madrid - “Hasta aquí hemos llegado” que diría Mariano Rajoy, aunque dos semanas de campaña dan para mucho. Para dar y recibir millones de besos y abrazos y... también algún que otro puñetazo sin ninguna gracia. Para recorrer miles de kilómetros y, de paso, pedir el voto y como no, para meter mucho la pata.
Nadie es infalible y los políticos tampoco. En quince días de mítines, discursos, debates y entrevistas con Bertín Osborne y María Teresa Campos, lo normal es que a los candidatos les patine la lengua de vez en cuando. Que Rajoy diga en un acto del PP que los vecinos eligen al alcalde suena a perogrullada. Pero añadir que “es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde” es un retruécano incomprensible. Tampoco es cuestión de reproducir ahora la diatriba que le dedicó Rajoy a Pedro Sánchez en el cara a cara, pero llamarle “Ruiz” en vez de “ruin” sobrepasó cualquier límite. Hasta se han hecho camisetas con el insólito insulto. Sánchez, que no Ruiz, tiene una.
Pero una cosa es la batalla dialéctica y otra la que se practica con los puños. Puñetazo y brutal, el que se llevó el pasado miércoles Mariano Rajoy precisamente en su casa, Pontevedra. El propio agredido le ha quitado hierro al incidente, una anécdota más, desagradable eso sí, de la campaña, y que le ha costado a Rajoy usar durante unos días las típicas gafas de repuesto algo pasadas de moda que la mayoría de la gente tiene olvidadas en un cajón.
navidad y mercados El mal rollo que se vivió en las calles de Pontevedra que contrasta con el ambiente navideño que se respira en los mítines y en los actos de partido. No hay candidato que no se haya tenido que comer un polvorón o al que no le hayan intentado regalar algún obsequio envenenado, de esos con lo que después les hacen burlas en los memes. Como esos calzoncillos rojos que le intentaron colocar a Pedro Sánchez en Barcelona. No debían ser de su talla y el candidato socialista se quitó de en medio. Le duró poco la alegría porque tres pasos más adelante le endosaron una bolsa de mandarinas color Ciudadanos que el socialista se empeñó en pagar. Una de dos, un tendero listo o un votante de Rivera.
Y es que los mercados dan mucho juego. Debe ser que todos los votantes se pasan el día entre besugos y puestos de casquería a juzgar por los paseos casi diarios que se pegan los candidatos por aquellos pasillos a la caza del jubilado despistado con la lista de la compra. Votantes como la abuela de Alberto Garzón que ha posado orgullosa para apoyar a su nieto después de que decenas de abuelas que sufrieron la dictadura o el exilio inundaran la red con mensajes en favor del candidato de Unidad Popular-IU.
Claro que no todo son besos y arrumacos. Las centollas son tirando a rojas y por eso no deben ser votantes del PP. Si no que se lo digan al presidente de la Xunta, Alberto Núñez-Feijoo, que se llevó el otro día un buen rejonazo en la mano de un ejemplar gallego en la plaza de abastos de Santiago: “¡Joder, qué cabrona ésta, eh!”, le salió del alma.
Después del marisco y el pavo hay pocas cosas más navideñas que la lotería. La que han comprado casi todos los candidatos como una especie de salvavidas por si las cosas se tuercen a partir del domingo. No intenten comprar el número del presidente del Gobierno -el 29.680- porque está agotado.
los idiomas y el lenguaje Los idiomas nunca han sido el fuerte de los políticos españoles. Los nuevos parece que tienen más agallas para lanzarse a hablar en público en otras lenguas. Pese a su acento vallecano -a mucha honra-, Pablo Iglesias se defiende medio bien con el inglés pero se pierde cuando se pone a hablar de los “tiburones” del neoliberalismo. Le traicionó su “House Water Watch Cooper” pronunciado en el famoso debate a cuatro. Palabro que en traducción libre sería algo así como “la casa de agua que mira al cobre”. Dio igual porque todo el mundo lo entendió.
Quien entendió otra cosa y pegó un buen respingo fue el líder de Ciudadanos hace unos días en Granada. Un grupo de mujeres que abordaron a Rivera en la calle le agradecían que trajera la “dependencia” pero su cerebro, sugestionado por el desafío de Artur Mas y poco acostumbrado al acento andaluz, oyó “la independencia”. “¿Cómo?, ¿qué dice? Uff, había entendido independencia. Que era yo el que iba a traer la independencia”. Lo que le faltaba. Pensaría que se había vuelto loco.
Caso aparte son las melodías de campaña. La del PP es especialmente machacona y por eso permite identificar a la primera al partido. Los emergentes, a falta de sintonía propia, se han apropiado de las canciones de otros, como aspiran a hacer con sus votos. Así que Podemos ha escogido la banda sonora de Cazafantasmas, película que Pablo Iglesias debió ver en el cine de su barrio allá por el año ochenta y tantos.
Por lo visto, los cazadores de fantasmas visten de morado mientras que los espíritus malignos pagan con tarjetas black y entran y salen por puertas giratorias. El 20-D, el final de la película.