A medida que se acerca el 27-S, ante la sola posibilidad de que la mayoría de los catalanes manifiesten su voluntad de dejar de ser españoles, todos los aparatos del Estado que controla el PP apuntan con su artillería al plebiscito liderado por Artur Mas. Por tierra, mar y aire se ha lanzado la ofensiva en defensa de la España Una, en un empeño enajenado por embarrar el terreno político de forma que la ciudadanía llegue a las elecciones exhausta, confusa, harta de perseguir un sueño entre tanta pesadilla.
Mariano Rajoy y los poderes fácticos controlados por su Gobierno no están reparando en trampas para intentar cerrar la herida por la que su España se desangra, y para ello despliega sus amenazas subiendo cada día el nivel de la presión. Y si en un principio dejaron caer la posible suspensión de la autonomía -incluso alguna velada amenaza de intervención militar-, han ido adoptando métodos más sutiles para enfangar el ambiente electoral.
En esa línea hay que interpretar la reciente irrupción de la Guardia Civil en la sede de una fundación vinculada a CiU, buscando supuestas pruebas de pago de comisiones al partido por adjudicaciones públicas. Una intervención con gran aparato mediático que, casualidad, ha sido programada en plena campaña soberanista.
Convencido de que quien manda en Europa es Angela Merkel, Mariano Rajoy aprovechó el encuentro que fijaría las cuotas de refugiados e inmigrantes en la UE y arrancó de la canciller alemana un aséptico apoyo al “respeto de los tratados internacionales y la integridad de sus estados”, que inmediatamente fue blandido como un aval a la política del Gobierno español sobre Cataluña.
Pero aún hay más. Empeñado en reprimir con la máxima dureza la osadía del soberanismo catalán, y en su fijación por personalizarlo en el president Artur Mas, el PP va al órdago y pretende modificar la Ley del Tribunal Constitucional para que pueda suspenderle y hasta multarle por romper España. Claro que eso implica modificar la Constitución, pero su mayoría absoluta puede hacerlo sin consensuarlo con nadie.
Así de embarrado está el terreno, en vísperas del 27-S.
Pues para encenagarlo aún más, entró a chapotear desde la más alta tribuna de El País el expresidente Felipe González. No se sabe si por propia iniciativa o a solicitud de su periódico de cabecera, Felipe pontificó sobre Cataluña. Él, que hizo famosa una de sus ingeniosas frases para referirse a los ex presidentes: “No sabemos qué hacer con ellos, porque son como jarrones chinos; son valiosos pero no se sabe dónde ponerlos”.
Y aquí tenemos al jarrón chino prodigando denuestos contra el soberanismo catalán, advirtiendo a los ciudadanos de Cataluña para que “no se dejen arrastrar a una aventura ilegal e irresponsable”. En tono despectivo y apocalíptico afirma que “la idea de “desconectar” de España, como propone Artur Mas, “en un extraño y disparatado frente de rechazo y ruptura de la legalidad, tendría unas consecuencias que deben conocer todos”. Y añade las siete plagas de Egipto: fractura de la sociedad catalana y española, ruptura de la Constitución, aislamiento de Europa y Latinoamérica? En fin, todo ese rosario de calamidades que conlleva, para el centralismo español, la reivindicación del estatus nacional de las periferias.
Felipe González, no se sabe en base a qué, añade que “en el límite de la locura, empiezan a ofrecer ciudadanía catalana a los aragoneses, valencianos, baleares y franceses del sur”. Y para terminar, en pleno cataclismo, asegura que Mas pretende presidir la Albania del siglo XXI y que “esta deriva es lo más parecido a la aventura alemana de los años treinta”.
Bueno, estas lindezas y otras tan brillantes -no hay que negarle buen estilo literario- desparrama el jarrón chino o sevillano para alborozo de Mariano Rajoy y sus huestes. Como nuevo Viriato, espolea su caballo en el barrizal para la reconquista de España.
Pero para que espabilen quienes escuchan o leen a Felipe González con la boca abierta, admirados de su oratoria y su fervor patrio, no está de más recordarles que para que este abogado sevillano haya llegado a ser jarrón chino pasó por la primera y escandalosa corrupción post Franco (Juan Guerra, Filesa, Flick, fondos reservados, Roldán, GAL?), dejando a su partido hecho unos zorros sin que aún haya acabado de recuperarse.
Pero él, Felipe el jarrón chino, está por encima de todas esas miserias. Incluso por encima de lo que pueda ocurrir en Cataluña. Es fácil asomarse al barro y chapotear un poco en él mientras se embolsa los 80.000 euros de pensión vitalicia por su condición de jarrón chino, sumados a los más de 500.000 que arrambló como consejero de Gas Natural, cargo que le cayó en impune puerta giratoria.
Él, Felipe, ilustre estómago agradecido, se presta encantado a remover el chapapote. No vaya a ser que lo de Cataluña vaya a perturbarle la prebenda.