Comienza una campaña electoral que, según parece, a algunos les ha pillado en estado de desconcierto y a otros, con ánimo de desconcertar. Uno de los factores que más ha influido a la hora de asentar esta situación tiene que ver con la introducción de un nuevo eje en la política estatal: la que divide a partidos viejos de aquellos que se pretenden nuevos. A partir del nacimiento de esa nueva línea divisoria surgió la necesidad de tomar distancia de la casta y de la caspa.

Un primer reflejo de esta realidad se constata tanto en la desaparición de los tradicionales debates a dos, que pasan a ser sustituidos por debates a cuatro bandas, como en que, quienes hasta hace poco sólo hacían acto de presencia a través de pantalla de plasma, hoy estén dispuestos a recibir a la audiencia en casa y en pijama.

Visto desde lo que ellos siguen denominando la “periferia”, la única revisión constatable del escenario político estatal es la que tiene que ver con las nuevas tendencias de comunicación política. A saber, renovación de fondo de armario, sastrería que evite parecer un político pequeño metido en un traje grande, vuelta al tuteo, abuso del tuiteo, camisa blanca de la esperanza y, excepto los que hayan hecho del elemento capilar parte de su marca personal, todos al peluquero a la búsqueda de un corte neutro.

Puede que tanto cambio cosmético consiga distraer la atención de una parte del electorado, pero los problemas que arrastra el estado español ni son estéticos ni son nuevos. Como tampoco parecen serlo las soluciones que prometen aplicar.

Porque si en alguna certeza coinciden unos y otros es en el soterrado cuestionamiento del Concierto Económico, una de las columnas sobre la que descansan los derechos históricos de los “territorios forales”. En este punto, tanto los viejos partidarios del café para todos como los que hoy apuestan por la barra libre del zumo de naranja comparten un diagnóstico y una visión mucho más cercana de la que están dispuestos a aceptar en público.

Mucho me temo que, llegados a la cuestión de la denominada “territorialidad”, el PP, que ha puesto en marcha la política centralizadora de la actual legislatura, el PSOE, que tiene un discurso para cada lugar y momento, Podemos, bajo la apariencia de la necesaria solidaridad, o Ciudadanos, que abiertamente habla de EAJ/PNV como el partido de los privilegios, no tendrán problema alguno en llegar a acuerdos que, a buen seguro, en ningún caso profundizarán en el autogobierno vasco.

De la misma manera, me arriesgaría a apostar, que el escollo de las diferentes percepciones de sus modelos de reorganización del Estado no plantearán diferencias tan grandes como para evitar llegar a cuantos pactos de gobierno les sean necesarios. Esta es una de las evidencias que que justifican por sí solas el estar presentes en el Parlamento español. No es la única. Para seguir cargándonos de razones sólo bastará con estar un poco al tanto de esta campaña electoral que, en el estado español, no ha hecho sino continuar.