De las cinco familias políticas vascas que más posibilidades tienen para obtener escaño el 20-D, cuatro están tocadas por una crisis interna. Si el país refleja una foto política bastante estable es por la consistencia del primer partido, el PNV.
PP y Podemos han pasado por una crisis de carácter orgánico, consecuencia de la falta de afinidad de los dirigentes territoriales con el mando en Madrid. El PSE vive en un estado de vulnerabilidad que no puede superar, dependiente del improbable éxito de un líder estatal frágil e incapaz de motivar a los suyos. Para todos ellos, sin embargo, unos resultados electorales medianamente satisfactorios dejarían atrás el problema.
Además de un cierto desfondamiento electoral, EH Bildu tiene otro tipo de crisis, que podría ser de carácter más profundo que el puramente electoral. El fin de la estrategia político-militar se pudo realizar bajo la promesa de que había que cuidar las raíces y rememorar la etapa que se dejaba atrás como fuente de inspiración para abrir una nueva época de gran actividad desobediente en las calles. Con las elecciones municipales y las generales del año 2011, la izquierda abertzale añadió una extraordinaria representación institucional que aseguró iba a poner al servicio de la nueva plataforma estratégica.
Ahora, la realidad de la izquierda abertzale es crítica. En su calle quedan unos pocos melancólicos de la kale borroka, aburridos por la inactividad y desengañados por la acomodación de su gente en las instituciones. Ante la confusión interna, el discurso es paradójico. Se vende unilateralidad como la nueva pócima milagrosa, y a la vez se dice que Aiete se ha malogrado por culpa del Estado. El argumento de la unilateralidad se derrumba cuando se le oye a Iñaki Antigüedad decir que hay que “tejer complicidades en una España poliédrica y no olvidemos que los presos los tiene España”.
Junto con la unidad, siempre ha habido segmentación táctica en el tradicional MLNV. Pero, lo distinto hoy es la externalización del conflicto interno entre grupos de apoyo a los presos. O la defensa explícita, por parte de militantes conocidos de la izquierda abertzale, de la abstención ante el 20-D.
Con el proceso Abian, es posible que Sortu haya buscado un paréntesis. Ha conseguido que un buen número de críticos acepten participar en ese debate estratégico. A la par, esta semana se ha buscado movilizar a los viejos políticos de HB y a los presos excarcelados. Para que la desafección no haga daño, el mensaje busca patrimonializar la nostalgia. Aunque la ocasión era buena, el choque con los más radicales no ha llevado a Sortu a realizar el desplazamiento ético que la mayoría social vasca desearía. Hace 40 años acertamos, se les oye decir sin atisbo alguno de autocrítica. Lo dicen, además, sin que se escuchen los reproches de sus aliados de EA o Alternatiba, que quedan privados de toda coherencia ante un alegato que no pueden compartir. Todos estos movimientos parecen mostrar que se busca repescar a toda costa a los disidentes. Pese a ello, los propagandistas más autorizados de la izquierda abertzale hablan ya de un divorcio interno que debería ser civilizado.