Con la memoria reciente de lo ocurrido en Euskadi y Catalunya en materia de iniciativas legales para la convocatoria de consultas, ¿qué sentido tiene sacar ahora semejante conejo de la chistera de Arraiz, famélico cuando nadie lo ha alimentado en la propia Sortu hasta hoy?
Casual no debe ser, ni fruto de la improvisación. El presidente de Sortu sabe positivamente que, en el mejor escenario, está lanzando ese huevo contra el muro del Tribunal Constitucional. Lo que sí le aporta es un mantra para encabezar discursos y, si se tercia, pancartas de aquí a las elecciones de otoño... del año que viene: las autonómicas vascas.
Flaquea el argumento porque es meridianamente imposible lo que Arraiz anuncia: que una ley de consultas se apruebe en el Parlamento Vasco y se convoque a la ciudadanía vasca el año que viene a dar su opinión sobre algo tan inconcreto que la misma Sortu no le ha puesto nombre. “Proceso de ruptura democrática” es lo más parecido a una definición que ha manejado la izquierda abertzale para sugerir un proyecto independentista limitado a Araba, Bizkaia y Gipuzkoa. Porque, aunque Arraiz sugiera que el cambio en Nafarroa ya va en esa dirección, no es cierto.
Sortu se debate acuciado por su realidad inmediata, que es la dificultad de ocupar un espacio propio y específico frente al riesgo del voto útil en las elecciones generales de diciembre, donde la izquierda alternativa que está en disposición de cambiar el rumbo de la política española no es ella ni acaba de fiarse de ella.
No deja de ser inteligente transferir a las bases la responsabilidad de decidir hasta dónde hay que ceder en las esencias propias para ser admisibles en la mesa común de las izquierdas que hoy orbita en torno a Podemos o en la decisión de acudir a las urnas en solitario. Porque esa otra consulta, la interna a sus bases que también anunció, sí que es inmediata, tangible y realizable en el corto plazo. De la postura a adoptar en función de esa decisión ya no será responsable en primera persona la ejecutiva del partido, sino su militancia. Y de los resultados electorales, también.
En el trasfondo de esa consulta a las bases está la necesidad de salvar los obstáculos surgidos en la manifiesta -aunque no expresada en esos términos- voluntad de Sortu de participar en un proyecto común de izquierdas españolas para la transformación del Estado español desde sus instituciones, lo que implícitamente es un reconocimiento de que ningún cambio será posible en el marco político vasco hasta que varíe el escenario político español. Ya explícitamente lo asumía Arraiz ayer cuando admitía que de lo que ocurra en Catalunya el 27S dependen sus estrategias. Mientras, las instituciones vascas llevan camino de ser el instrumento electoral sobre la base del eslogan de una consulta a los vascos que no requiere para esta izquierda abertzale ni comenzar ni alcanzar a los siete herrialdes de Euskal Herria. Basta con reducir a pura dialéctica la necesaria estrategia de un proceso soberanista verdaderamente solvente.