La historia de ETA está jalonada de muertos, pero también de intentos por zanjar la macabra deriva de la organización terrorista. Uno de los más longevos es el de la Fundación Fernando Buesa, que este jueves y viernes celebró la decimotercera edición de sus seminarios anuales y que, apenas una semana antes, recogió en un libro las intervenciones del pasado año. Estas dos citas recorren la transición entre la respuesta de la sociedad vasca ante el terrorismo y la comparación con la gestión del trauma que episodios semejantes han obtenido en otras latitudes. En el primer aspecto no hay la menor ambigüedad. La fundación que lleva el nombre del ex diputado general de Álava asesinado en febrero de 2000 describe una respuesta de la ciudadanía “muy poco beligerante en general” con los asesinatos terroristas.
El catedrático de Historia Contemporánea, Luis Castells, apoya esta visión en testimonios de las propias víctimas que inciden en el “aislamiento social” al que se vieron sometidas, sobre todo hasta los años 90, frente a la versión “dulcificada y complaciente” que se acoge al mantra de una ETA derrotada por la presión ejercida desde la sociedad. Castells describe un silencio que con el paso del tiempo, y de los cadáveres, se fue tornando en una leve crítica ante “la extensión de la amenaza” ejercida por la kale borroka, un “reflujo de movilización” progresivo que tuvo como punto de inflexión el secuestro y posterior asesinato del concejal del PP en Ermua, Miguel Ángel Blanco.
Hasta entonces, atravesado el ecuador de la década de los 90, el historiador vasco dibuja un escenario “sin respuestas sociales sostenidas” ni “apoyo a las víctimas”. Incluso llega a asegurar que, “en la realidad, no existían como tal”. La reacción de ETA ante la llegada de la democracia fue incrementar su actividad. Entre los años 1968 y 1975, año en el que falleció Franco, la banda armada cometió 45 asesinatos. El número de muertos de 1976 a 1982 subió hasta las 375 víctimas mortales. “Los asesinados eran despedidos en su mayor parte en actos semiprivados, con una escasísima presencia de pública, y a esa ausencia social había que añadir en ocasiones la ausencia institucional”, repasa el catedrático. Las primeras protestas públicas contra ETA se produjeron en junio de 1978 tras el asesinato del periodista José María Portell, que había mediado con la organización con el fin de entablar negociaciones.
En las convocatorias que siguieron a las protestas por la muerte de Portell se evitaba el uso del término ETA. Las manifestaciones que en aquella época recorrían las calles de Euskadi hacían alusión, según recoge Castells, a la paz “ahora y para siempre”. Hubo excepciones como la manifestación que tuvo lugar en Bilbao en 1983 tras el asesinato de Martin Barrios, que contó con una marcha en la que el lema escogido fue Con el pueblo, contra ETA.
La visualización de la reacción social tomó como expresión el lazo azul alumbrado desde Gesto por la Paz. Este símbolo creado para mostrar una posición crítica ante el secuestro de Julio Iglesias Zamora, en 1993, provocó una movilización social sin precedentes, pero además continuada. “Se empezaron a combinar manifestaciones multitudinarias con concentraciones semanales en varios lugares de Euskadi”, narra Castells. La muerte de Miguel Ángel Blanco marcó una nueva etapa en las reivindicaciones sociales y sirvió para cerrar filas en torno a unas víctimas que hasta entonces no habían sentido, en muchos casos, el respaldo que demandaban. Para conocer esta realidad, la Fundación Buesa reunió el pasado año a Patxi Elola, ex miembro de la banda y víctima, y a Pili Zabala, hermana de José Ignacio Zabala, asesinado por el GAL junto a su compañero de organización, José Antonio Lasa.
Elola, quien perteneció a ETA en las postrimerías del franquismo, sufrió un atentado en su pabellón de trabajo. Corría el año 1999 y acababa de ser nombrado concejal de Zarautz bajo las siglas del PSE. “A partir de ese momento tú sabes que si antes preveías que podías ser un objetivo, ya te han marcado. Es una ratificación de lo que a partir de entonces te puede volver a pasar”, relató. A diferencia de otros compañeros y de otros épocas, Elola no sintió un rechazo social, al contrario, recordó con agrado “el cariño y la solidaridad de muchos zarautztarras, y eso reconforta y anima”.
Bien diferente es el caso de Pili Zabala, quien siendo una niña supo de la pérdida de su hermano. “Durante años he sufrido mucho dolor por una sinrazón y una injusticia que durante demasiado tiempo ha estado oculta”, relató. Hoy en día el Gobierno español sigue sin reconocer a su hermano como víctima del terrorismo.