Todo el mundo parecía haber caído en la cuenta del cobijo que el manto de Junts pel Sí ha proporcionado a Artur Mas en el proceso de liquidación política de CDC pero casi nadie atiende a que ese paraguas acoge también a Esquerra en un momento en el que el emblema independentista le permite posponer una posición clara sobre su propio proyecto social y económico para la próxima Catalunya. Porque, si Mas es el president de los recortes presupuestarios, el pacto de estabilidad con ERC no ha hecho de los republicanos sólo compañeros de viaje en el proceso independentista, sino en la aprobación de esas cuentas.

Pero hoy la CUP le disputa al partido de Junqueras un espacio que históricamente le correspondía: ejercer de azote de la derecha catalanista desde un discurso social de izquierda. Hasta el extremo de que la voz de ERC apenas se ha escuchado en el debate sobre la regeneración política y la reorientación económica de Catalunya que ha situado la CUP como argumento central para ponerle la proa a Artur Mas al negarse a investirlo president. Junts pel Sí es una plataforma útil para diluir las diferencias entre sus socios, pero se está mostrando incapaz de propiciar la estabilidad que el proceso requiere. En primer lugar por que no ha alcanzado la mayoría absoluta que hubiera permitido gestionar tiempos y pasos en un Parlament equilibrado en el que la CUP podría sumar en la hoja de ruta soberanista sin restar en la configuración de instituciones. Ese escenario ya no es posible. En segundo lugar, la unidad se ha revelado como un escenario circunstancial, incapaz de reproducirse de cara las elecciones generales del 20 de diciembre. Y, además, porque la presencia de Òmnium Cultural y la Asamblea Nacional Catalana en la lista ejerce de pegamento entre los republicanos y los convergentes en proceso de extinción y refundación, pero a cambio ambas organizaciones han perdido la capacidad de arrastre, de incidir que alguna vez tuvieron sobre la Candidatura d’Unitat Popular (CUP) antes de las elecciones catalanas.

De modo que, en vísperas de una nueva cita electoral, a ERC le empieza a acuciar la constancia de que un rival pequeño y poco estructurado hasta hace unos meses le está metiendo la azada en su propio patio trasero, le sustituye como azote de la derecha catalana y agita un discurso antisistema muy en boga que sustituye al mensaje de la vieja izquierda ahora que incluso Podemos busca el centro. Como la propia ERC ha acabado por hacer. unque no se haya percatado de ello al elegir socios en el proceso o no quiera admitirlo.

Que ERC defienda, por boca de su candidato al Congreso, a Artur Mas como la única vía posible para avanzar hacia la soberanía no responde sólo a un hecho difícilmente objetable sino que le envuelve de pragmatismo. Útil frente al protagonismo adquirido por la CUP en su estrategia de convulsión general que prioriza la renovación política aun a costa de congelar la desconexión.