el atentado de París tiene demasiadas aristas como para pretender que este breve artículo sea lo global que debería; por lo que permítanme que al menos plantee aquí unos humildes comentarios y el dolor que me ha producido ese acto execrable que va contra la humanidad que se nos supone -más cuando dicen actuar en nombre de Dios-.
Al parecer mi Jaungoikoa no tiene nada que ver con el de esos terroristas que nos amenazan, masacran de manera premeditada, esclavizan mujeres? en nombre de un Dios que seguro que no está de acuerdo -y tampoco la mayoría de las y los musulmanes-. En mi opinión son gentuza, asesinos responsables de sus actos, a los que deben enfrentarse los poderes democráticos con la fuerza de los derechos de las personas.
Sorprende que esos individuos con pasaporte europeo se revuelvan con tanta violencia contra esta Europa que han disfrutado. Cuando oigo decir que algo habremos hecho mal me disgusto y cuestiono que la culpa la tengamos la gran masa ciudadana que somos quienes precisamente hacemos posible la cohesión social y mantenemos todo el tinglado.
Es cierto que todavía queda mucho que mejorar en derechos sociales para que nuestras sociedades puedan llamarse plenamente democráticas y tienen razón quienes nos recuerdan los intereses geoestratégicos -económicos, por supuesto- como otra causa del malestar en determinadas zonas del planeta; aunque eso tampoco es disculpa para la amenaza y las matanzas ni en nuestro continente ni en el suyo donde estos también asesinan a musulmanes en el nombre de Alá.
La guerra se presenta estos días como la única opción en este loco escenario del desencuentro humano. Entiendo la reacción con las tripas del Gobierno francés pero tengo dudas de que sirva para solucionar un problema de hondas raíces. Probablemente, el fundamentalismo islámico espera y desea violencia por parte del ámbito occidental democrático, ya que así pueden seguir generando victimismo y odio en el mundo musulmán.
Los gobiernos, teóricos defensores de la ciudadanía, deberían marcar claramente cuál es la línea roja frente a quienes pretendan vulnerar nuestros derechos, pero también acabar con la hipocresía de la producción y venta de armas. Estos días han proliferado muchas declaraciones con caras compungidas pero sin comprometerse a terminar con el negocio más rentable del mundo. La ingenuidad, por lo tanto, se convierte en colaboracionismo en esta semana en la que han subido en Bolsa las acciones de las empresas armamentísticas.
Unidad democrática, respeto y defensa de los derechos y valores de justicia y dignidad de las personas son el mejor argumento contra quienes desean rompernos y devolvernos a los tiempos de las Cruzadas. El retroceso inhumano no debería justificarse en política: ni violencia, ni islamofobia pero tampoco el relativismo cultural permisivo de admitir en nuestra sociedad costumbres discriminatorias contra las mujeres y otras que también destrozan nuestro sistema de derechos.