstención del PP que todos sus portavoces han descartado con insistencia.
Ciudadanos, por imperativo interno
Pero el secretario general socialista ha visto tan contestado un acuerdo con Podemos que cabe dudar de su capacidad de dar el golpe de autoridad que requeriría la apuesta. Lo que le han dejado claro tanto Iglesias como Rivera tras su primer encuentro de esta semana es que tiene que elegir lado. Que su enfoque de sumar a ambos no tiene recorrido. Esto lo sabe el mismo Sánchez y eso da qué pensar.
Sánchez sabe que, en conciencia, si los 163 asientos que sumaría Rajoy con el partido de Rivera no inducen a los socialistas a permitirle gobernar gracias a su abstención, los 130 que alcanzaría él mismo no merecen mayor receptividad de quienes aún ocupan La Moncloa. De modo que ese carril tiene más de achicar agua en su propia casa para no verse ahogado desde dentro y le incapacita, además, para sumar a otras fuerzas políticas de la periferia. Ni por la izquierda ni por los nacionalismos, a los que con Ciudadanos no les puede ofrecer un mayor ejercicio de soberanía.
Una cosa es que ayer Andoni Ortuzar acudiera a reunirse con el líder socialista sin líneas rojas, y otra bien distinta que el PNV pueda compartir el discurso nacional-historicista español de Rivera y su mensaje de recentralización y laminación de la diferencia. Más aún después de haber explicitado a su vez el PNV y el lehendakari Urkullu que Rajoy y Ciudadanos no son fiables. No tienen una agenda vasca ni respuestas a las necesidades específicas de Euskadi en materia de desarrollo económico, convivencia y reconocimiento y consecuente materialización del carácter preconstitucional de los derechos de los vascos, tildados ahora de privilegios por los advenedizos a la derecha política española. Además, los seis escaños del Grupo Vasco no resultan determinantes en ese escenario y, en consecuencia, no parece atractivo exponerlos.
Así las cosas, el propio Rivera se ofrece más como intermediario hacia un encuentro con el PP que como sustento de un gobierno al que no da estabilidad. El fantasma de unas nuevas elecciones puede ablandar en parte su discurso a medio plazo. No está claro que quienes han colaborado en la financiación de la anterior campaña vayan a mantener la apuesta tras constatar que su partido no es determinante ni alternativa a las derechas aglutinadas en el PP. Pero eso no le importa a Rajoy, que no tiene aspecto de temer una nueva confrontación en la que, en términos de voto útil para la gobernabilidad, Ciudadanos pierde atractivo tras la experiencia de su papel desde el 20-D.
Podemos, por imperativo aritmético
En el otro frente de negociación, Pablo Iglesias no ha dejado de hacer campaña desde la misma noche de las elecciones. Le ha presentado a Sánchez sus exigencias, le ha compuesto la mitad de su gobierno y le ha demostrado que, entretanto, le sigue haciendo oposición. Incluso ha salido suficientemente airoso de las primeras muestras de bisoñez política, en la composición de la Mesa del Congreso y en el incumplimiento de una promesa de grupo propio que no debió hacer a las candidaturas de confluencia. Se ha movido estas semanas entre la convicción de ser imprescindible para gobernar y la expectativa de asestar un bocado mayor al electorado del PSOE en una eventual cita electoral inmediata. Su punto débil es precisamente que la suya es una apuesta a todo o nada. Y ese tipo de movimientos tienen su momento y ese momento, pasa. Iglesias no se puede permitir una legislatura en la que ni gobierne ni lidere la oposición porque el discurso de izquierda tiene muchos pretendientes y Alberto Garzón está en condiciones de ser un rival en el futuro y reactivar los rescoldos de IU con el nuevo emblema de Unidad Popular. Si no lo suma a la causa, el político más valorado según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) le seguirá restando, como mínimo ese casi millón de votos que cosechó y que le hubiera permitido a Podemos adelantar al PSOE en diciembre pasado.
En esta suma sí son determinantes los votos del PNV. Permiten superar a el rechazo de PP y Ciudadanos en una eventual investidura. Lo sabe el entorno de Sánchez y lo ha demostrado el tono conciliador de su secretario de Relaciones Institucionales y Política Autonómica, Antonio Hernando.
Igualmente lo han percibido en el PP, que mientras siga en manos de Mariano Rajoy no tiene canales fiables de comunicación con los jeltzales. Eso explica el endurecimiento del discurso de su sucursal vasca este mismo viernes en el Pleno de Control del Parlamento vasco, que casi monopolizaron con sus preguntas al lehendakari. La que le pidió aclarar su posición respecto a las negociaciones para la investidura española resulta, como mínimo extemporánea, para dirigirla a quien carece de responsabilidad ni función alguna en ese proceso y daba la impresión de un puro ejercicio de postureo de los populares vascos. Que, sí o sí, tienen elecciones este año y vienen de unos resultados en las generales -tradicionalmente las suyas- nefastos.