las crónicas de las operaciones policiales contra ETA están plagadas de tópicos, reiteraciones, latiguillos y frases redichas. Así, hemos aprendido que después del “número uno” viene el “número dos” y que siempre nos vamos acercando al “final definitivo de ETA” y que hay varios tipos de “golpes asestados”: los “encuentros fortuitos” ya casi en extinción, los que son fruto de “un control rutinario” que también tienden a desaparecer y, por último, los que suceden “tras un largo seguimiento” de los sospechosos. Y es que cada vez quedan menos para detener y encontrárselos por casualidad es poco probable.
El final de ETA es un desmadre, pero de esos bien organizados. Me explico. Que ETA no cerrara la persiana después de varios amagos dificultó que asistiéramos a algo parecido a una negociación al uso; que insistiera en seguir aparentando, terminó de aburrir a la sociedad vasca; y que vaya llegando tarde a todas las citas, ha permitido al Gobierno español administrar los tiempos para sacar algo de rédito: bien sea para ocultar una corruptela, bien para subir unas décimas en las encuestas pre electorales. Lo hace, además, sin tener que dar explicación alguna: los detengo porque aún existen.
No es, desde luego, la forma más rápida y la más eficaz para poner fin a una época tan dramática. Rajoy juega con ETA como los gatos con el pájaro moribundo; lo zarandea, lo vigila y vuelve a arrearle un zarpazo para comprobar que sigue vivo pero que nunca escapará. No siempre fue así y ni siquiera era lo previsible hace tan solo cuatro años. No nos remontemos ya a Argel, los contactos del 92, la tregua tras el acuerdo de Lizarra, el “alto el fuego de 2004” que acabó en bombazo y asesinato en Barajas, el comunicado de septiembre de 2010 tras el que nos obligamos a distinguir entre permanente y definitivo, etc. Vayamos a octubre de hace cuatro años y lo que ha pasado después.
Entre lo que ha pasado es que gente tan seria y comprometida en mediaciones de todo tipo como el Gobierno noruego expulsó a los ayer detenidos de su territorio; que un grupo internacional liderado por Ram Manikkalingam dispuesto a plantarse ante las trabas del Gobierno español lleva esperando algo más que aquel desarme de juguete mal televisado y ya van para unos cuantos meses; que Brian Currin y Alberto Spectorovsky vuelven hoy a Bilbao y a los que no nos queda más que desear suerte porque ya no entendemos cómo se media si uno no existe, etc. Eso es lo que viene pasando.
Y lo que parecía poco probable, que del terror se pasara a la irrelevancia, va camino de convertirse en realidad. Si no fuera porque les detienen, hasta nos habríamos olvidado de ETA. Pero no, ETA ha decidido que aún puede engrosar la lista de presos y el Gobierno español asiste muy satisfecho a este harakiri. Siempre es mejor eso que aumentar la lista de víctimas. Aunque lo deseable hubiera sido, y de eso ETA parece que aún no es consciente, vaciar cárceles y aliviar el sufrimiento que sus acciones causaron en tantas personas. Sobre todo cuando vamos ya para cuatro años con esta agonía.
Desde ayer, ETA tiene dos presos más y dos dirigentes menos. Me temo que a este paso no va a quedar nadie para apagar la luz.