el conflicto que desgarra Oriente Próximo y el fenómeno terrorista asociado, con la crisis de refugiados a que han dado lugar pueden hacernos pensar que la humanidad atraviesa por una época de especial oscuridad. Los informativos de televisión y radio, las páginas de los periódicos, y los medios y redes sociales de internet nos acercan imágenes y testimonios de especial crudeza. Al calor de la violencia retransmitida casi en directo no escasean las expresiones de escándalo o repulsa. Los destinatarios de tales son, unas veces, los fundamentalistas islámicos; otras los fundamentalistas en general; también el Islam en su conjunto; o, incluso, las religiones todas. Bastantes se inclinan por hacer a Occidente culpable de casi todos los males del Mundo. Y hay quien no se limita a ningún ámbito y extiende su condena a todos los seres humanos.
Y sin embargo, no se cumple aquí la copla de Manrique: “Cualquiera tiempo pasado fue mejor”. En lo relativo a muertes de forma violenta creo que no ha habido en la historia de la humanidad ningún otro periodo mejor. No quiero decir con esto que este sea el momento con menor número de muertos, ya que, como es lógico, cuando en el planeta había muchos menos seres humanos, eran bastantes menos los que morían a manos de sus semejantes. Lo que quiero decir es que de haber nacido en cualquier otro momento de nuestro pasado, la probabilidad de perder la vida en un conflicto bélico o de ser víctima de un asesinato habría sido mucho mayor.
En términos relativos, o sea, en proporción al total de la población, nunca ha habido menos homicidios que los que ha habido en los años que llevamos de siglo. Y esto es especialmente acusado en Europa. Y tampoco hubo nunca menos muertos en las guerras, de nuevo si consideramos el dato en términos relativos, por supuesto. En los conflictos bélicos habidos hasta finales del siglo XX la proporción de fallecidos al año osciló entre diez y dos mil por millón de personas. Hoy estamos por debajo de diez, a pesar, incluso, de haberse producido un repunte en los últimos años, motivado por los conflictos de Oriente Medio y Ucrania, al parecer.
Las mejoras no se limitan a la violencia entre personas o entre estados. Éstos también ejercen menos violencia contra sus propios ciudadanos. Al menos eso es lo que se desprende del hecho de que la democracia, como sistema político, y las libertades, en general, no haya dejado de avanzar en el Mundo durante las últimas décadas. A principio de siglo XX una mínima parte de la población mundial vivía en regímenes casi o totalmente democráticos. Alrededor de la mitad de los seres humanos vivimos hoy en países con un sistema político razonablemente democrático.
La percepción de lo que ocurre en el Mundo está sometida a sesgos. Algunos son psicológicos: tendemos a olvidar los males del pasado, y lo idealizamos con sorprendente facilidad. Otros tienen que ver con la proximidad de las desgracias: las cercanas nos impresionan mucho más que las lejanas, y Oriente Próximo está, como su propio nombre indica, próximo. Y por último, está la ubicuidad de la comunicación mediática, tanto tradicional como virtual: nos ofrece las desgracias con inusitada insistencia.
Pero conviene no perder la perspectiva. El Mundo del presente no está bien; de hecho está mal. Pero el del pasado estaba peor. No hay ninguna garantía de que en el futuro las cosas vayan a mejorar. Por eso quien suscribe prefiere acogerse al dictum popperiano: “Nuestra obligación no es profetizar el mal, sino luchar por conseguir un mundo mejor”.